miércoles, 17 de febrero de 2010

Amores locos, las patologías del amor

El director Beda Docampo, en una búsqueda por el dar sentido a la vida, se plantea una lucha desigual entre la razón y la pasión


Cartel de la película Amores locos
Cartel de la película Amores locos
La vida nos golpea con frecuencia y nosotros buscamos una defensa que nos permita olvidar los golpes que recibimos. Dos son los caminos básicos para ello, crearse una armadura a base de razón que nos vaya alejando de los sentimientos o entregarse a la pasión. En Amores locos, su director Beda Docampo elige lo que le apasiona.

La historia central es un conglomerado de obsesiones, delirios y pasiones que el psiquiatra Enrique Martínez (Eduard Fernández) trata de racionalizar ya que asegura que todo estado de enamoramiento no es más que un síntoma de enfermedad, que todo en nuestra vida es química, sus reacciones y las deformidades que nos producen estados alterados. Por su parte, Julia (Irene Visedo), representa el otro lado, el que quien cree firmemente en la fuerza del amor. Cordura y locura son los dos extremos que van conduciendo esta película hacia su destino.

En paralelo, y como puntos de fuga, viajan las otras historias. La de Alfonso (Carlos Hipólito) y Eszter (Eva Pallarés) que sin duda su disparate produce ternura. La de Susana (Marta Belaústegui) incapaz de mantener una continuidad. La de Irene (Cuca Escribano) que busca una vuelta atrás. La de el enamorado platónico de Julia (Joxean Bengoetxea). La de Ana (Marisa Paredes) que vive su tragedia entre las paredes de su casa, conectada al mundo por los juegos de casino de internet y unos pocos mensajes que recibe en su móvil. Todas muestran lo patológico que resulta el amor, son casos que sirven para demostrar una teoría. En el fondo se establece que el amor es cosa de uno, del que lo vive desinteresadamente, del que se lo crea en su cabeza, como Julia, Alfonso o el enamorado. Pero la verdad no es única, sino que va asociado a un punto de vista y sin duda esta es la mejor parte de la película, esa mirada puntillosa que no deja escapar a los personajes. Son historias de aislamiento y en todas ellas se dibuja con claridad el deseo de abandonar esa soledad.

Eduard Fernández e Irene Visedo en una escena de la película Amores locos
Eduard Fernández e Irene Visedo en una escena de la película Amores locos
No es una película de otro tiempo aunque haya escenas que representan imágenes de hace cuatrocientos años. Su mensaje, y todo lo que la rodea, es moderno, actual. Pero sí mantiene ese tempo lento del cine de antes, quizá en exceso, y acude a una recreación del pasado que en ciertos momentos resulta repetitiva.

La música elegida también va por esos derroteros, abunda lo clásico y aparecen ciertas pinceladas con Zarzuela. Sonidos que en cualquier tiempo puedan representar el amor, o el perdón solicitado, o lo popular y humano. Completa esta selección la música realizada por Juan Bardem.

Sin duda son los actores los que hacen creíble toda la historia. Buenos trabajos, especialmente de contención por parte de Eduard Fernández sobre un personaje tan inteligente como esquivo. Contenida está también Irene Visedo en uno de sus mejores papeles; siempre a punto de desbordarse pero permaneciendo tenuemente unida a la realidad. Destacan también por cargar de humanidad sus papeles Carlos Hipólito (excelente su interpretación cuando descubre la realidad de la húngara), Marisa Paredes (con su mirada sobre todo) y Marta Belaustegui (soportando risas y derrumbes con una copa de vino sobre la que poner sus labios).

La película obtuvo por unanimidad el premio del Jurado Joven en el Festival de Cine de Málaga e Irene Visedo fue galardonada como Mejor actriz en el Festival de Cine Español de Toulousse. El del Jurado Joven rompió muchos tópicos, tal vez, como dice Eduard Fernández, resulte que esta película les enseña, al hablarles de las trampas psicológicas, algo que ellos no saben; algo que, por otro lado les interesa.

Los actores Eduard Fernández e Irene Visedo con el director Beda Docampo durante la rueda de prensa de la película Amores locos
Los actores Eduard Fernández e Irene Visedo con el director Beda Docampo durante la rueda de prensa de la película Amores locos
En la rueda de prensa de presentación pudimos escuchar al equipo de la película. En palabras de su productor Ángel Durández, nos encontramos ante «una película como las de antes, bonita, que no agrede al espectador».

