Nancho Novo da vida a un hombre que no reniega de sus orígenes
Miércoles 22 de junio de 2011. Teatro Fígaro. Madrid
Cartel de la obra El cavernícola
La obra juega con los tópicos, pero tiene mucha psicología que le permite profundizar un nivel más y no quedarse en la superficie. Juega con situaciones que todos hemos vivido y nos ofrece la posibilidad de cambiar de perspectiva, verlas con mirada cómplice y sin rencores desde el otro lado. En realidad no hay equidad, se parte desde una bandera blanca en la trinchera de los hombres -un símbolo que permite el acercamiento entre «enemigos», que rompe las distancias-. Triunfa el enfoque femenino como escala de medida, una visión a la que se atribuye mayor emotividad, complejidad, inteligencia, afectividad y sociabilidad. Así lo va contando un hombre parlanchín, directo y dicharachero, que sabe ver los aciertos y reconocer los errores, alguien que se gana el respeto de ellas y la admiración de ellos. A Nancho Novo, a su personaje en realidad, le toca defender la especie masculina, o más bien explicarla describiendo los sentimientos que hay ocultos tras su parquedad, desgranando lo instintivo, lo primitivo. Su monólogo va creando a ritmo pausado un punto de confluencia desconocido, un lugar de entendimiento extraño, de compresión que no tiene sexo. Un empate en el último minuto que se pacta como armisticio.
Ellas son «recolectoras», se fijan en los detalles y han nacido para cooperar. Ése es el prisma desde el que miran al mundo para entenderlo. Ellos son «cazadores», se marcan un objetivo y hacia él se dirigen sin pestañear. Lo suyo es negociar, pero la verdad es que no lo hacen nada bien, tal vez porque son incapaces de recolectar suficiente información, de imaginar lo que falta o porque se conforman con estar, con un gesto, un bufido, una broma, una colleja, un apelativo «cariñoso», con una conversación de silencios, con asentir.
Los hombres no explicitan sus sentimientos, no tienen costumbre, no han aprendido a hacerlo. No saben de carreteras secundarias que les lleven al objetivo. La punta de su lanza es su guía infalible, la que al final de la jornada habrá conseguido la presa y le permitirá ver la tele como descanso. Dejar pasar frente a ella el tiempo, sin pensar, sin distracciones. Una aspiración sencilla que permite cargar las pilas, que no se agoten, para otra nueva jornada.
Nancho Novo en una escena de El cavernícola
La obra funciona muy bien, pues sabe arroparse con buenas estrategias. La primera creando un lugar común, una broma propia de la función a la que se regresa varias veces y que permite componer una cierta complicidad con el público. La segunda de ellas es utilizar la personalización, las historias se hacen más directas cuando se habla en primera persona, y aquí Nancho Novo se sale: su vida se mezcla con la del cavernícola al enlazar el texto con sus propias experiencias. Gran acierto es el personaje de Iria que le permite personificar también la relación, convertir una mujer teórica en una persona humana de la que incluso hemos visto unas imágenes al principio.
Y la última, la más sorprendente para un hombre, la que deja boquiabiertos a los espectadores masculinos, hacer gala de un don divino que le permite adivinar en vivo y en directo las respuestas de las mujeres. Algo que pensábamos imposible para toda la especie y que en el fondo es el artilugio que permite el acercamiento y la comprensión entre los dos sexos, pues prueba lo que parecía imposible. En el fondo basta un poco de interés y deseo de ponernos en la piel del otro.
Me reí. Recibí un nuevo argumentario. Y lo mejor de todo, que me fui con la idea de haber entendido el mensaje.
A modo de pequeño anecdotario: El nombre completo de Nancho Novo ya puede sonar de por sí como una curiosidad: Venancio Manuel Jesús Novo Cid-Fuentes. Estudió medicina en Santiago de Compostela, pero después de cinco años en la carrera se fue a Madrid para incorporarse a la Escuela de Arte Dramático y Danza. Además de su faceta de actor tiene un grupo de rock llamado Nancho Novo y Los castigados sin postre en el que es compositor, cantante y guitarrista.
La obra también tiene sus curiosidades. Escrita por Rob Becker, se estrenó en San Francisco el año 1991 con el título de Defendiendo al cavernícola. Tardó tres años en terminar de escribirla, tiempo que empleó su autor en documentarse sobre antropología, prehistoria, psicología y mitología. Se trata del monólogo que durante más tiempo se ha representado en Broadway. Un éxito que ha cruzado fronteras, en Islandia el 75% de la población ha visto la obra.
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