Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe es la película documental que inaugura la Muestra de Cine de Lavapiés
Cartel de la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés
La Muestra de Cine de Lavapiés apuesta por las licencias libres en los trabajos que proyectan. Explican que paradójicamente este cine que podría verse en todas partes no cuenta con muchas oportunidades de mostrarse en las salas tradicionales, lo que hace que al final no se vea. Hablando de licencias, la tradición del festival es comenzar con la película ganadora del FISHARA. Esta año le correspondía a Hijos de las nubes pero como aún están en cartel no han podido conseguir los permisos para proyectarla. Así que han optado por Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe, el documental del colectivo Thawra que también se mostró en el Festival del Sahara de este año y comparte temática saharaui. Pero antes se proyectarán dos pequeños cortos que sus directores definen como trabajos a un nivel íntimo y familiar.
... y no nos dieron malvas, de Javier Serrano Fayos, recoge las conversaciones entre un abuelo y su nieto. Son historias que les han pasado a muchas familias, las de los vencidos. Por su parte El primer día del resto de tu vida, de Jan Codina, es una especie de símil entre la felicidad que le produce el parto a una madre y el arranque del 15-M como circunstancia que el director considera que nos nació a muchos de nuevo.
Cartel de la película documental Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe
Es sin duda esta última parte la más interesante, pues nos señala las contradicciones de nuestros gobernantes respecto al asunto del Sahara. Hace especial hincapié en la forma en que va ganando peso el motivo económico -los intereses de los acuerdos con Marruecos- antes que los Derechos Humanos. Es una parte que muestra a las claras el conformismo de nuestra clase política, hablándonos de su cinismo con respecto al tema y eseñándonos cada una de las contradicciones de un discurso que no son capaces de llevar a la práctica vencidos por la conveniencia.
Tras la proyección se realizó un debate. El colectivo Thawra se definió así mismo como un grupo de personas que trabajan para acercar la voz del pueblo saharaui. Llevan dos años de vida en las zonas ocupadas. Cuando se inició el campamento de Gdeim Izik se incorporaron a él. Algunos compañeros entraban y salían. No había prensa, pero tras la muerte del niño de 14 años, Hamadi Lambarki, a manos de la policía marroquí, muchos periodistas se interesaron por ese lugar. Marruecos domina el territorio y lo controla, no permite la presencia de la prensa, así que su opinión se convierte en la oficial de facto. Marruecos impidió una vez más que los periodistas internacionales llegaran al campamento, así que la única manera de poner en contacto a esa prensa con la realidad que estaba ocurriendo dentro aquellos días fue a través del Colectivo, que se encargó de difundir las imágenes de lo que allí ocurría.
Los miembros del colectivo Thawra vivieron el desalojo en primera persona. Comentan que los propios saharauis sabían que cuando entró el ejército marroquí el campamento estaba perdido, pero que aún así actuaron para ralentizar el desalojo y permitir así que ancianos, niños y mujeres tuvieran tiempo para salir. No es fácil obtener testimonio de las verdaderas víctimas. La presión que ejerce Marruecos hace que las familias que tienen desaparecidos no lo denuncien por miedo a las represalias hacia ellos mismos. La tortura existe y se aplica. Ahora hay 22 presos políticos saharauis en cárceles marroquíes, siete de ellos han reconocido que han sido violados con objetos de metal. Lo que ocurrió en el campamento de Gdeim Izik no es algo nuevo, es una situación que se repite cada cinco o seis años: la represión marroquí sube, el pueblo saharuai explota y se llega a un nivel que termina en enfrentamientos. Sin embargo los medios no lo cuentan.
Los saharauis preguntados sobre Gdeim Izik dicen que el mejor recuerdo que les ha quedado ha sido descubrir que han conseguido la convivencia de 20.000 personas y que todos participaran para lograrla. Se unieron y se organizaron. Muchos trabajaban en las ciudades y volvían cada noche a dormir al campamento. No había jueces, ni policías. Descubrieron que no necesitaban políticos. Dicen también que la convivencia hoy está igual que en 1975, en el punto cero. Ningún saharaui piensa que se pueda convivir con un marroquí. Dicen que los colonos les llaman polisarios porque los consideran terroristas y que por tanto no hay manera de compartir nada. A los saharauis no les queda otra opción que salir de su tierra hasta que acabe todo. Dicen que la población ha perdido la esperanza.
Comentan los miembros del colectivo que el principal problema es que los acuerdos y resoluciones internacionales no son vinculantes para el gobierno de Marruecos y que éste actúa, por tanto, con total impunidad. La misión de la ONU en el Sahara, la MINURSO, es la única de sus misiones que no tiene competencias sobre Derechos Humanos. Además EE.UU. y Francia apoyan a Marruecos y se encargan de estancar cualquier intento internacional de avanzar en la resolución del conflicto. España es bastante responsable pues no cumplió con sus deberes al abandonar el Sahara.
Sobre sus investigaciones, Thawra ha reflexionado que Marruecos, tras 37 años, sigue sin saber quién es su enemigo y contra qué está luchando, sin darles el valor que tienen, sin entender la dignidad y la paciencia de un pueblo que quiere conseguir su autoderminación. La vida de los pueblos es más larga que la de los dictadores que les oprimen. Esa es su arma. Unos luchan por su tierra y otros están ahí por un sueldo. La vida en los territorios ocupados del Sahara no es fácil, cuando salen por la mañana no saben si volverán. Con esa mentalidad todo es válido porque, cuando no estás seguro de seguir vivo al final del día, no tienes nada que perder.
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