Tom Stoppard en el centro durante la presentación de la publicación por parte del CDN de su obra La costa de la utopía. Le acompañan Gerardo Vera y la traductora
En estos días, en los que el Centro Dramático Nacional (CDN) está representando la obra
La realidad del dramaturgo Tom Stoppard, se presenta también su trilogía
La costa de la utopía, editada por el propio CDN. Por dicho motivo se organizó un encuentro con el autor en el que Gerardo Vera, director del CDN, anunció que el organismo público acometerá la representación de la trilogía en la temporada 2011-2012. Es una apuesta arriesgada que por un lado les hace sentirse felices y por otro preocupados por la responsabilidad adquirida. Aprovechó el director para afirmar que los personajes de la obra son de gran envergadura emocional, luchadores por la libertad y con compromiso tanto humano como político. Esta obra sirve para trasladarnos a las utopías que nos traído hasta el siglo XXI.
Por su parte, Marcos Ordoñez se encargó de hacer un repaso completo de
Viaje,
Naufragio y
Rescate, las tres obras que componen
La costa de la utopía. Lo hizo con pasión, reflejando su sentimiento de que, frente a lo que la realidad ofrece, el mundo de la obra le resulta más vivo e intenso. Durante nueve horas y a través de vidas cruzadas, se observa a artistas y revolucionarios rusos (el anarquista Mijaíl Bakunin, el crítico literario Vissarion Belinsky y el pensador de la revolución campesina Alexander Herzen). Nos da una imagen de la izquierda prerrevolucionaria, «cuando la izquierda no era triste» remata Ordoñez.
Tom Stoppard, con un tono pausado, comenzó su diálogo diciendo que un escritor no debe estar mediando entre su obra y el público potencial. El resultado final del trabajo del autor es el texto dramático. El autor es quién más sabe sobre él, pero el proceso mediante el que se construye no es prefijado y se toman decisiones que luego, al contrario de lo que se piensa, el autor no puede explicar. En realidad todo proceso creativo está sujeto a las casualidades. Como la historia que nos contó a continuación para ilustrar de forma oblicua su pensamiento: Cuando en Londres se decidió representar la trilogía comenzaron un taller para realizar las lecturas. Pararon para comer y uno de los actores tomó un taxi para cumplir con una cita previa. Al volver les dijo que el taxista le había contado que un avión se había estrellado contra una de las torres gemelas en Nueva York. Continuaron la lectura y a la media hora les pasaron una nota que decía que que un segundo avión había impactado contra la otra torre. Ésta, la del comienzo del taller y el 11-S, es una conjunción muy profunda, pero carente de sentido. Es así que un autor puede contar el estado de ánimo que le movió a escribir tal o cual cosa, pero ésto nada tiene que ver con la obra. El 11-S es un buen punto para comenzar una reflexión sobre los que se dedican a la cultura. Ante una desgracia como aquella se puede pensar que la psique social se movería y que la gente podría dejar de interesarse por la cultura. Pero, ¿quién querría defender un mundo donde no hubiera espacio para el arte? Quizá el 11-S podría haber abierto un debate sobre si los autores deberían tratar asuntos más serios a partir de entonces, pero la realidad dice que le tiempo y la conmoción pasan, y que uno vuelve a su vida de siempre.
La costa de la utopía transcurre entre los años 1833 y 1868, y trata del deseo humano de crear y alcanzar la utopía, de llegar a una sociedad justa. Stoppard se dio cuenta que estaba escribiendo sobre el comunismo cuando éste estaba terminado su ciclo en la Unión Soviética. Repasando el texto no lo parecía, el comunismo estaba más vivo que nunca. Cuando terminó de escribirla, todo se había acabado. Se dio cuenta entonces que no se puede explicar lo que hay dentro de uno. En ese sentido la obra emprende una cruzada frente a la historia documentada. Se necesita fe en la utopías para ir a buscar esa sociedad justa. La obra tiene vida propia y si entonces los enfrentamientos eran políticos, ahora lo son religiosos.