En toda película se investiga para que todo resulte verosímil. Beda Docampo leyó libros sobre neurobiología y después actuó libremente. Describiendo a sus personajes nos habla de Julia como de una mujer con una vida vacía, que se inventa una historia a través del cuadro que ve todo los días, una historia que defiende con pasión y que espera que un día se haga realidad. Enrique es psiquiatra, pero en realidad lo que le interesaba al director del personaje era su capacidad de comportarse como un científico para mostrar así que la razón funciona como una armadura con la que tratar de evitar que a la vida llegue el misterio, la intriga... todo aquello que signifique sentimiento y nos pueda hacer daño a la larga. Sin embargo tiene gestos de humanidad porque al final se contagia un poquito. Respecto a la última secuencia dice Docampo que surgió durante el propio rodaje en Brujas. Sobre el casting nos habla que elige a los actores por la pasión que ponen la primera vez que se citan y por cómo son capaces de mostrarla, de llevarla a sus personajes.

Eduard Fernández preparó su personaje visitando a varios psiquiatras y lo que descubrió es que había tantos tipos como personas. Su personaje no es un loco, simplemente es tristón: una persona que ha renunciado a muchas cosas por la razón y por su trabajo. Una persona encerrada, que aguanta, sin permitirse alegrías y que juega un papel de anular el sueño de Julia.

Irene Visedo siempre estuvo preocupada de no sobrepasar el límite, intentando en todo momento mantener un hilo conductor que permitiera ver la parte de lucidez que su personaje tenía, un personaje que cree la realidad que se inventa porque no acepta lo real de su vida.

Carlos Hipólito contó que su personaje es un ser racional que está huyendo hacia delante de una forma alocada. Mientras que Cuca Escribano comentó lo difícil que es realizar un papel pequeño, pues en dos escenas hay que definirlo y mostrar todo lo que lleva dentro. Dice Marta Belaústegui que tenía un personaje muy bonito con un recorrido a lo largo de la película estupendo, con un mundo particular que ella se ha creado y con un sentido del humor muy sutil. Así que lo que trató fue de disfrutar. Finalmente Eva Pallarés construyó a una chica normal superando la profesión de prostituta con la que se gana la vida su personaje.

Eduard Fernández comentó que en este mundo del cine todos los intérpretes son personas obsesivas. Esta profesión sólo se aguanta con pasión. Después viene una parte racional, de técnica, que es la que te enseña a saber introducir la pasión en el personaje de la manera que éste lo requiere. Irene Visedo compartió la misma opinión: es una profesión muy inestable, así que si no estás centrada te desequilibras, aunque matizó que prefiere tomar las decisiones con las tripas más que con la cabeza.

También hubo tiempo para hablar de los Goyas. Eduard Fernández intervino para señalar que la gala de este año fue fantástica, que dio una muestra de la unidad que existe y estableció una normalidad. En nuestro cine tiene que caber de todo, el arco político completo, autonómico... Eva Pallarés añadió que vivimos un buen momento, tal vez porque cada vez se consumen más series de ficción en televisión. Están entrando muy bien a la juventud y eso hace que se realicen más y mejores.

Ángel Durández indicó que no hay que dejarse llevar por la euforia y es necesario seguir trabajando para que el espectador tenga la sensación de que merece la pena ver películas españolas. Como carta pendiente se debe abrir a otras latitudes, realizar acuerdos con los países latinoamericanos a los que nos une un mismo idioma para crear un mercado, un interés y unas estrellas que tiren del público.

A modo de pequeño anecdotario: Contaba Beda Docampo sobre cómo se gestó la película en su cabeza. Todo en esta vida, surge de un cúmulo de circunstancias.

La primera le lleva a su adolescencia, cuando su tío de La Coruña le regaló El quijote. Su padre le dijo: «es la historia de alguien cuerdo que se vuelve loco y muere cuerdo». Aquello le rebeló y a la vez le sirvió como visión de un pasado que volvía al presente, algo que utilizó como técnica en la película.

La segunda es el Museo del Prado y los cuadros de pintura flamenca que allí se exponen. Paseando por esta sala se preguntó qué le ocurriría si de pronto uno de esos barbudos tuviese su misma cara. Sin duda es el motivo del largometraje. Decir que el cuadro que sirve de base a la película no existe realmente, ha sido una pintura elaborada a propósito para el film.

Finalmente interviene una parte imaginativa que existe en todos los amores, donde parte del otro lo ponemos nosotros mismos y que es la esencia de esta película.

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