miércoles, 10 de febrero de 2010

Piedras en los bolsillos retrata el mundo de los figurantes

Una pieza teatral que va mucho más allá de dos actores interpretando dieciséis personajes


Martes 9 de febrero de 2010. Teatro Lara. Madrid


Cartel de la obra Piedras en los bolsillos
Cartel de la obra Piedras en los bolsillos
Me divertí viendo Piedras en los bolsillos. Lo que a priori parece un simple juego en el que dos actores dan vida a todos los personajes de una película logra también dejar un poso, pues esconde una reflexión moral sobre aquello que deseamos y lo muchas veces frustrante del camino que nos hace conscientes de la imposibilidad de alcanzar esos sueños. Marie Jones, la autora, habla de ese punto en que nos conformamos con sobrevivir para contarnos lo que perdemos entonces. Y lo hace con sonrisas, con empeño. Sí, antepone el espectáculo a la vida, pero acaba empapándolo de ella, de la humanidad que tienen las personas que lo hacen. Sin duda un bonito homenaje a los figurantes, a su trabajo callado, y una indagación sobre sus sentimientos, anhelos y deseos, que no distan nada de los que tenemos todos.

Domina lo cómico en la obra y casi todo se aborda con humor. Un humor británico que ha sido tamizado por lo español y lo andaluz. La verdad es que Juan Cavestany realiza una labor impresionante de adaptación para acercar toda la historia a nosotros mismos. No sólo los personajes tienen nombres españoles, sino que hablan con nuestros acentos y caminan por nuestra geografía.

Abunda lo andaluz, si es que se puede aplicar ese etiqueta de una manera denotativa y no es un mero termino connotativo. Suena en la voces, sobre el suelo que pisan, en el desparpajo que muestran... Pero yo lo veo también más allá: en el sentido más trágico de la vida y, sobre todo, en la asunción del destino.

Fernando Tejero y Julián Villagrán en una escena de Piedras en los bolsillos
Fernando Tejero y Julián Villagrán en una escena de Piedras en los bolsillos
En el cine, a un plano le sustituye el siguiente. Con ellos avanza la acción y el paso de uno a otro supone una elipsis que nos marca las diferencias, los saltos... En la obra se va de lo cómico a lo trágico de una manera similar. Pero más sorprendentes son aún los cambios de personaje que realizan los actores: transcurren en un segundo y se percibe la chispa mágica que los transforma para abandonar a uno mientras se convierten en otro. Basta un gesto, una característica del personaje, un brillo en los ojos, un poner un pie delante del otro.

Gran parte de la magia que se consigue en las transformaciones se debe al director de la obra, el argentino afincado en Madrid Hernán Gené que es un gran experto tanto en técnicas teatrales como de clown. Lo hace con las herramientas más simples, apoyándose en la potencia de lo más humano para crear el universo de cada uno de los personajes.

Los actores, Fernando Tejero y Julián Villagrán, le siguen a la perfección para interpretar con sus indicaciones el excelente texto y acompañarlo con un generoso teatro de gestos. Son flexibles, polivalentes, ingeniosos, creativos. Saben explotar su gracia con maestría, pero cuando más destacan es cuando tiran del corazón. Logran las carcajadas del público y una sentida ovación al terminar. Sin duda hay mucho de la obra en ellos.

Villagrán se encarga de la música de la obra. En una escena toca la guitarra en directo, y canta acompañado por Tejero para interpretar a dúo la canción de Piedras en los bolsillos, su banda sonora. No suena mal. Después viene el homenaje al cine musical, y los dos actores se lanzan a un frenético popurri de bailes con el que desbordan su alegría.

Villagrán y Tejero se encargan también de los efectos especiales, y ellos interpretan los sonidos de los objetos que en realidad no están sobre el escenario pero que el espectador seguro que ve. Su ingenio lo reemplaza todo para que nada se eche en falta.

Es el trabajo del actor la esencia del teatro. Ese es el mensaje principal que el texto envía haciéndolo explícito al final de la función. «Si nadie nos da trabajo, el trabajo lo crearemos nosotros: no necesitamos ni dinero, ni teatro, ni luces, ni nada, sólo actores, amor al teatro y ganas de hacerlo».

He dejado para el final la escenografía. Resulta un tanto de circo, con una pista redonda de madera sobre la que actúan, con un baúl enorme de mimbre llevada de un punto a otro para convertirse en cualquier cosa, con dos cajas, con una silla y con pocos elementos más. Detrás tenemos una pantalla que se ilumina en diferentes colores para reflejar la luz del alma de los personajes o señalar su estado de ánimo. Todo pensado para pedir al espectador que use su imaginación, que por una noche no sea vago.

A modo de pequeño anecdotario: Marie Jones es una actriz irlandesa que un día se quedó sin trabajo, así que, desde su desesperación, se puso manos a la obra y creó esta pieza que se mueve entre el juego, la broma y los deseos. Surge en un inicio como un experimento teatral escarbando en la trastienda de la industria cinematográfica para terminar encontrando la esencia del actor. Consigue estrenarse en el Lyric Theater de Belfast. Después le sigue una gira provincial y en 1999 participa en el Edinburgh Fringe Festival, lo que le abre las puertas de Londres. En el 2001 consigue los premios Laurence Olivier de mejor Comedia y mejor Actor. Ese mismo año es nominada a tres premios Tony.

No hay comentarios: