La Muestra nos acerca el cine que se hace en otros continentes con la película chilena La nana de Sebastián Silva y la iraní Nader y Simin, una separación de Asghar Farhadi
La X Muestra de Cine y Trabajo que organiza la Fundación Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. llega a su ecuador ofreciéndonos dos visiones de cines lejanos con filmografías que empiezan a despuntar. Curiosamente las dos películas elegidas tienen un punto en común: el servicio.
La nana, buscando su sitio dentro de la familia a la que sirve
La nana es una película con mucha acidez. Es, quizá, la perspectiva nublada de Raquel (Catalina Saavedra), la nana, hacia la familia el centro de la película. No podrá ser nunca un miembro más, pues, a pesar de recibir un trato familiar cargado de buenas intenciones, tener cierta cercanía con los niños que la consideran una segunda madre y recibir regalos el día de su cumpleaños, existe una distancia infranqueable, marcada porque ella cobra un salario y por tanto su labor en la casa es la de una empleada. Aquí se pierden todos los lazos humanos, el cariño deja de valer cuando se intenta asumir una posición que no corresponde. Sin duda hay un entramado social que la película denuncia, pero que el director niega reiteradamente en las entrevistas. Sebastián Silva sostiene que la película es un reflejo que muestra costumbres que él vivió de niño en su casa y que no va más allá, no tiene un objetivo político. Su familia tenía criada, algo habitual allí donde hay más de 500.000 nanas.
Hay mucho de psicológico en la película, y una parte importante es lo que va pasando por la cabeza de su protagonista, la nana, que sufre a una lucha interior. Silva juega con ello, por un lado como centro de la película y como otro como principio de un camino. Cuando Raquel descubre que esa barrera de roles entre patrones y empleados no podrá romperse, se produce la búsqueda de alternativas. Comprará en las mismas tiendas que la señora la misma ropa, pero esto sólo le produce insatisfacción, pues es consciente de que no tendrá oportunidad de lucir las prendas: su vida es igual que la de un presidiario, encarcelada entre las paredes de la casa, atareada con la rutina diaria de su trabajo. Este descubrimiento hace que Raquel se desgaste emocionalmente y comience un camino psicológico hacia los bordes de la depresión. Son unos minutos, pues el director, inteligente comienza un nuevo juego con el que romper la tendencia y atrapar de nuevo al espectador desde otra óptica. Aparecerán diferentes mujeres que van a competir con ella por el puesto. Comienza una lucha por parte de Raquel enfrentándose a ellas. Se sabe unida a la familia por un trabajo que le pertenece y que no va a dejar que se lo arrebaten. Frente a estas mujeres va viendo que el poder que ejerce se le puede escapar. No encuentra soluciones para ella que no es capaz de adaptarse, así que pelea con desproporción y gana, aunque tras la batalla sigue sin poder mitigar su propio conflicto emocional. Es la llegada de Luci (Mariana Loyola) la que lo cambia todo. Ella es diferente, no se deja vencer y le ofrece una comprensión que Raquel necesitaba. Se cuela la alegría en la película que lentamente se va contagiando y trasladándose a todas las imágenes.
La película se sostiene interpretativamente en el gran papel que realiza la actriz Catalina Saavedra, que transmite generosamente el mundo interior de su personaje con gran eficacia y con cierta parquedad en sus gestos. Son sus ojos, tal vez, los que llenan la pantalla para inquietar. Su excelente guion, con una buena estructura narrativa, consigue crear una película estupenda que engancha y entretiene. Con algún altibajo, claro, pero ingeniosa y que sabe introducir con acierto el sentido del humor, incluso en las situaciones más desesperadas. Ver a otros aprendiendo a vivir, a romper su cascarón, resulta siempre interesante. A pesar de que la historia puede resultar a priori algo lenta o introvertida, La nana se podría describir contrariamente como una película ágil. Tal vez sea la magia de una música festiva y alegre la que produce esa sensación y la que nos permite ir escapando de los agobios interiores de su protagonista, tal vez el sentido del humor, tal vez que siempre llegan las sonrisas y domina el optimismo.
Nader y Simin, una separación, ponerse en el lugar de quien juzga
Tal vez Nader y Simin, una separación, del iraní Asghar Farhadi, haya sido la película del año pasado a nivel mundial; quizá solo The artist le haya podido hacer algo de sombra, aunque no en su profundidad. La vida es compleja, está llena de decisiones, de prejuicios, de poner condiciones y de juzgar su nivel de incumplimiento. Nader y Simin, una separación nos habla de tejer la verdad para sostenerla con esos parches y mantenerla sobre ese tinglado con el que la defenderemos con cabezonería.
