El viento en un violín es la nueva producción teatral de Claudio Tolcachir y su compañía de teatro alternativo argentino Timbre 4
Martes 30 de mayo de 2011. Matadero - Naves del Español. Madrid
Cartel de la obra de teatro El viento en un violín
Ser madres es un deseo, un impulso, de Lena y Celeste, las dos protagonistas de El viento en un violín; una echa de menos algo que perdió, la otra necesita un cambio porque siente que le falta no sabe qué, pero es consciente que precisa cordura, que se acaben sus cambios de humor. Darío está en tratamiento con un psicoanalista, pues según su madre no termina de arrancar, de ser un bicho raro que se va quedando atrás. Los tres son personas con ausencias, que juegan en la vida con cartas marcadas. Con las viejas fórmulas de la clase social a la que pertenecen, distantes, porque es aquello que han aprendido. Lo demás hay que deducirlo, o lo que es lo mismo, vivirlo.
Las historias más cotidianas, las que ocurren a diario, de la mano de Claudio Tolcachir cambian el rumbo, como si les cortara el plástico que las envuelve con el filo de una navaja y así nos permitiera ver un interior sin deformaciones, lo humano que hay dentro de cada personaje y sus formas de relacionarse. El autor y director las araña, las estruja, las retuerce y las exprime. No inventa nada que no tengamos al alcance de nuestras manos, que no podamos leer a diario en la prensa. Pero no se queda en ese punto del periodismo actual, en el de la anécdota, sino que profundiza para desarmarnos, para ver que lo más absurdo no está tan alejado de nuestros comportamientos, pues lo absurdo no es inhumano. Lo inhumano resulta ser otra cosa que también va pasando ante nuestros ojos. Es cierto que no somos como los personajes de El viento en un violín, pero todos podríamos serlo. El teatro de Tolcachir es un teatro humanizado que nos cuenta historias que no se pueden ver sin tomar aire, sin acercarse hasta casi tocarlas. Un teatro que hace saltar chispas.
Lautaro Perotti y Tamara Kiper en una escena de la obra El viento en un violín
Es un teatro de las vueltas que va dando la vida para ir construyendo sus soluciones; un teatro que supera lo preconcebido, sin prejuicios, directo y fresco. Un teatro de preguntas: ¿Está acaso todo tan pautado como para que la vida se pueda seguir con un simple manual?, ¿somos diversos?, ¿impredecibles? Y cada escena con la que avanza rompe un prejuicio y nos hace más sabios. Lo cierto es que la vida deja tantos hilos colgando que presta su tiempo y espacio para filosofar.
Me gusta El viento en un violín porque te hace dar vueltas en la cabeza, porque te obliga a plantearte conclusiones. No es un teatro que pasa, es como esos cafés densos que dejan posos en la taza y cuyo sabor perdura en el paladar mucho más que otros. Y sin embargo es un teatro sin pretensiones, modesto, con un decorado cotidiano, a medio hacer para que el espectador reconstruya el resto, ponga las paredes de su propia casa, sus muebles.
Tamara Kiper e Inda Lavalle en una escena de la obra El viento en un violín
Sorprendentes los actores. Lautaro Perotti consigue adentrarse en su personaje y hacernos creer lo más fantástico con sus gestos, sus miradas y una interpretación perfecta. De la misma forma Inda Lavalle y Tamar Kiper nos dibujan una relación difícil con la naturalidad que precisa. Mientras que Araceli Dvoskin, con su personaje, asienta la historia en la realidad, la ata a la tierra con la fuerza de su trabajo. Miriam Odorico, con un papel pequeño, consigue mostrarse de lo más expresiva, haciendo que las situaciones exploten. Gonzalo Ruiz cierra el cuadro, ofreciendo la cara de una derrota cargada de triste amargor. Difícilmente se podría haber encontrado un elenco mejor para esta obra.
Al terminar, no podría ser de otra forma, un éxito tremendo: los aplausos no cesaban.
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