He pasado el fin de semana en Bilbao. Me fui a tomar unos «pintxos». Era la primera vez que estaba y me impresionó encontrarme con una ciudad tan grande en la que vivir se hace de una forma sencilla. Donde los paseos se llenan de gente que va y viene, mira y espera, ríe y camina. Es una ciudad moderna y alegre, en construcción -como nos pasa siempre en Madrid-, con sus bares rellenos de saber gastronómico y conversaciones de futbol. Caminar por sus calles y plazas es una delicia, sobre todo si acompaña el sol. No encontré ninguna tensión, no vi por ningún lado esa ciudad crispada y dividida por el plan Ibarretxe y el terrorismo que intentan reflejar en la televisión. Creo que los vascos han encontrado el camino de vivir su vida, como la quieren y como se merecen. No sé si lo ha enseñado la ría, que separaba en dos la ciudad y que hoy en día es un hilo conductor que mezcla y confunde ambos márgenes. Entre una orilla y otra siempre hay un puente que cruzar.
Caminé mucho en dos días para poder respirar el aire de tantos sitios con encanto, para verlo todo. Lo único malo, lo cansado que estoy hoy.
lunes, 14 de marzo de 2005
De vuelta de Bilbao
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