El desmantelamiento de lo público y la ausencia de un derecho real a una vivienda marcan la temática de la jornada en la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés
Dos de los mediometrajes que se presentan este año en la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés son ElectroClass y Diari d'una mercaderia. Se proyectan en La Bagatela, una Asociación cultural que promueve las artes escénicas, visuales y el pensamiento contemporáneo. El local, de paredes blancas, tiene dos plantas. En la superior, la que te encuentras nada más entrar, hay dos espacios diferenciados: un lugar con sofás para charlar cómodamente o leer los libros de una bien provista estantería y otra parte, más hacia el interior, a la que se accede tras cruzar bajo la viga maestra de madera. Este segundo espacio lo preside una mesa de cajones, detrás de la que a estas horas se encuentra uno de los socios. Se sirven cervezas y refrescos, el público le pregunta sobre el lugar y así se hace un poco de tiempo hasta que a las siete en punto comienzamos todos a bajar las escaleras que conducen a la planta de abajo, un sótano igual de blanco con sillas y una pantalla desplegada. Hay tanta gente que han tenido que buscar alguna silla más y en las mismas escaleras se tienen que quedar sentadas algunas personas más.
ElectroClass, la destrucción de lo público en beneficio de una oligarquía
ElectroClass es un documental lleno de buenas ideas. Está hecho para la ETB, y según su directora, María Ruido, al ritmo que pide la televisión. En este proyecto, se mezclan distintas imágenes, unas provenientes de archivos de la propia ETB, de algunos profesionales, de youtube y también de fragmentos de películas clásicas en blanco y negro. El documental está dividido en siete capítulos. Arranca con un vídeo en el homenaje a Pertur y se cierra con el comunicado del fin de ETA. Sin embargo no habla de terrorismo, pero sí lo hace del País Vasco y concretamente de la ciudad de Bilbao. Con el ejemplo del desmantelamiento de los Astilleros para la construcción del Guggenheim, vemos el paso de una sociedad industrial (que produce) hacia otra de servicios (que consume). Vemos así como surge el desembarco de un capitalismo cognitivo en Euskadi. Se desmontó la industria pesada como requisito de un mundo globalizado que nos decía que debemos desechar aquello que producimos más caro y que tampoco logramos exportar.
Los ochenta supusieron cambios económicos, políticos y sociales, encaminados todos a convertirnos en una ciudadanía democrática y postmoderna, un camino que ha conducido a nuestro país a ser una industria del servicio, donde ya se producen muy pocas cosas. Este cambio se diseñó durante la Transición y supuso entregar lo público a las oligarquías franquistas que simplemente habían realizado un pequeño lavado de cara. Se privatizaron los espacios públicos, los de todos, para que unas pequeñas élites hicieran grandes negocios que solo repercutía en sus bolsillos. Y esto ocurrió con la connivencia de los medios de comunicación públicos. Este desmantelamiento industrial propició la mentalidad de que ya no somos proletarios sino clase media, lo que ha llevado a una decadencia de los trabajadores en lo sindical y la disolución de las grandes ideologías de izquierdas en provecho de un liberalismo deshumanizado.
María Ruido describe ElectroClass como un proyecto de investigación. Juega a hacer un trabajo experimental, donde quizá le da mayor importancia al continente y a las formas que al propio contenido. Esa decisión, en cierta manera, hace que se diluya el mensaje y que se emborrone un tanto para que sea el espectador el que tome control sobre la percepción desdibujada que se le ofrece. Así ocurre cuando separa el audio de las imágenes que se proyectan, queriendo señalar que la visión de la autora prevalece sobre las opiniones que se escuchan y que son relegadas a un segundo plano, aunque las imágenes con las que se sustituyan tengan escaso interés. De la misma forma la coda final simbólica con una serie de imágenes de películas de Ciencia Ficción nos saca de nuevo de la realidad y de la historia contada hacia un lugar impreciso. En cambio sí que resulta muy interesante el mostrarnos una sociedad previa luchadora, enfrentada a la policía, que sale a la calle a protestar y defender sus derechos, algo que la clase obrera hemos perdido definitivamente a finales del siglo pasado y que ahora estamos pagando. Destaca también esa metáfora de lo que en realidad es la industria de servicios: no aparecen nunca trabajando los obreros del astillero, los que fueran la industria productiva, pero sí se nos muestra el trabajo invisible de los limpiadores indicando hacia donde nos ha llevado este cambio y cual es la verdadera magnitud de la palabra «servicio» para que la veamos con rotundidad.
