domingo, 19 de junio de 2011

Un cuento chino para una vida que es un sinsentido

La tercera película de Sebastián Borensztein llega a España después de haber cosechado un gran éxito en Argentina

Cartel de la película Un cuento chino
Cartel de la película Un cuento chino
A casi todos nos gustan esos personajes cargados de manías, que no siguen las modas, un tanto taciturnos, demasiado meticulosos, huraños incluso. En la vida no los soportamos a nuestro lado, pero en el cine... Nos reímos con sus comportamientos exagerados y les acompañamos porque también sabemos que tienen su corazoncito. En el fondo somos curiosos, así que lo que nos intriga es llegar a conocer qué les ha llevado hasta ese punto, dónde se hicieron diferentes y por qué. Un personaje de este tipo nos permite movernos entre la más divertida comedia y llegar con él al punto más dramático, a ese en el cual nos quedamos a solas con nuestras propias verdades. Son, con certeza, quienes nos hacen mirar dentro y ver la vida, lo absurdo de algunas de nuestras posiciones, desde fuera, desde donde llegan a parecernos grotescas. Son la paja ajena que podemos convertir en viga nuestra. Y nos gustan sobre todo porque sabemos en qué se quedan si les quitamos esas manías. Bajo ellas, en esa piel dura, nos topamos con personas íntegras, necesarias para estos tiempos, porque son los únicos que saben usar la justicia con bondad, la única que vale. Son los equidistantes entre la vida y los demás, los antihéroes que nos dan la verdadera medida de todo.

Así es Roberto, el personaje que interpreta Ricardo Darín en Un cuento chino. Alguien solitario que colecciona muchas cosas, con un comportamiento hostil hacia los demás, que vive dentro de sí, utilizando el pasado como una coraza, que no quiere que nada cambie porque piensa que todo le traerá más dolor. Mejor dejar las cosas como están. Se niega a vivir en nuestro tiempo porque en el fondo «la vida es un gran sinsentido, un absurdo». Recorta noticias imposibles que pega en las hojas de unos grandes cuadernos negros, que guarda como almanaques de la estupidez humana.

El hosco personaje que siempre espera con la mirada fija en su destartalado reloj de mesilla a que marque las 23:00 horas para apagar la luz y empezar a dormir se nos hace entrañable porque según van pasando las escenas, con sus giros, sus comportamientos, su buen corazón sabemos que hay una esperanza, un tiempo mejor que está por venir, diferente, que nos hará felices. Le miramos con otros ojos por lo que intuimos que ocurrirá, con los mismos con los que le ve Mari (Muriel Santa Ana) desde hace tiempo. Compartimos con ella su cariño hacia él y también su descripción: «Sos gruñón, ermitaño, sensible, bueno y además tenéis esa mirada que me mata».

Huang Sheng Huang, Ricardo Darín, Muriel Santa Ana y Iván Romanelli en una escena de la película Un cuento chino
Huang Sheng Huang, Ricardo Darín, Muriel Santa Ana y Iván Romanelli en una escena de la película Un cuento chino
Otro gran acierto resulta de fortalecer a Roberto con la rotundidad de lo innegable y usar esa misma capacidad para cuestionar toda autoridad que no sabe comportarse como tal. Un policía o un funcionario de una embajada son servidores públicos que no se pueden extralimitar convirtiéndose en arbitrarios por el simple hecho de estar al otro lado de una mesa o vestir un uniforme que les proporciona una autoridad que ni es absoluta ni les exime de cumplir la ley, ni tampoco de lo que es a todas luces justo.

Un cuento chino es también una película de convivencia entre culturas diferentes, entre personas, en el fondo, que parecen vivir constantemente en las antípodas. A la vida de Roberto llega por causalidad Jun Quian (Huang Sheng Huang), un chino. Así se encuentran dos personajes que hablan idiomas distintos, pero que antes, y por sus medios, ambos habían ido olvidando lo que es la comunicación. Dos seres que han decidido vivir aislados, cargando con sus tragedias sobre las espaldas. Personajes que necesitan una mirada dulce, pero que niegan cualquier posibilidad de que se produzca con constancia, pues la distancia con los demás es una norma impuesta al levantarse cada día.

Cierto que son culturas diferentes, pero en esa diferencia no está la distancia real entre los personajes, no les servirá de excusa a ninguno de los dos. Su negación a vivir la vida que llega cada mañana con alegría es lo que los une, lo que les hace iguales, a pesar de que no se entiendan. A Sebastián Borensztein, el director, la situación, le permite reírse también de algunas costumbres argentinas. Aunque también sabe ponerse serio al explotar un sentimiento nacional de tristeza hablando de su guerra perdida, batallas desiguales que no sirvieron para nada sino para forjar una herida en quienes lo vivieron. Explicar a un chino Las Malvinas sirve para teñir la cinta de la misma sustancia que lleva Roberto por dentro.

Borensztein teje una historia vital con mucho humor, con tiempo y con excelentes maneras de buen cine. Una historia de coincidencias, con recortes que nos van haciendo cambiar la mirada, de gente que pasa a nuestro lado cada día sin que apenas sepamos nada de ellos.

Además de por el guion, su comicidad y las buenas interpretaciones del elenco, Un cuento chino sobresale en lo estético. Cada detalle está cuidado hasta el extremo. El aire que envuelve la película combina la nostalgia con el humor. En el paladar nos sabe a cine clásico, tanto por sus tomas, su fotografía y la estupenda música que acompaña las secuencias.

Un cuento chino es una película divertida que entretiene.

A modo de pequeño anecdotario: El papel que interpreta Muriel Santa Ana en la película no es extenso, pero sí importante, pues funciona de pegamento invisible que va uniendo aquellas cosas que se rompen. Es una mujer que ha alcanzado buena fama en la televisión argentina donde ha sabido destacar. En paralelo mantiene otra actividad, forma parte de un grupo de música experimental rock-pop teatral junto a otros cinco actores reconocidos de Argentina (Mike Amigorena, Luciano Bonanno, Mariano Torre, Julián Vilar y Víctor Malagrino). El grupo se llama Ambulancia.

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