martes, 8 de febrero de 2011

La vida sublime, cine diferente

Daniel V. Villamediana realiza una película valiente de un misterio familiar

Cartel de la película La vida sublime
Cartel de la película La vida sublime
Hay muchas películas dentro de La vida sublime y a cada cual más sorprendente. Si le preguntan al actor Álvaro Arroba dirá que parte de una idea conceptual y hablará del guion escrito por Víctor Erice para rodar la segunda parte de El Sur. Aquel fue un proyecto que no se pudo llevar a cabo y por tanto el anhelo del Sur, llegar a él, se quedó como una ausencia.

Si escuchamos a su director Daniel V. Villamediana nos hablará de un proceso de creación que parte del vacío que supone un misterio familiar. El abuelo, siendo joven, parte un día hacia Cádiz, ciudad en la que vivirá unos cuantos meses. A su vuelta a casa, calla y no cuenta nada; lo que acrecienta el enigma. El nieto y protagonista, muchos años después y con su abuelo ya desaparecido, hace de aquel silencio la posibilidad de emprender un viaje vital por los mismos derroteros, reescribiendo y rellenando a su gusto los huecos. Es una película que se mueve entre fronteras que se diluyen: norte-sur, presente-pasado y realidad-imaginación. Frente a la tozuda verdad que se desconoce se impone la inventiva del protagonista que moldeará a su gusto toda la historia.

Me gusta su arranque explicando que no hay raíces, ni orígenes, ni pasado, ni presente. Después me surge la primera duda; a la charla le sigue un largo plano en el que no pasa nada y que nos presenta los enormes campos de trigo de la meseta castellana. El lugar desde el que protagonista inicia su viaje tan interior como físico con el propósito de buscar una pasión. Lo hace bajo la inspiración de Erice, de ese guión escrito y no filmado, tratando de recrear la memoria de su abuelo. Aquí surge el primer giro de la película, el nieto y protagonista, se inventa una vida sublime, llena de épica y proezas. La cuenta a todo aquel con el que se cruza, magnificando los pequeños detalles que conoce. Así va pasando la vida, de conversación en conversación, haciendo cosas que dice que su abuelo hizo y que van resultando cada vez más absurdas. Poco a poco la película va perdiendo su sustancia para quedarse en lo anecdótico. El camino se ha exagerando hacia el puro disparate, con la excusa de que «el peligro es la clave de la vida sublime». Y así va llegando a un precipicio desde el que no le queda más remedio que saltar.

En el viaje se produce una honda transformación de su protagonista. Parte desde la seriedad de un carácter rudo del castellano y se va ablandando hacia lo desmedido y cordial del andaluz. Y el cambio tiene su encanto, ese desdibujar para encontrar puntos de unión más que fronteras se agradece. Lo mismo que el homenaje que realiza a una generación perdida durante el franquismo. Aquella que quedó silenciada, la que se busca, la que se mitifica por la losa de silencio que se le impuso, la que se sabe más interesante que este anodino presente cargado de conformismos. Es sin duda La vida sublime una película de paralelismos tanto como de rellanar los huecos que a todos nos quedan pendientes para terminar de construir nuestra historia colectiva.

En lo técnico, siento que abusa del plano fijo con un encuadre estático y dentro del que se mueven los actores. Tal vez lo haga para que las cosas pasen ante la cámara sin que ésta las altere. Se trata de seguir una corriente que parece que triunfa a costa de dejar a un lado la parte subjetiva del director con los movimientos de la cámara, perdiendo ese enfoque mágico de un pequeño detalle que nos pueda mostrar la solución al acertijo de la película.

La vida sublime destaca en lo interpretativo. Victor J. Vázquez realiza un excelente trabajo que sostiene con arrogancia torera la historia. Le acompañan en sus diálogos diferentes presencias que van dando el tono y generando las dudas que a la postre afianzan al protagonista aún más en sus determinaciones.

Me gusta la valentía, y en esta película hay mucha, pues es un cine diferente, que se permite mantener una discusión política e inteligente entre anarquismo y comunismo durante varios minutos. La vida sublime es osada en la forma de contar, en la pasión por narrar una historia y en el uso de la palabra directa y el gesto. En todo eso resulta sorprendente.

A modo de pequeño anecdotario: La primera película de Daniel V. Villamediana fue El brau blau, en el 2008 y que pasó por varios festivales internacionales: Locarno, Viena, Estoril y San Sebastián.

Con su segundo largometraje, La vida sublime, Villamediana ha repetido el periplo casi al completo: le faltó San Sebastián pero a cambio pasó por Gijón.

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