domingo, 6 de febrero de 2011

Primos, o como las mayores tragedias se pueden contar en tono de comedia

Daniel Sánchez Arévalo debuta en la comedia con gran acierto y sin perder su gran capacidad crítica

Cartel de la película Primos
Cartel de la película Primos
No todo en la vida es dejarse llevar por las situaciones que llegan, pasar de puntillas comos si nada de lo que ocurre alrededor nos importara, y hacer las cosas porque simplemente "toca". Daniel Sánchez Arévalo con Primos nos propone involucrarnos para vivir de verdad, para que encontremos nuestro sitio. Y lo hace con una sonrisa tan contagiosa como vitalista, porque vivir es avanzar.

Como guionista, Daniel Sánchez Arévalo, me parece un arquitecto que construye sus películas sobre una estructura fuerte, con pilares robustos sobre los que va colocando los adornos que moldea con inteligencia. Para crear ese armazón, en Primos, juega con la geometría de los triángulos. Tres son los primos que se convierten a su vez en vértices de otros tres triángulos que nos permitirá ver desenvolverse a cada uno de los primos en unos planos diferentes. Y así de figura en figura, con cierta mala leche y con muy buen elenco se va despachando una comedia divertida y original.

La risa la producen las situaciones y las respuestas que los personajes dan a ellas, los tics que todos tenemos y en los que abundamos sin querer, en un empecinado intento de repetir los éxitos que tuvimos como si todo se hubiera detenido en aquel pequeño momento. El ridículo es un sentido más, que tendremos más o menos desarrollado, y al que los protagonistas podrían vencer de dos formas: huyendo lo más lejos posible como parece dictar la más sesuda razón o dejándose atrapar en él, porque al final, después de cada ridículo siempre queda una anécdota con una bonita sonrisa, el marchamo de haber sido humanos por un ratito.

Quim Gutiérrez y Raúl Arévalo en una escena de la película Primos
Quim Gutiérrez y Raúl Arévalo en una escena de la película Primos
Los primos son el ejemplo de las buenas intenciones. Se cuidan entre sí. Cada uno de ellos ha forjado una personalidad en que los lazos familiares le ha ido situando en el rol que desempeña dentro del grupo de tres. En esta relación, la del triángulo base, no vemos el interior de los personajes, nos quedamos en la capa exterior de algunos de sus comportamientos con los que se expresan en el momento que están juntos. Momentos que suponen un empuje vital que los unos se dan a los otros para exprimir la vida; con excesos si es necesario para que no decaiga el ánimo. Pero cuando la fiesta se acaba quedan los restos y vemos los síntomas de sus carencias no resueltas. Los tres están necesitados de algo que no saben nombrar, buscando un sentido a una vida que les desconcierta, pues seguir los modelos establecidos por los que se han ido moviendo, esas convenciones con fecha fija que heredamos como costumbres sociales, no han sido ninguna solución. La vida no se puede mecanizar.

Regresan al lugar de su adolescencia en un intento de recuperar lo que les falta, recordando que allí se quedó anclado el último instante en el que fueron felices. Y tropiezan, los demás han evolucionado, no se han quedado esperando el regreso de los veraneantes con el tiempo detenido. Conseguir ser felices se convierte en un trabajo propio, donde los demás pueden ayudarnos, pero de nada servirá si cada uno de ellos no se resuelve a sí mismo primero.

Para conocer el interior de cada uno de ellos, la película se introduce en los otros triángulos en los que están inmersos cada uno de los protagonistas por separado. Diego (Quim Gutiérrez) es vértice del triángulo amoroso clásico, en el que debe decantarse por uno de sus dos amores, el primero (Inma Cuesta) o el último que parece haberse roto (Nuria Gago). ¿Cómo saber diferencia el amor de los impulsos pasionales? Tal vez sólo hace falta tiempo, pues para que los sentimientos afloren y se puedan disfrutar no basta la inercia. El dejarse llevar practicado hasta el momento, el esconder la cabeza bajo la arena esperando que al levantarla todo se haya resuelto por sí solo, son soluciones parciales, pequeños parches. La falta de decisión significa también una pérdida del derecho a disfrutar plenamente de lo elegido.

El triángulo de Julián (Raúl Arévalo) es de principios vitales. En la vida ordinaria se ha definido claramente el triunfo profesional como garante de la felicidad. Julián lo ha conseguido, es el mejor de todos... Pero luego, al llegar a casa, está solo y angustiado. Es su apariencia de buen humor una fachada con la que enmascarar una felicidad no disfrutada. Decir que nada importa, su mentira. Al ver la relación problemática de un padre (Antonio de la Torre) y su hija (Clara Lago) se da cuenta de que necesita intervenir, ayudar y esa proceso de socorrer a otros, de hacer que comiencen un camino de entendimiento, da sentido a su vida, pues recompone aquella estampa de adolescencia que se ha guardado en el corazón como perfecta.

El tercero de los primos, Miguel (Adrián Lastra), vive un mundo burbuja de hipocondriaco, agobiado por sus enfermedades. Sin embargo esa cerrazón hacia el hecho de vivir se quiebra al tropezar con un niño (Marcos Ruiz) que va camino de convertirse en él. Juntos superarán sus ansiedades, ver la exageración de otro nos hace ver la nuestra propia. Entonces Miguel entenderá que toda la fe ciega que había depositado en Toña (Alicia Rubio) como única solución, no era otra cosa que una patología más.

En resumen, Primos es una comedia divertida y bien construida que no se conforma en quedarse en una capa hueca de superficialidad.

A modo de pequeño anecdotario: Daniel Sánchez Arévalo es un joven director ya consagrado por sus dos anteriores películas Azuloscurocasinegro y Gordos y un prometedor guionista, tanto de series de televisión como de largometrajes. Polifacético como pocos, también es el autor del libreto del musical 40, el musical.

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