viernes, 14 de febrero de 2014

¿Qué nos quedará cuando nos lo hayan quitado todo?

Ejecución Hipotecaria nos obliga a preguntarnos por quiénes son de verdad los culpables


Viernes 7 de febrero de 2014. Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirador. Madrid

Cartel de la obra de teatro Ejecución Hipotecaria
Cartel de la obra de teatro Ejecución Hipotecaria
¿Por qué? Porque dice las verdades a la cara
Cada vez es más difícil poder ver un teatro que te rompa el alma. La mayoría del teatro que se representa en las salas y espacios de programación se conforma con lo meramente contemplativo. Es cierto que en los últimos años se han buscado experiencias de cercanía del espectador con los actores, pero sólo han servido para apreciar mejor los detalles interpretativos y aproximar la técnica actoral. Sin embargo no ha existido una preocupación real por mejorar su contenido. El teatro burgués, el más habitual en nuestros teatros, no nos sirve, pues su discurso ha perdido la capacidad para contar la realidad que preocupa a la ciudadanía. Hace tiempo que se quedó en un concepto puramente formal, construido con anécdotas y sin profundidad. Es un teatro por el que público pasa sin que se le pegue nada a la piel. El arte es otra cosa, debe mover conciencias y convertirse en un elemento superador de la realidad a través de un conocimiento efectivo del mundo que nos rodea y de los engranajes que lo atraviesan por debajo. Arte, por ejemplo, es Ejecución Hipotecaria, un teatro verdadero con responsabilidad y de utilidad pública. Se trata de una obra excepcional, que coloca al espectador en una tensión permanente y le obliga a mirar hacia su sociedad para juzgarla. Nada es blanco ni negro, todo tiene sus matices y en ellos nos basamos para eludir culpas propias, para decir que las decisiones las toman otros y nosotros estamos «obligados por nuestras circunstancias» a obedecer. Nos olvidamos que el sistema está engrasado y que cada botón que apretamos tiene sus consecuencias, que no podemos diluir la responsabilidad ética de haber pulsado la tecla.

Voy a contar una historia real: en el verano de 2012, en Karlsruhe, una de las seis ciudades más ricas de Alemania, un hombre de 53 años retuvo a punta de pistola a los encargados de ejecutar la orden de desahucio, incluyendo al nuevo propietario que se había adjudicado el ático en la subasta pública. Liberó a uno y mató al resto de los rehenes. Después se suicidó. La prensa le llamó «el asesino de Karlsruhe» y lo que ocurrió durante aquellas dos horas sigue siendo confuso porque solo tenemos la versión de la policía (masacre planeada, delincuente extremadamente violento, ejecución sin miramientos…). Sabemos que participaron más de 200 policías en el operativo. Sabemos que la hipoteca estaba a nombre de su pareja y que ésta había dejado de pagar las facturas. Sabemos que los dos llevaban mucho tiempo en paro, que no tenían ingresos, que habían agotado sus ahorros, que el futuro que les quedaba por delante se reducía a poder elegir si pasar la noche en un cajero automático o en un albergue. En esa misma historia que acabo de contar se basa Ejecución Hipotecaria. Lo hace introduciendo múltiples cambios porque no quiere quedarse en una anécdota puntual sino extraer conclusiones. Su intención es la de indagar en los motivos que dispararon la situación, analizar el concepto de culpabilidad y, para que no podamos cerrar los ojos porque nos sintamos implicados, trasladar el fondo del asunto a nuestro país dentro del contexto actual.

Ejecución Hipotecaria nos plantea preguntas que la sociedad al completo debería estar haciéndose a diario, dudas morales que no tenemos resueltas y que exigen un postura clara de la ciudadanía. Miguel Ángel Sánchez, su autor, da el paso al frente y nos trae a escena el problema. Se posiciona y también obliga a posicionarse al espectador. Muchas de estas situaciones se resolverían si nuestros estados tuvieran una verdadera justicia, así que deberíamos trabajar por crear leyes justas y eliminar aquellas que no lo son.


Trailer promocional de la obra de teatro Ejecución hipotecaria
Ejecución Hipotecaria nos habla del sufrimiento de un hombre normal, sin trabajo. Una persona de la que en realidad nos separa muy poco. No es distinto, él mismo lo explicita con una frase en la obra después de animar a los otros personajes a que le digan la verdadera característica que les diferencia a ellos de él: «La única diferencia es que vosotros tenéis trabajo y yo no». Esa es la frontera que les divide y cruzarla es algo sencillo, que a menudo se escapa de lo que una persona puede controlar. Estar de un lado o de otro puede cambiar de un día para otro, sin avisar. Con una tasa superior al 25% de desempleo en nuestro país, de pronto, esa tragedia de la que creíamos ser ajenos nos toca de lleno; ya no son cosas que les suceden a los demás, a los que no se preocuparon, a los que en el fondo se merecen su mala suerte.

