sábado, 19 de noviembre de 2011

Mil historias, mil formas de contarlas

Tomboy recibe calurosos aplausos del público

Cartel del 49 FICXixón
Cartel del 49 FICXixón
La ciudad de Gijón se siente orgullosa de su Festival Internacional de Cine y no hay en ella un solo rincón en sus calles, escaparate o lugar donde colgar un cartel que no se engalane presumido con él. Es obra, como los ocho anteriores, del diseñador gijonés Marco Recuero. Es innegable su encanto, no sé si por la luz amarillenta de la fotografía, los dos ojos que miran con curiosidad, la línea marcada y recta de un flequillo perfecto, las pestañas con rimel, los poros tapados con maquillaje, por los labios delicados o por el conjunto de la expresión que logra el rostro, tal vez de una joven espectadora ante una pantalla de cine.

Sección oficial. The Future, más «arte» que «cine»

The Future, de la directora y artista Miranda July, arranca con el monólogo de un gato. Son las reflexiones, las explicaciones de los huecos que las imágenes de la película van a dejar. Al principio resulta original introducir un personaje con el que desentrañar la historia que nos va a contar. Jason (Hamihs Linklater) y Sophie (Miranda July) son una pareja a punto de cumplir los treinta y cinco; viven cómodamente, con cierta pereza, pero son felices, se ríen y disfrutan de la vida. Sienten que se hacen mayores, que el futuro se les hace presente y piensan que con la edad les debe llegar la obligación de tomar responsabilidades, de dejar ya de posponer la siguiente etapa en la que deberían estar inmersos. Mirando hacia atrás perciben que no han vivido la vida que soñaron, se sienten incompletos, y en ese repaso se bloquean tratando de reinventarse. Jason se busca mostrándose atento a las señales que vienen de fuera, como si necesitase un guía externo para vivir, y Sophie toma el camino clásico de familia tradicional, algo que resulta inexplicable en la película. La pareja salta en pedazos sin haber sido capaces de entender que su relación, tras cuatro años, aún estaba comenzando.

Buena fotografía e ingenio son las armas con las que despega, y en los primeros minutos la forma de narrar, las imágenes del principio y la historia van atrapando al espectador que encuentra puntos de contacto, similitudes y complicidades con los personajes. Luego se va cargando de cierto nihilismo con el que expresar la vaciedad de la vida moderna tan dependiente de Internet. Después viene el declive: la división del tiempo en dos líneas paralelas, el surrealismo… Incluso los monólogos del gato empiezan a resultar cansinos. Pero es el diálogo de Jason (Hamihs Linklater) con la luna su mayor déficit, pues muestra a las claras que la directora ha elegido contar los sentimientos de sus personajes directamente con palabras, insegura de si ha podido o no transmitir todo lo que quería con las imágenes que ha ido construyendo en la película. Es el punto en que el espectador se despega totalmente de la película y pierde la mayor parte de la curiosidad, pues The Future se precipita por otro camino, el de lo artístico, lo simbólico y la dosis de ciencia-ficción, elementos todos que empañan los resultados, cayendo sobre la película como una losa y haciendo que la segunda mitad de la película se emborrone y tire por tierra el excelente trabajo de la primera parte.

Michael Glawogger. Haiku, trabajamos por dinero para gastar

Haiku es un pequeño cortometraje de Michael Glawogger, cineasta al que el Festival rinde homenaje este año al proyectar su última película en la sección oficial y dedicarle una retrospectiva de su obra. El corto destaca por su fuerza, ya que en tres minutos logra transmitir la dureza y monotonía del trabajo. Lo hace con la repetición de algunas imágenes y de la frase «dinero para la compra», pero sobre todo con el ritmo acompasado de los sonidos de una acería que funcionan como potente corazón de Haiku.

Michael Glawogger. Workingman’s Death, el esfuerzo de ganarse un jornal

Una escena de la película Workingman’s Death
Una escena de la película Workingman’s Death
En Europa se cierran las acerías para convertirse en museos de ocio y entretenimiento. Uno de estos casos es el de Düsseldorf donde han transformado una de ellas en un lugar turístico donde al caer la noche se proyecta un espectáculo de luces. En Europa buscamos trabajos cómodos, de despacho, alejados de lo manual y hay que irse a otros países para mostrar que las condiciones de los trabajadores no han mejorado mucho. Para ello, Michael Glawogger, visita cinco lugares del planeta desde los que mostrarnos esta aplastante realidad. Elige una mina en Ucrania, cargadores de azufre en Indonesia, un supermercado de carne en Nigeria, un desguace de barcos en Pakistan y una fábrica siderúrgica en China.

Son trabajos extenuantes realizados en las peores condiciones y casi siempre de forma ilegal, de dureza extrema que consiguen hacernos sentir que arrancamos las vetas de carbón con nuestras propias uñas, haciéndonos arrastrar por sus angostas galerías, sintiendo la claustrofobia, transportando pesadas cargas sobre nuestras espaldas mientras los turistas nos fotografían, desollando entre barro la carne de centenares de vacas cada día. Workingman’s Death es un documental convertido en un reflejo de la injusticia global de este mundo, donde vemos hombres –nunca aparecen mujeres- trabajando o hablando de su trabajo, describiendo su día a día con normalidad, nunca les parece que hagan nada extraordinario, simplemente están ganándose su pequeño jornal. A veces lo hacen en entornos naturales de gran belleza, pero ni siquiera lo perciben, pues el esfuerzo que requieren sus tareas convierte en invisible para ellos esos paisajes.

Rellumes. Tomboy: Laure quiere ser Michael

Cartel de la película Tomboy
Cartel de la película Tomboy
La directora francesa Céline Sciamma firma una gran película que el festival proyecta en la sección Rellumes. Nos habla de identidades sexuales en formación, de descubrimientos que se afianzan y que se muestran aunque aún no haya capacidad de verbalizarlos en esa etapa de la infancia, de decisiones y de juegos. Laure quiere ser Michael y aprovecha que su familia se muda a un nuevo domicilio para presentarse así a la pandilla de críos del edificio. A todo problema siempre hay una solución por rocambolesca que parezca, pues seguir adelante es mejor que pararse a descubrir el engaño. En toda acción queda un resquicio, un pequeño riesgo de ser descubierta, y eso genera adrenalina a los dos lados de la pantalla. Vivir es eso.

El engaño no puede durar, tiene fecha de caducidad: el final del verano, lo que genera una curiosidad por ver de qué forma se resolverá la situación. Se hace sin resquicios, con naturalidad, pero de forma rotunda. Las últimas escenas se plasman precisas, no permitiendo lugar para los equívocos, sabemos que no ha sido un juego, sino que hay una determinación en su protagonista, que no tiene confusiones ni dudas y que sabe lo que siente.

Tomboy es una delicada película, hecha con mucha sensibilidad, bien construida, estupendamente filmada y con un guion sólido que el público agradeció con sonoros aplausos a su finalización.

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