martes, 19 de marzo de 2013

El garabato de una película estrellándose

Los amantes pasajeros es la nueva película de Pedro Almodóvar

Cartel de la película Los amantes pasajeros
Cartel de la película Los amantes pasajeros
¿Por qué? Porque no pasa de esperpento.
En cierta manera Los amantes pasajeros es un tributo de Almodóvar a su propio cine y para ello realiza, como en la alta cocina, una especie de «deconstrucción» de una comedia. A mí no me gustó. Me explico: lo primero es que a la historia le falta una mínima profundidad, vamos, que la película vaya de algo, por tonto que esto sea. No sé por qué, pero el director ha hecho de la anécdota y el cameo el principal objetivo en la película. Y es una lástima, pues medios artísticos y técnicos tenía, esos mismos que muchos no logran conseguir. Y eso es lo que da rabia, lo que te deja cara de idiota, el hecho de que los malgaste por pura excentricidad. Al terminar, cuando aparecieron los títulos de crédito del final me quedé callado como si aún no pudiera creérmelo. Los miré con atención y en ellos figuraba lo mejor de esta profesión en cada especialidad y sin embargo lo que había visto no era otra cosa que un garabato. Cuando me levanté de la butaca aún tenía la misma cara de tristeza y salí de la sala diciéndome ¡qué pena más grande!

Hacer reír es un arte. Almodóvar lo logró en el pasado y debería recordar lo trabajoso que resulta construir una comedia, lo complicado que es hacer que lo sencillo no sea difícil, lo que hay que andar y desandar para que lo artificioso no ensombrezca lo natural. Y luego la infinita paciencia que se necesita para ir labrando aquello que se convertirá en risas durante la proyección, limando cada frase hasta que sea perfecta. Almodóvar, en Los amantes pasajeros, se ha olvidado de realizar su trabajo de director y así no se hacen las grandes comedias; lo único que puede salir es una película floja, de las que no vas a recomendar ver a nadie que aprecies. A los grandes directores hay que exigirles siempre mucho.

La película chirría por muchos puntos, uno de ellos es el propio avión, su interior resulta falso porque no tiene vida propia y hace que sintamos que lo que estamos viendo ocurre en un decorado. También sucede con las historias colaterales de los que están fuera del avión. Parece que solo tienen lugar para el cameo de turno, lo que hace que la película pierda interés narrativo y se vaya acercando por su construcción a una especie de desfile de «amiguetes» como suele hacer Torrente. Ninguna de esas escenas tiene la menor importancia ni nos aclara nada. Las historias que nos van contando los pasajeros, para que vayamos construyendo el rompecabezas de España, no se desarrollan lo suficiente y todas se quedan cojas, como en el aire. Algunas por superficiales, otras por absurdas, o inconexas o porque tratan de ser provocativas sin conseguirlo, los ochenta ya pasaron y escandalizarse no es lo que era. En el fondo todas ellas se quedan en una mera presentación, como ocurre en las series con el capítulo piloto. Esos capítulos iniciales nunca van a ningún sitio y solo sirven para ponernos delante a una serie de personajes para que el público vaya estableciendo lazos y se pueda ir comparando con unos y otros mientras se sitúa y espera que las cosas ocurran. Son pinceladas que se irán trabajando y cerrando en los capítulos posteriores, pero con el problema de que aquí no hay continuación la semana que viene.

Hay tanto énfasis en esa fragmentación que se pierde el objetivo de mostrar ese mosaico de nuestra situación actual y con él su valor de la visión en conjunto. Nosotros no podemos ser esos viajeros de clase preferente que viven por encima de sus posibilidades y con los que la ciudadanía no tiene otros vínculos que la mala televisión que se hace aquí y que convierte en arquetipos y paradigmas del triunfo a una vidente apocada, una antigua amante del rey que fue actriz en el cine de destape y ahora dirige una red de mujeres dominatrix, un banquero corrupto al que le late el corazón, una pareja de novios en su noche de bodas pasados de drogas y alcohol, un asesino a sueldo o un actor que se busca una salida en un culebrón mexicano. Sí somos, sin embargo, ese avión descontrolado que manejan dos profesionales de lo suyo, cargados de vicios y deseos, que nos gobiernan desde lejos y encerrados en un despacho, con una tripulación de políticos por debajo y a su servicio que es quien tiene que dar explicaciones. Sí somos esa clase turista a la que han servido un somnífero para que no se entere de nada y duerma tranquila, a la que solo se avisa unos momentos antes del caos para que se aprendan el procedimiento de emergencia que se va a aplicar. Sí, nosotros somos esos de quienes abusan los que mandan.

Almodóvar ha hecho lo que ha querido, y eso lo defiendo. A quien no le encuentro explicación es a su entorno, ¿nadie se atrevió a decirle que el emperador estaba desnudo? Me gustaría poder contar maravillas de Los amantes pasajeros, pero la verdad es que apenas si encuentro algo positivo que destacar, quizá solo dos cosas que me han gustado. La primera las estupendas interpretaciones de los tres azafatos (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) y la segunda el numerito que se montan ellos tres con su coreografía del tema musical I’m so excited de The pointer sisters para entretener al pasaje. Ese videoclip insertado tiene frescura y atrevimiento. Por lo demás, no creo que Los amantes pasajeros quede en el recuerdo de nadie.

1 comentario:

repelis dijo...

amazing sort of content appreciate it