El director canadiense Denis Villeneuve firma la excepcional adaptación al cine de Incendies, la obra teatral de Wajdi Mouawad
Cartel de la película Incendies
Es difícil verbalizar un relato así, tampoco deber ser fácil convertirla en un texto literario, ni hacer de él una obra de teatro o llevarlo a un guion cinematográfico. Surge el problema de las medidas, de los excesos, del ritmo adecuado, de la dosificación. Tal vez haya que inventar un nuevo lenguaje que se muestre a flor de piel para ello. Así lo hizo Wajdi Mouawad para llevar las historias que le atormentaban a los escenarios teatrales, creando un nuevo concepto a través del que lograr contarlas. Entre esas obras está Incendies, que ahora Denis Villeneuve, con gran acierto, ha adaptado para el cine.
La vida está llena de demasiadas cosas. Algunas veces de casualidades con las que uno se tropieza. De decisiones que nos definen tanto como nos marcan. De juegos de lógica imposibles donde puede ocurrir que uno más uno también sea uno y no dos. De sentido común y de sin sentidos. De tragedias y de pequeños momentos de felicidad. De dolor y de amor por algo perdido. De causas infinitamente injustas que en un tiempo se pueden tomar como irrenunciables. Pero sobre todo de búsquedas. Los hijos de Nawal Marwan regresan a un país que nunca conocieron, del que su madre huyó, para unir ahora las piezas de su propio rompecabezas. No se cita el nombre de aquel país, se ha creado para la película una geografía imaginaria que bien pueda representar cualquier lugar en conflicto de Oriente Medio. Y mientras indagan en el pasado los ojos se les llenan de guerras que producen muertos y fracturas en el alma imposibles de recomponer. Son las vidas destrozadas de muchas gentes las que van viendo pasar, en las que se van involucrando, pues forman parte de su propia historia, heridas lejanas que ahora sienten sobre su piel. Llega un momento para descubrir la verdad y ese es el camino que toma Incendies.
Lubna Azabal y Mélissa Désormeaux-Poulin en una escena de la película Incendies
Todos somos herencia, por un lado de nuestros padres, por otro de la cultura que ellos recibieron y nos transmiten. No podemos construirnos alejados de nuestras raíces, de lo que nuestros antepasados forjaron o destruyeron. Cultura e historia nos anclan, se convierten en «nuestra circunstancia». Cuando la historia es cruel, está teñida de sangre entre hermanos, de violencia, es cuando más imprescindible resulta recuperarla. El daño que nos hacemos los seres humanos entre nosotros debe ser un espejo de horror en el que las siguientes generaciones han de mirarse para aprender y no repetirlo, para que no haya más señores de la guerra, niños soldados, francotiradores apostados con un rifle que nos tienen en su punto de mira, cárceles donde se tortura, muertes impunes, prejuicios, religiones que piden sangre, venganzas, ira, odio... No puede haber indiferencia posible hacia nada de lo contado en Incendies.
Sin embargo no se habla de culpa, ni de perdón. Son palabras que se han quedado fuera del vocabulario de Incendies. De lo que habla es de la resistencia de las personas ante circunstancias adversas, de que teñir una vida de odio no sirve más que para deformar la realidad y que además no nos producirá ninguna satisfacción. El camino correcto es elegir dejar atrás la revancha, pues nada bueno nos va a traer, ninguna satisfacción, ninguna reparación al pasado.
Reconozco como espectador que se tarda en entrar en la película, que las primeras vueltas de los personajes no anticipan la historia y que parecen no llevar a ningún lugar que sea medianamente interesante. La película va tomando de esta manera su ritmo, la distancia desde la que quiere que sea vista. Y de golpe se entra en ella, tomando el último resuello y sumergiéndose para ser llevado en volandas por la aterradora historia. Cuando engancha lo hace con una fuerza sobrehumana, suena un click en la cabeza y llega el momento de rendirse, de dejarse llevar por una gran película.
Incendies podría ser un melodrama espantoso, pero huye de ello. Hay escenas de gran dureza, filmadas con gran realismo, de una forma directa y cruda. Pero no hay ninguna recreación: el mensaje está siempre a nuestro lado, esperando que lo desentrañemos. Y eso, a la larga, le produce una mayor intensidad. Nos hace estar allí, sentir sobre nuestra piel todo lo que les ocurre a los personajes sin apartar los ojos, con consciencia.
Me quedo con su gran fuerza dramática y el ritmo con el que está construida la película, algo que la hace grande, irrepetible, convertida en una experiencia vital necesaria.
A modo de pequeño anecdotario: La película Incendies es una adaptación de la obra teatral del mismo título de Wajdi Mouawad, escritor libanés que ha sabido renovar el mundo de la escena. Mouawad vivió en Beirut durante su infancia, entre sus recuerdos cuenta que desde lo alto de un edificio, al comienzo de la guerra civil libanesa, vio cómo un autobús con refugiados palestinos fue acribillado por las balas de las milicias cristianas. Sus padres salieron del país dejando atrás la guerra y lo trasladaron a París donde la familia vivió los seis años siguientes. De allí se vieron obligados a irse, trasladándose a Montreal. «En el exilio, tuve que buscarme algo con lo que recrear el espacio de felicidad de mi infancia, algo que volviera a ponerme en relación con la naturaleza». El teatro le sirvió para rellenar ese espacio.
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