Marcos Ordoñez, Gerardo Vera, Tom Stoppard y la traductora durante la presentación de la publicación por parte del CDN de La costa de la utopía
A continuación se inició un turno de preguntas por parte del público. La primera de ellas iba enfocada hacia las mujeres de la época como complemento hacia la visión masculina institucionalizada de aquellos años. Respondió Stoppard que en mil ochocientos treinta y tantos casi no había mujeres que difundieran su pensamiento ante la sociedad. Ahora nos hemos acostumbrado rápidamente a que el 50% de las voces sean femeninas, pero en el tiempo de la obra, ellas no participaban, así que sus personajes mujeres no son históricos, pero también tienen -en palabras de Gerardo Vera- una envergadura impresionante que mantiene el equilibrio en la obra.
Preguntado sobre el papel de los intelectuales en nuestra sociedad, contestó que su rol es el de responderse a sí mismos y a los demás sobre los problemas políticos, que no son otra cosa que problemas morales sobre lo fundamental -el bien y el mal-. Pero, curiosamente, para un niño todas esas cuestiones son claras y transparentes.
Como el diálogo se estaba yendo por lo transcendental, Stoppard realizó un inciso para decir que
La costa de la utopía no son ocho horas de discursos filosóficos, sino que representa un mundo humano en el que los personajes están haciendo lo mejor que saben hacer en todos los campos (política, amor...). La mayoría de ellos fracasan, pero aún así se ríen. Todo en la vida funciona como una comedia, y en ese sentido la obra también.
El autor, que ha pasado el último año realizando dramatizaciones para la televisión, dijo que lo peor que le puede pasar al teatro contemporáneo es que a los niños se les diga que es bueno para ellos y su formación. La realidad es que el teatro no deja de ser un espejo de nosotros mismos y al mismo tiempo un placer.
Con relación a una supuesta mistificación de las revoluciones a pesar de que éstas hayan terminado traicionándose a sí mismas, Stoppard dijo ser escritor de teatro y no un experto sobre los temas que escribe. Adquiere conocimientos mientras prepara, investiga y se documenta, pero después no piensa mucho más en ello.
Como consejo a los estudiantes les dijo que no vale cualquier instante para escribir, que para hacerlo deben estar trabajando en la obra con todos sus sentidos. Señaló también que Londres está llena de teatros en busca de obras y autores.
Dice uno de sus personajes en
Realidad que la diferencia entre el teatro y la vida real es que en el primero tienes tiempo para para pensar la réplica. Este encuentro, comenta el autor mientras sonríe, ha sido un claro ejemplo.
A modo de pequeño anecdotario: Stoppard nació en Zlín, Checoslovaquia, en el seno de una familia judía. Su verdadero nombre es el de Tomáš Straussler, pero su madre huyó de Checoslovaquia y se instaló como refugiada en Darjeeling, donde conoció a un oficial británico con el que se casó y que reconocido a Tomáš con su apellido: Stoppard.
Ha realizado muchos trabajos. Además de dramaturgo y guionista de cine, Stoppard fue periodista y también crítico teatral. Destaca también como activista en la lucha por los derechos humanos, habiendo sido directivo de Amnistía Internacional, colaborador del Committee against Psychiatric Abuse (Comité contra el abuso psiquiátrico) y patrono de la revista Index on Censorship, dedicada a denunciar ataques contra la libertad de expresión en el mundo entero.
Tom Stoppard tiene el título de Sir y ha sido condecorado con la Orden del Imperio Británico (Order of Merit, OM), es Commander of the British Empire y miembro de la Real Sociedad de Literatura del Reino Unido. El movimiento Carta 77 creó en Estocolmo el Premio Tom Stoppard para premiar a autores de origen checo.
Ha trabajado en los guiones de películas como
Brazil,
El Imperio del Sol,
La Casa Rusia,
Shakespeare in Love (por el que consiguió un Óscar) y
Enigma. También se afirma que colaboró con George Lucas en
Star Wars Episodio III: La venganza de los Sith para mejorar los diálogos, aunque no aparece en los títulos de crédito.
Y ha tenido tiempo también para escribir una novela:
Lord Malquist and Mr Moon.