jueves, 11 de marzo de 2010

Pájaros de papel, cómicos sobreviviendo en tiempos de hambre

Emilio Aragón dirige una película emotiva con cierta carga política para hablar del dolor


Cartel de la película Pájaros de papel
Cartel de la película Pájaros de papel
Emilio Aragón rinde un homenaje a los cómicos, especialmente a los que sufrieron aquellos primeros años de posguerra. Confiesa no saber cuándo nació la idea como película, pero sí que «puedo encontrar momentos de la historia que en ella se cuenta, en muchas de las anécdotas y aventuras que a lo largo de mi vida he escuchado en casa, en las sobremesas, en las celebraciones, y también en lo cotidiano. Contar esta historia me ha permitido transitar por lugares y emociones donde creí haber estado antes. Pájaros de papel pretende ser un viaje a lo mejor de nosotros mismos, una apuesta valiente por lo amoroso de la vida mirando de frente a nuestro propio dolor». Desconozco el peso autobiográfico en la obra, pero sin duda, a tenor de lo dicho, debe ser elevado. Lo que sí observo y agradezco es la existencia de un compromiso ideológico muy marcado en la película, como así se puede observar en las dos interpretaciones de la canción irónica No se puede vivir con un franco.

La película ahonda sobre el dolor humano por la pérdida de los seres queridos, e indaga en los mecanismos para tolerar ese sufrimiento. Pero si algo caracteriza a Pájaros de papel es sobre todo la ternura, que se ha teñido de ingenuidad con la intención de poder desarmar al espectador. La película afronta la vida de unos cómicos desde sus corazones desolados. Artistas que acostumbran a silenciar sus sentimientos y opiniones en público. Sólo a través de los números musicales, rutinas cómicas y de variedades logran asomar sus deseos, su verdad oculta. Son personas con pasados duros en épocas peores, que van sobreponiéndose al hambre y a la angustia que supone vivir perseguido o vigilado. Han formado una gran familia que les sirve de amparo y les da algunos minutos de felicidad, de risas compartidas, de valentía. Todos los artistas de la película son personas escapando de su pasado, en camino hacia otro lugar que desconocen. Cargados de incertidumbres actúan y es entonces, cubiertos con otros ropajes, cuando se sienten vivos, necesarios. Y libres.

Roger Princep e Imanol Arias en una escena la película Pájaros de papel
Roger Princep e Imanol Arias en una escena la película Pájaros de papel
Peripecias de hombres y mujeres que buscan una oportunidad en la vida, moviéndose en un mundo de vencedores y vencidos. Algo que llevarse a la boca, un techo donde cobijarse; esa es su guerra cotidiana en una época peligrosa de posguerra, cargada de intrigas que exigen una clara e infranqueable adhesión al régimen dictatorial surgido. Sin embargo, y ese es uno de los triunfos, la cinta está cargada en todo momento de optimismo, incluso para las situaciones más tristes.

El componente dramático que utiliza son las pérdidas personales que sufren Jorge del Pino (Imanol Arias) y Miguel (Roger Princep), así como la historia del aterrado homosexual Enrique Corgo (Lluís Homar). En contraste tenemos el desparpajo cómico de Rocío (Carmen Machi) que interpreta a una buscavidas que sabe que le quedan pocas oportunidades para dejar de ser una cupletista. Al margen de lo humano y lo político, en la obra existe un último elemento de intriga, a través de una conspiración oculta. Que se imponga la bondad por encima de todo, parece ser la consigna.

Es una película de otra época, empapada de un aire antiguo -cerrado- que no ventila bien. Circula por unos tiempos dolorosos, con tanta escasez como miseria, donde la única chispa que se vislumbra luce desde lo artístico. Bien recreado este ambiente a través de un universo que mezcla lo simpático con lo profundamente sombrío. El guión acompaña y muestra grandes momentos para la compasión. Con orden al trazar el argumento. Bien llevada en lo técnico y en lo artístico. Y sin embargo no llega, me queda la sensación de que falta algo que no se ha completado, que veo pequeños detalles que van rompiendo la magia general. Hay escenas que suenan a repetidas, que apenas si aportan en el camino y que estorban para la fluidez, y otras que se quedan en simples esbozos.

El elenco está correcto. Un peldaño por encima se encuentra Lluís Homar cuyo trabajo de contención de emociones y la expresividad de su cuerpo brillan a gran altura. Muchos son también los secundarios que van pasando por la pantalla, con sus cortos papeles.

Emilio Aragón sabe acertar porque se rodea de grandes técnicos y artistas. Así ocurre en la música, donde se ha sabido acompañar de Ara Malikian al violín, Kepa Junkera con la trikitixa, Pepe «El Habichuela» y Josemi Carmona a la guitarra. La música, y también alguna canción, ha sido compuesta por el propio director e interpretada por la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.

Para terminar, tengo una gran discrepancia. En mi opinión la penúltima escena es tan perfecta que no necesita el añadido después de muchos años que supone la escena final. Además los pájaros de papel volando desde el tren construyen un mensaje potente y definitivo que no necesita de más revelaciones.

A modo de pequeño anecdotario: Emilio Aragón recurrió a Fernando Castets para convertir en guión su idea de película. Se trata de un guionista que ha firmado con Campanella la mayoría de las películas que éste ha llevado al cine, como es el caso del Hijo de la novia. Cuenta Castets que se reunieron en un restaurante donde Emilio Aragón le entregó seis páginas y le preguntó si no le importaría leer una historia que había soñado. Dos años y medio después éste es el resultado. Dice Castets «Y finalmente hemos cumplido un sueño. Emilio cree que es su sueño el que hemos cumplido y me alegra haberle engañado tan bien. En realidad no sabe que al cumplir el suyo lo que ha hecho es cumplir el sueño de cada uno de nosotros».

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