Simin (Lila Hatami) pide la separación a Nader (Peyman Moaadi), porque quiere irse del país para que su hija pueda tener un futuro diferente y con más oportunidades, más occidental si se quiere decir así y con mayor grado de libertad, lejos de esta sociedad iraní que cada día se va volviendo más intolerante. Aunque ella se ha acostumbrado a esta vida, no quiere ese mundo para su hija. Nader no se lo plantea, su única opción es quedarse y se apoya para ello en la enfermedad de su padre. Su obligación como hijo es cuidarle, siente que no puede dejarle. En realidad es una excusa, quiere seguir con su misma vida sin cambios, sin problemas de los que toda su vida ha huido. Pero las novedades se producen aún en contra de su voluntad, cuando Simin se va de casa todo se le hace diferente. Su hija está más taciturna y a él, con su trabajo, no le queda tiempo para ocuparse de todo. Es así como contrata a una persona que se encargue de los cuidados del padre y la casa, que sustituya en cierta manera el trabajo que venía haciendo Simin en el hogar. Y surgen los problemas que vienen dados por lo que no se cuenta y por las situaciones personales. Razieh (Sareh Bayat), la mujer contratada, tiene una vida difícil, con pocos recursos económicos y mucha escasez. Razieh está llena de secretos, de cosas que se calla para evitar los obstáculos, en el fondo usa las mismas estrategias que Nader. Razieh no le ha dicho nada a su marido de este trabajo, así que lo emprende sin su consentimiento.
Y surge el accidente, la catástrofe, donde cada cual juega sus cartas, escondiendo parte de la mano. Y vienen después los nervios. Es el juez quien debe determinar los hechos. Ese resulta el punto importante, donde el espectador va descubriendo que todos mienten, que cada uno ha construido su red de mentiras con las que defender y sostener su «realidad». Y lo hacen amparándose en que moralmente son inocentes y es el de enfrente quien tiene toda la culpa. Para ello tapan las pequeñas manchas que podrían enturbiar la sensatez de quien debe juzgar. Hacen como que son pequeños detalles sin importante que no varían lo sustancial. En el fondo señalan que los medios, la utilización de sus diminutas mentiras, están siendo justificados por el fin perseguido. Son inocentes con borrones, así que es mejor no mostrarlos no vaya a ser que alguien se despiste y tuerza por el camino erróneo. Ese juego con la mentira, esa maraña que se va tejiendo, crece. Surgen los enfrentamientos, la violencia y las manipulaciones psicológicas. Y la justicia que es ciega tiene que abrirse camino, descubrir la verdad tirando de los hilos y la experiencia. En realidad no hay nada nuevo, ante el juez se sientan a diario personas con las mismas intenciones.
Nader y Simin, una separación es una gran película, con un guion redondo, lleno de giros y bien tramado, que nos desnuda para ponernos al borde de un barranco obligándonos a colocarnos en la piel del juez, a querer descubrir lo que hay al fondo, lo que se calla y se tergiversa a propósito. Nos hace ser minuciosos y sobre todo responsables con la verdad, la única manera de ser justos.
La nana, buscando su sitio dentro de la familia a la que sirve
Cartel del largometraje La nana
Hay mucho de psicológico en la película, y una parte importante es lo que va pasando por la cabeza de su protagonista, la nana, que sufre a una lucha interior. Silva juega con ello, por un lado como centro de la película y como otro como principio de un camino. Cuando Raquel descubre que esa barrera de roles entre patrones y empleados no podrá romperse, se produce la búsqueda de alternativas. Comprará en las mismas tiendas que la señora la misma ropa, pero esto sólo le produce insatisfacción, pues es consciente de que no tendrá oportunidad de lucir las prendas: su vida es igual que la de un presidiario, encarcelada entre las paredes de la casa, atareada con la rutina diaria de su trabajo. Este descubrimiento hace que Raquel se desgaste emocionalmente y comience un camino psicológico hacia los bordes de la depresión. Son unos minutos, pues el director, inteligente comienza un nuevo juego con el que romper la tendencia y atrapar de nuevo al espectador desde otra óptica. Aparecerán diferentes mujeres que van a competir con ella por el puesto. Comienza una lucha por parte de Raquel enfrentándose a ellas. Se sabe unida a la familia por un trabajo que le pertenece y que no va a dejar que se lo arrebaten. Frente a estas mujeres va viendo que el poder que ejerce se le puede escapar. No encuentra soluciones para ella que no es capaz de adaptarse, así que pelea con desproporción y gana, aunque tras la batalla sigue sin poder mitigar su propio conflicto emocional. Es la llegada de Luci (Mariana Loyola) la que lo cambia todo. Ella es diferente, no se deja vencer y le ofrece una comprensión que Raquel necesitaba. Se cuela la alegría en la película que lentamente se va contagiando y trasladándose a todas las imágenes.