ElectroClass es un trabajo muy personal, que potencia lo artístico sobre el propio mensaje. No es un documental que se explique por sí solo, sino que requiere de ayudas externas e interpretaciones, algo poco habitual en un género que suele potenciar la importancia de informar al espectador. Lo que en el fondo debe querer es producir una cierta inquietud en el espectador, un despertar lento a través de lo sensorial.
Diari d'una mercaderia y el acuciante problema de la vivienda
Dice Buenaventura Vidal, director de Diari d'una mercaderia, que se niega a considerar la vivienda como una mercancía. Pero la realidad se empeña en desmentirle pues se ha convertido en un producto y de los más especulativos. Así que, para enfatizar más, lo pinta al contrario en su título que se ha traducido al castellano como Diario de una mercancía. El documental arranca con la historia de varios ocupas, y lo hace para que no nos llevemos a errores. Quien ocupa una vivienda nada tiene que ver con los estereotipos que nos enseñan en televisión. Vemos que los ocupas son básicamente familias sin recursos que se han visto obligadas a darles una patada a una puerta para tener un techo bajo el que cobijarse, personas que ya no pueden pagar el importe de la hipoteca y son embargadas por los bancos. El contraste se agudiza y ante esta necesidad de una vivienda podemos ver una gran cantidad de ellas que se encuentran vacías, por pura especulación. Más sangrante aún es cuando se trata de viviendas de protección social.
Quedarse en la calle, con una mano delante y otra detrás, es una situación que nos puede ocurrir a cualquiera en unos pocos meses, basta un golpe de destino para que el capitalismo nos muestre su otra cara. Así que una parte importante en la que se centra Diari d'una mercaderia es la de explicar los procesos de deshaucio y los abusos que comenten los bancos. La policía defiende al poderoso y se olvida de los derechos del ciudadano, como si solo necesitaran protección los intereses del grande. Frente a eso sólo queda la opción de la solidaridad vecinal como la que propugna la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, apoyándonos los unos a los otros en momentos de injusticia. Son varios y diferentes los casos que se muestran en el documental, incluso en algunos la televisión suplanta con una pantomima el trabajo real de estos grupos.
La película habla también del mundo del trabajo, un tema asociado a poder, o no, pagar una hipoteca. El protagonista del documental es un joven que vive en Barcelona y que en el momento de rodar la película se encuentra trabajando en los autobuses turísticos de la ciudad. Su formación no le ha servido para encontrar el trabajo deseado y ha terminado alienado despachando tickets y pulsando botones. Bromea diciendo que se ha colocado como temporero en el monocultivo del turismo y el espectador, que ha comenzado a sonreír, se da cuenta de que broma ninguna. Dice que un día cualquiera deja en la caja del autobús mucho más dinero del que la empresa necesita para pagar su nómina. Luego entra en profundidad y explica los motivos de la huelga de los trabajadores de su empresa. Si el trabajo se precariza no es posible optar a una vivienda.
Diari d'una mercaderia es un buen trabajo que explica uno de los mayores problemas que tiene nuestra sociedad, de la especulación de unos pocos y de la imposibilidad de otros muchos. Y lo hace de forma directa, llamando a cada cosa por su nombre.
ElectroClass, la destrucción de lo público en beneficio de una oligarquía
Cartel del mediometraje ElectroClass
Los ochenta supusieron cambios económicos, políticos y sociales, encaminados todos a convertirnos en una ciudadanía democrática y postmoderna, un camino que ha conducido a nuestro país a ser una industria del servicio, donde ya se producen muy pocas cosas. Este cambio se diseñó durante la Transición y supuso entregar lo público a las oligarquías franquistas que simplemente habían realizado un pequeño lavado de cara. Se privatizaron los espacios públicos, los de todos, para que unas pequeñas élites hicieran grandes negocios que solo repercutía en sus bolsillos. Y esto ocurrió con la connivencia de los medios de comunicación públicos. Este desmantelamiento industrial propició la mentalidad de que ya no somos proletarios sino clase media, lo que ha llevado a una decadencia de los trabajadores en lo sindical y la disolución de las grandes ideologías de izquierdas en provecho de un liberalismo deshumanizado.
