Una bonita estampa gijonesa
Atardecer en la playa de San Lorenzo (Gijón)
La marea estaba muy baja, la playa parecía haber crecido y se mostraba espléndida. No pude resistirme, descendí por la escalera número 9 y caminé, como los demás, sobre la arena. Unos iban deprisa, quemando calorías o manteniendo una forma impecable. Otros lo andaban despacio, dejando ir sus pensamientos para mezclarse con el runrún del agua. Yo me hice de este segundo grupo. Había muchos estudiantes que acaban de terminar las clases y venían a contarse sus historias. Oía sus risas y pensaba que la felicidad debía ser algo parecido a esto.
Ascendí por la 4, la más ancha, entre peldaños verdecidos por las algas. Algunos intrépidos se cambiaban allí después de un baño rápido, escondiéndose entre sus toallas con la costumbre de quien lo hacía a diario. Arriba me encontré con el bullicio del paseo y me perdí en la ciudad caminando despacio por el placer de gastar el tiempo entre la gente. De pronto comprendí que me había contagiado del ritmo de Gijón, que ya había dejado las prisas madrileñas en la maleta.
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