La película se sostiene interpretativamente en el gran papel que realiza la actriz Catalina Saavedra, que transmite generosamente el mundo interior de su personaje con gran eficacia y con cierta parquedad en sus gestos. Son sus ojos, tal vez, los que llenan la pantalla para inquietar. Su excelente guion, con una buena estructura narrativa, consigue crear una película estupenda que engancha y entretiene. Con algún altibajo, claro, pero ingeniosa y que sabe introducir con acierto el sentido del humor, incluso en las situaciones más desesperadas. Ver a otros aprendiendo a vivir, a romper su cascarón, resulta siempre interesante. A pesar de que la historia puede resultar a priori algo lenta o introvertida, La nana se podría describir contrariamente como una película ágil. Tal vez sea la magia de una música festiva y alegre la que produce esa sensación y la que nos permite ir escapando de los agobios interiores de su protagonista, tal vez el sentido del humor, tal vez que siempre llegan las sonrisas y domina el optimismo.
Nader y Simin, una separación, ponerse en el lugar de quien juzga
Cartel del largometraje Nader y Simin, una separación
Simin (Lila Hatami) pide la separación a Nader (Peyman Moaadi), porque quiere irse del país para que su hija pueda tener un futuro diferente y con más oportunidades, más occidental si se quiere decir así y con mayor grado de libertad, lejos de esta sociedad iraní que cada día se va volviendo más intolerante. Aunque ella se ha acostumbrado a esta vida, no quiere ese mundo para su hija. Nader no se lo plantea, su única opción es quedarse y se apoya para ello en la enfermedad de su padre. Su obligación como hijo es cuidarle, siente que no puede dejarle. En realidad es una excusa, quiere seguir con su misma vida sin cambios, sin problemas de los que toda su vida ha huido. Pero las novedades se producen aún en contra de su voluntad, cuando Simin se va de casa todo se le hace diferente. Su hija está más taciturna y a él, con su trabajo, no le queda tiempo para ocuparse de todo. Es así como contrata a una persona que se encargue de los cuidados del padre y la casa, que sustituya en cierta manera el trabajo que venía haciendo Simin en el hogar. Y surgen los problemas que vienen dados por lo que no se cuenta y por las situaciones personales. Razieh (Sareh Bayat), la mujer contratada, tiene una vida difícil, con pocos recursos económicos y mucha escasez. Razieh está llena de secretos, de cosas que se calla para evitar los obstáculos, en el fondo usa las mismas estrategias que Nader. Razieh no le ha dicho nada a su marido de este trabajo, así que lo emprende sin su consentimiento.
Y surge el accidente, la catástrofe, donde cada cual juega sus cartas, escondiendo parte de la mano. Y vienen después los nervios. Es el juez quien debe determinar los hechos. Ese resulta el punto importante, donde el espectador va descubriendo que todos mienten, que cada uno ha construido su red de mentiras con las que defender y sostener su «realidad». Y lo hacen amparándose en que moralmente son inocentes y es el de enfrente quien tiene toda la culpa. Para ello tapan las pequeñas manchas que podrían enturbiar la sensatez de quien debe juzgar. Hacen como que son pequeños detalles sin importante que no varían lo sustancial. En el fondo señalan que los medios, la utilización de sus diminutas mentiras, están siendo justificados por el fin perseguido. Son inocentes con borrones, así que es mejor no mostrarlos no vaya a ser que alguien se despiste y tuerza por el camino erróneo. Ese juego con la mentira, esa maraña que se va tejiendo, crece. Surgen los enfrentamientos, la violencia y las manipulaciones psicológicas. Y la justicia que es ciega tiene que abrirse camino, descubrir la verdad tirando de los hilos y la experiencia. En realidad no hay nada nuevo, ante el juez se sientan a diario personas con las mismas intenciones.
Nader y Simin, una separación es una gran película, con un guion redondo, lleno de giros y bien tramado, que nos desnuda para ponernos al borde de un barranco obligándonos a colocarnos en la piel del juez, a querer descubrir lo que hay al fondo, lo que se calla y se tergiversa a propósito. Nos hace ser minuciosos y sobre todo responsables con la verdad, la única manera de ser justos.
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