María Ruido describe ElectroClass como un proyecto de investigación. Juega a hacer un trabajo experimental, donde quizá le da mayor importancia al continente y a las formas que al propio contenido. Esa decisión, en cierta manera, hace que se diluya el mensaje y que se emborrone un tanto para que sea el espectador el que tome control sobre la percepción desdibujada que se le ofrece. Así ocurre cuando separa el audio de las imágenes que se proyectan, queriendo señalar que la visión de la autora prevalece sobre las opiniones que se escuchan y que son relegadas a un segundo plano, aunque las imágenes con las que se sustituyan tengan escaso interés. De la misma forma la coda final simbólica con una serie de imágenes de películas de Ciencia Ficción nos saca de nuevo de la realidad y de la historia contada hacia un lugar impreciso. En cambio sí que resulta muy interesante el mostrarnos una sociedad previa luchadora, enfrentada a la policía, que sale a la calle a protestar y defender sus derechos, algo que la clase obrera hemos perdido definitivamente a finales del siglo pasado y que ahora estamos pagando. Destaca también esa metáfora de lo que en realidad es la industria de servicios: no aparecen nunca trabajando los obreros del astillero, los que fueran la industria productiva, pero sí se nos muestra el trabajo invisible de los limpiadores indicando hacia donde nos ha llevado este cambio y cual es la verdadera magnitud de la palabra «servicio» para que la veamos con rotundidad.
ElectroClass es un trabajo muy personal, que potencia lo artístico sobre el propio mensaje. No es un documental que se explique por sí solo, sino que requiere de ayudas externas e interpretaciones, algo poco habitual en un género que suele potenciar la importancia de informar al espectador. Lo que en el fondo debe querer es producir una cierta inquietud en el espectador, un despertar lento a través de lo sensorial.
Diari d'una mercaderia y el acuciante problema de la vivienda
Dice Buenaventura Vidal, director de Diari d'una mercaderia, que se niega a considerar la vivienda como una mercancía. Pero la realidad se empeña en desmentirle pues se ha convertido en un producto y de los más especulativos. Así que, para enfatizar más, lo pinta al contrario en su título que se ha traducido al castellano como Diario de una mercancía. El documental arranca con la historia de varios ocupas, y lo hace para que no nos llevemos a errores. Quien ocupa una vivienda nada tiene que ver con los estereotipos que nos enseñan en televisión. Vemos que los ocupas son básicamente familias sin recursos que se han visto obligadas a darles una patada a una puerta para tener un techo bajo el que cobijarse, personas que ya no pueden pagar el importe de la hipoteca y son embargadas por los bancos. El contraste se agudiza y ante esta necesidad de una vivienda podemos ver una gran cantidad de ellas que se encuentran vacías, por pura especulación. Más sangrante aún es cuando se trata de viviendas de protección social.
Quedarse en la calle, con una mano delante y otra detrás, es una situación que nos puede ocurrir a cualquiera en unos pocos meses, basta un golpe de destino para que el capitalismo nos muestre su otra cara. Así que una parte importante en la que se centra Diari d'una mercaderia es la de explicar los procesos de deshaucio y los abusos que comenten los bancos. La policía defiende al poderoso y se olvida de los derechos del ciudadano, como si solo necesitaran protección los intereses del grande. Frente a eso sólo queda la opción de la solidaridad vecinal como la que propugna la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, apoyándonos los unos a los otros en momentos de injusticia. Son varios y diferentes los casos que se muestran en el documental, incluso en algunos la televisión suplanta con una pantomima el trabajo real de estos grupos.
La película habla también del mundo del trabajo, un tema asociado a poder, o no, pagar una hipoteca. El protagonista del documental es un joven que vive en Barcelona y que en el momento de rodar la película se encuentra trabajando en los autobuses turísticos de la ciudad. Su formación no le ha servido para encontrar el trabajo deseado y ha terminado alienado despachando tickets y pulsando botones. Bromea diciendo que se ha colocado como temporero en el monocultivo del turismo y el espectador, que ha comenzado a sonreír, se da cuenta de que broma ninguna. Dice que un día cualquiera deja en la caja del autobús mucho más dinero del que la empresa necesita para pagar su nómina. Luego entra en profundidad y explica los motivos de la huelga de los trabajadores de su empresa. Si el trabajo se precariza no es posible optar a una vivienda.
Diari d'una mercaderia es un buen trabajo que explica uno de los mayores problemas que tiene nuestra sociedad, de la especulación de unos pocos y de la imposibilidad de otros muchos. Y lo hace de forma directa, llamando a cada cosa por su nombre.
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