miércoles, 10 de abril de 2013

Los colegas, la rumba y que no falte el buen rollito

Desde la azotea del Círculo de Bellas Artes despega La Pandilla Voladora y su gira ¡Del deporte también se sale!


Miércoles 10 de abril de 2013. Círculo de Bellas Artes. Madrid

Cartel de la gira ¡Del deporte también se sale! de La Pandilla Voladora
Cartel de la gira ¡Del deporte también se sale! de La Pandilla Voladora
¿Por qué? Porque es un concierto que contagia el buen rollo desde el escenario y entre rumbas
Pocas vistas de Madrid hay que impresionen más que las que uno vislumbra desde la azotea del Círculo de Bellas Artes. Desde allí arriba la ciudad parece estar a los pies de quien la contempla para que pueda, con los dedos, ir trazando entre las calles toda una geografía de sus recuerdos. Es, en cierta forma, un lugar donde jugar a reconocer sitios por pequeños indicios y visualizar una panorámica de la capital diferente y completa, distinta de la que podemos hacernos con los mapas que la representan tan plana pero que nunca la abarcan. Todo Madrid se extiende a sus pies, con una estampa diferente para cada uno de los cuatro puntos cardinales. Sin querer, solo por el lugar, a todo lo que allí pasa se le adhiere un cierto aroma a magia, a momento inimitable. Así ocurrió también, no podría haber sido de otra manera, con el concierto de La Pandilla Voladora.

La Pandilla Voladora no es un grupo al uso, es algo diferente y hasta cierto punto inimaginable, es la «confluencia galáctica de la rumba más canalla». Son tiempos difíciles en los que se necesita apoyarse los unos en los otros, en los que hay un deseo de cambiar el rumbo, pero sobre todo de buscarse las castañas con ingenio. No sé cual de estos tres motivos ha convencido a Muchachito Bombo Infierno, Tomasito, Albert Pla, Lichis y El Canijo de Jerez (Los Delinquentes) a juntarse para explotar los cinco su vena artística, aunque esta vez hayan decidido hacerlo en equipo. Ataviados con capa y antifaz saltan al escenario como si fueran superhéroes de barrio que diría Kiko Veneno, otro artista que no está pero al que se siente cerca, no en vano el concierto comienza con En un mercedes blanco. Todos llevan una «pe» mayúscula sobre su pecho, la mayoría bordada, salvo Tomasito que se la ha pintarrajeado en el cuerpo, es lo que tiene ser tan calorífico y no usar camisas ni camisetas.

Se presentan con sorna, explicando que a esta gira la han llamado ¡Del deporte también se sale! porque ellos lo están intentando con todas sus fuerzas. Ese Spanish Tour despega con el coraje de los que no se rinden nunca. A los cinco les acompañarán en esta gira otros tres músicos excepcionales: Diego Cortés -guitarrista habitual de Albert Pla-, David Sáenz de Buruaga y el batería Tino de Geraldo.

¿Qué pretenden con La Pandilla Voladora? La verdad es que no hay que darle muchas vueltas a la respuesta porque resulta muy sencilla: estar a gusto o como ellos dicen ponerse «agustisísimo». En realidad, reivindican la postura vital de Tony Curtis, un ídolo para todos ellos, así que cada vez que pueden explican que «hay que ponerse hasta arriba y disfrutar en la vida como lo hacía Tony Curtis», no hay otro secreto. La verdad es que les funciona, ellos se lo pasan bien y el público también, contagiado por su irreverencia y sobre todo por el ritmo de sus rumbas que van haciendo que los pies empiecen a moverse solos al compás, que las palmas fluyan y que las caderas no paren de bailar. Es imposible quedarse quieto o no canturrear con ellos los himnos del repertorio que han elegido. Son canciones de cada uno de ellos pero revisitadas por todos. Suenan La lista de la compra, Felicidad, La fábula del hombre lobo y la mujer pantera, Joaquín, el Necio, Insolación, El lado más salvaje de la vida, Soy rebelde, El aire de calle, La primavera trompetera, La mujer del tuerto, Camino del hoyo, Sobreviviré, Siempre que quiera, Será mejor, Azul… Letras pegadizas, palmas y mucho ritmo.

La Pandilla Voladora (Lichis, Albert Pla, Tomasito, Muchachito Bombo Infierno y El Canijo de Jerez) en la azotea del Círculo de Bellas Artes antes de comenzar el concierto
La Pandilla Voladora (Lichis, Albert Pla, Tomasito, Muchachito Bombo Infierno y El Canijo de Jerez) en la azotea del Círculo de Bellas Artes antes de comenzar el concierto
La Pandilla Voladora desparrama porque ellos son así y no pueden evitarlo, va con su naturaleza. Cantan, tocan y se apoyan en el público que se muestra entregado en todo momento. Me gusta mirar a Albert Pla, encerrado en su propio mundo y disfrutando como nadie; canta todas las letras, rasga su guitarra con fuerza una veces y otras la desenchufa para moverse por el escenario y acercarse a la gente, animándose mutuamente con ellos. Lichis está serio, ensimismado en marcar con su bajo el pulso del corazón de la banda. Sobre Muchachito y sus guitarras también descansa gran parte del peso musical de la Pandilla, así que también se muestra concentrado. A Tomasito le toca dar espectáculo; corre frenético, bate palmas y taconea su arte más flamenco mientras se va desnudando, siempre le puede su exhibicionismo y el calor que siente tan arropado. El Canijo está en el punto medio, entre un lado y el otro, así que se divierte con responsabilidad.

A medio concierto se van todos y dejan allí, solo ante el peligro, a Diego Cortés. No se amilana y demuestra su arte haciendo maravillas con las manos y la guitarra que suena y suena. De ella consigue nuevos sonidos e incluso nos engaña, pues nos parece a veces que suenan dos, ya que Cortés es capaz de tocar con su mano derecha y su mano izquierda a un mismo tiempo. Otras, la madera de su instrumento se convierte en un cajón de percusión a sus golpes rítmicos que se van haciendo étnicos con los gritos de su voz. Parece que la música está dentro y va saliendo como impulsada por la propia noche a través de su cuerpo, como si estuviéramos en una sesión de magia negra y vudú.

A la Pandilla Voladora tal vez les falte acoplarse un poco más, algún que otro ensayo, pero eso irá llegando con el rodar de los conciertos que les llevará a ajustarse. Lo que traen de serie es ese colegueo y un buen rollo que se disfruta. Es bueno dejarse llevar durante hora y media por su música, y darse cuenta que todos nos sabemos cada una de las canciones, sean de quien sean, y que en el fondo estaban predestinados para cantar juntos. Me volví a casa con una sonrisa porque hacía tiempo que no me divertía tanto en un concierto.

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