La obra del Tom Stoppard sobre las máscaras con las que se cubre la realidad de los sentimientos
Martes 23 de febrero de 2010. Teatro María Guerrero. Madrid
Cartel de la obra Realidad
Lo cierto es que me sentí muy cerca de los actores. No sé describir el mecanismo oculto que se me disparó para aproximármelos y, además, supongo que si intento explicarlo me perderé. Me contaban algo que sin querer me fue interesando más y más. Me decían al oído que el «amor eterno» también se desinfla. De la noche a la mañana llegan las dudas, se pierde la seguridad, y entonces aparecen fantasmas o realidades de infidelidad. Por defecto tomamos amor y sexo como un todo, pero aquel día, el de las dudas, es el tiempo, lo desconocido, o vete a saber qué... quien enreda. Los celos se hacen tangibles, cierran puertas, revuelven cajones y nos encogen la vida porque se nos cae nuestro castillo de naipes, ése que en realidad sólo existe en nuestra cabeza. La sospecha produce un desgaste sobrehumano y surge el dolor, el propio y el ajeno. Las certezas nos abandonan, quedamos solos para elegir la solución, correcta o incorrecta. Se pesa en una balanza lo que se gana y lo que se pierde, y un resorte mueve a pensar si no serán sexo y amor dos conceptos relacionados pero separables. ¿Dónde está, qué es, lo que verdaderamente quiero de la otra persona? Asumirlo es ofrecer una oportunidad, pero también es saber que todo ha cambiado, que no habrá minutos repetibles. Somos seres demasiados complejos y un tanto atormentados que no dejamos de hacernos preguntas: ¿Basta para amar una llama de pasión?, ¿nos conformamos con la entrega queriendo para nosotros lo mismo que la persona amada quiere?, ¿nos anulamos en el proceso?, ¿se puede seguir queriendo cuando se intuye una traición?, ¿en qué condiciones se puede perdonar? La obra es pues un combate constante entre el otro y la imagen que el amante se crea de él; y al revés también, el otro y la máscara que el amante crea para él. Es un rico juego sobre la ilusión que se forma alrededor de lo real y el cincel con el que los personajes intentan separarla. Un cincel de desengaños, frustración y negaciones que se muestra inútil para la labor.
Se habla de que este texto tiene mucho de autobiográfico. Henry (Javier Cámara), el personaje principal, es un autor teatral con cierto prestigio, lo que permite hablar directamente de literatura y del proceso para construirla a través de la propia belleza del lenguaje: «Las palabras no se merecen que nadie las maltrate así. Las palabras son inocentes, neutras, precisas… describen esto, significan aquello. Si las cuidas puedes construir puentes sobre la incomprensión y el caos». La obra esconde toda una declaración de intenciones sobre la efectividad de un activismo soterrado en el autor: «No, no creo que los escritores sean sagrados, pero las palabras lo son. Merecen respeto. Si consigues poner las palabras adecuadas en el orden adecuado, puedes hacer que el mundo se agite un poco».
María Pujalte y Javier Cámara en una escena de la obra Realidad
Duro resulta ver en escena que la sinceridad no funciona como sinónimo de realidad, y entonces ¿dónde está lo real y dónde el artificio?
Pero sin duda hay lecturas más sencillas que se ofrecen también dentro de la representación, la más básica de todas, la que se queda en la superficie, es que se puede tomar como una historia de intriga en la que debemos encontrar si es verdad que los personajes son infieles a sus parejas o no.
La escenografía es uno de los grandes aciertos. Limpia y funcional, permite entrever los engranajes que la manejan. Al margen de lo técnico, resulta familiar y sobrecoge; como ocurre, por ejemplo, con las gotas de lluvia en los cristales que me recuerdan a mí mismo hoy mirando por la ventana ver llover. Lo más funcional son los cubos grises que se van transformando, con solo girarlos y desdoblarlos, en las mesas, sofás, sillas y demás complementos del escenario.
Divina la música, cargada del pop inglés de los ochenta, que acompaña y pelea contra lo clásico de las óperas. Culture Club, Fairground Attraction, Rocky Sharpe & The Replays, Bonnie Tyler y compañía ganan de goleada, aportando una frescura divertida.
La interpretación se asienta sobre Javier Cámara y María Pujalte, dos pilares sólidos que saben intercambiar momentos cómicos con dramáticos. Vemos en Pujalte el empuje y la pasión. Mientras que Cámara aborda su papel desde la frialdad, la ironía, la razón y la contención, pero claro, ante el ciclón de su pareja todo se le desmorona y vemos en ese punto una buena interpretación de sentimientos desconocidos. Juan Codina, Arantxa Aranguren y Álex García apoyan con firmeza la trama argumental con sus sobrios trabajos. Por su parte Patricia Delgado sabe aprovechar sus minutos en escena para dar otro punto de vista más mundano.
A modo de pequeño anecdotario: La obra está dirigida por Natalia Menéndez, una actriz conocida de la pequeña pantalla y de nuestros escenarios que desde hace bastante tiempo viene dedicándose a la traducción de textos teatrales y la dirección. Es licenciada en Interpretación y en Dirección escénica y se está doctorando en Humanismo. Una mujer que también ha ejercido como ayudante de prensa en MK2 (París), ayudante de dirección y de producción en Antena 3 TV, coproductora de DD & Duskon, profesora en talleres de interpretación, dramaturga de la Compañía 10&10 Danza... Además, desde el pasado día 16 de este mes es también la nueva directora del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.
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