Charly, el protagonista, no es un psicópata. Es un hombre desesperado al que solo le han dejado su rabia porque le han quitado todo lo demás. Se siente acorralado por una sociedad deshumanizada. Ha sido un trabajador impecable instalando calentadores en los pisos nuevos que se construyeron durante la burbuja inmobiliaria. Ahora ya no se construye; no le necesitan; siente que le han «aparcado» contra su voluntad. No hay trabajo, ni posibilidades de que lo haya en un futuro cercano. En su juventud fue rebelde, pero terminó aceptando los dos principios básicos del capitalismo: vivir para trabajar y consumir. Cuando esa comitiva que viene a desahuciarle entra por la puerta de su casa, sabe que todo se acabó, que no tiene nada más que perder, que ya le han dejado sin nada.

Charly se carga de razones, pero es un parado y por lo tanto un ciudadano que ha perdido los derechos más elementales, una persona a la que la sociedad ha anulado y ha hecho invisible. Su impotencia solo encuentra una salida, pero la violencia no es la solución, no resuelve esta situación más allá de un desahogo. Sin embargo ese desahogo se hace necesario pues cambia las tornas por un rato, hasta que nos damos cuenta de su inutilidad. ¿En qué momento empieza la violencia?, ¿no ha sido antes favorecida por el sistema que premia la ambición y lo económico aún a costa de sacrificar a las personas? Muchos contamos muy poco, mientras unos pocos deciden demasiado. Son los poderes financieros los que anteponen su beneficio a los ciudadanos. Y los estados, vencidos o comprados, se encargan de cuadrar el círculo dictando las leyes que legitiman el robo. Y sin embargo apenas si nos revelamos aunque las condiciones objetivas para el estallido social se hayan dado. Con Charly el espectador empuña la escopeta para ver el mismo camino negro sin solución que nos espera si nada cambiamos. Y lo cierto es que tienta apretar el gatillo, tener una pequeña satisfacción inútil.

Juan Codina y Sonia Almarcha en una escena de Ejecución hipotecaria
Juan Codina y Sonia Almarcha en una escena de Ejecución Hipotecaria
Miguel Ángel Sánchez escribe discursos rotundos que no presentan puntos débiles, bien trabajados y que en ningún momento permiten al espectador escapar de la realidad que llevan. La vida es como él la cuenta, arrastra ese mismo dolor. Su descripción psicológica de un desempleado y el abatimiento que arrastran sus palabras sobrecogen por la sinceridad que encierran. Perfecto el camino cuesta abajo que nos hace vivir a los espectadores. Sánchez es directo, sabe usar la razón, dar argumentos a todos y hacernos sentir a quienes miramos. Nos lleva hacia un carrusel destructivo que el autor humaniza con esplendor a través de las escenas de amor de la pareja desahuciada. El uso que hace ellas en la estructura de la obra es magistral, funcionando de bisagras que rompen tensiones, crean otras, nos emocionan y van explicando los detalles que los informes policiales suelen olvidar. Son esas pocas escenas de sinceridad extrema el punto más fuerte de la función, lo que de verdad da sentido a toda la representación.

Pero nada de eso funcionaría si detrás no estuviera el soberbio trabajo del elenco. Destacan Juan Codina y Sonia Almarcha que le dan toda la fuerza interpretativa y humana que sus papeles necesitan y lo hacen con absoluta sencillez, con la mayor naturalidad que se les puede pedir. Su trabajo es impresionante, de quitarse el sombrero y aplaudir a rabiar. Ambos están bien secundados por Rafael Martín, Susana Abaitua, Ismael Martínez y Adolfo Fernández, que además de interpretar al policía se ha encargado de dirigir la obra para llevarla por un buen camino.

En la obra, todos los personajes se justifican, ofrecen sus razones en esta especie de juicio rápido. De un lado del cañón de la escopeta solo está Charly, del otro queda el resto. Tal vez ellos no le hayan llevado hasta este punto, pero están aquí ahora para completar el trabajo del sistema. Charly sabe que está condenado. Los demás quieren ser reconocidos como inocentes. No les importa saber que el trabajo que realizan es sucio, pero quieren que se les exima de cualquier responsabilidad en sus actos. Nos miran y nos dicen que simplemente cumplen órdenes y que además no pueden hacer otra cosa. Yo no les absuelvo. En sus manos está ponerse en el lado correcto, aunque sea el de los que pierden. ¿A dónde nos llevaría si supiéramos tener un momento de insubordinación y nos negásemos a cumplir obedientemente las órdenes injustas?, ¿qué ocurriría si en un deshaucio el cerrajero se niega a abrir la puerta, o si la secretaria judicial decide no personarse, o, ya sé que es mucho imaginar, que los mandos policiales cambien sus prioridades y no destinen efectivos a proteger los intereses de la banca para dedicarlos a hacer su trabajo persiguiendo a los malos?

1 comentario:

yoli poesia joyas de plata dijo...

Un gran artículo. La verdad es que la trama de esta obra (basada en hechos reales) da mucho que pensar...¿quiénes son los buenos y los malos? Habrá que verla!!