jueves, 6 de febrero de 2014

Aprendiendo a luchar para salvar lo poco que nos queda

La plaga, de Neus Ballús, una excelente película a caballo entre la ficción y el documental

Cartel de la película La plaga
Cartel de la película La plaga
¿Por qué? Porque nos enseña a luchar.
Aunque no lo parezca a priori, La plaga es una gran película. Sorprende por los sentimientos que despierta, pero sobre todo por las múltiples lecturas que permite. En apariencia tiene la sencillez de un documental; sin embargo, desde que empieza, el espectador percibe que hay algo más, como si le fueran saliendo raíces por todos los sitios a cada paso que avanza. Y eso se debe a que la película sabe explotar con maestría la frontera que existe entre la ficción y la realidad. Lo que nos pone enfrente sabe a verdad porque lo es y además no tiene ninguna trampa. No es extraño que haya sido la triunfadora de los pasados Premios Gaudí del cine catalán donde ha ganado como mejor película, directora, guion y montaje.

Se trata de las vidas cruzadas de una serie de personajes, cada cual más diferente, pero que todas juntas terminan dibujando una comunidad. Allí se mezclan un payés cowboy, un deportista moldavo de lucha libre que tiene que trabajar la tierra como peón para poder comer, una lúcida anciana nonagenaria que debe dejar su casa para irse a vivir a una residencia de mayores, una enfermera filipina que no quiere sufrir con el dolor de lo que ve y una prostituta a la que ya no le quedan clientes. Cada una de estas personas tiene sus aspiraciones que en nada coinciden con las del resto. No piensan de igual forma. Pero sin embargo se crean dependencias y las vidas de unas van afectando a las de otras por el simple hecho de formar parte del mismo terruño. Ante una situación prolongada, difícil y dura de crisis, hay que buscar el factor aglutinador por encima de las diferencias: lo común aquí es la proximidad, la tierra que pisan, y eso las une a estas cinco personas, las hace semejantes con sus peculiaridades. Todos estos personajes son excepcionales, y a pesar de ello, nos describen y nos representan.

No son actores, así que los personajes se interpretan a sí mismos. Neus Ballús, la directora, ha filmado sus vidas como si fuera una ficción. Ballús viene del documental y de la comarca que retrata, así que conoce muy bien por dónde se mueve. Explica que su película la ha cocido a fuego lento durante casi cinco años en los que no ha dejado de trabajar con sus protagonistas, lo que le ha permitido entender a sus personajes, provocarlos y sacar a la superficie toda la realidad que hay en ellos. Añade que «ese largo proceso le ha servido para mostrar la incertidumbre y el espíritu de rebeldía que caracteriza la España de la crisis».

Sí, La plaga habla de la crisis sin nombrarla y lo hace de forma metafórica. Pero su sombra no deja nunca de estar presente, atenazándonos en forma de plaga de la mosca blanca que destruye nuestra cosecha, que hace inútil nuestro trabajo y que nos arruina. La crisis nos atonta, dejándonos sin capacidad de reacción. Surge esa sensación de fin de ciclo, de vacío que nos consume, y empieza una espera de la que no sabemos salir, que nos consume. Sabemos que nos hundimos y también que estamos perdiendo nuestra identidad. Nos toca superar la soledad y la incertidumbre y para ello habrá que arrimar el hombro; pero vamos a hacerlo entre nosotros y nosotras, desde abajo, cimentando la comunidad, sirviendo las unas de protección a los otros, cuidándonos y protegiéndonos.


Trailer promocional de la película La plaga
Ballús nos plantea la película en el extrarradio de una gran ciudad como Barcelona, ese punto límite e intermedio donde se termina la periferia de las grandes ciudades, pero que aún mantiene una entidad diferenciadora, propia y rural. Las cosas han cambiado y esos lugares ya no son útiles para el funcionamiento de las urbes pues su producción no les resulta imprescindible en la cadena distributiva de cada día, una cadena que se rige por otros criterios económicos donde el de la proximidad no resulta importante. Las ciudades crecen y en su extensión, por pura inercia, absorben a estas comarcas de las que solo necesitan su suelo. Para que salga barato las empobrecen primero. ¿Y qué pasa con las personas? Lo limítrofe siempre plantea problemas de identidad, a caballo entre dos sitios y en ninguno de ellos. A dos pasos de una gran ciudad la vida se marchita; las costumbres, el sentido de pertenencia a una comunidad agrícola y ese modelo de vida que valió para las generaciones anteriores se extingue porque ese mundo se pierde irremediablemente. Las personas que habitan estas comarcas se van vaciando y convirtiéndose en pequeñas hormigas perdidas sin posibilidad de encontrar su hormiguero.

Solo comportándose como vecinos los cinco personajes encuentran una entidad común y una fuerza subterránea que les permite enfrentar con sentido el futuro. No encuentran grandes ideas, pero sí apoyo y juntos, los problemas individuales se pueden abordar desde una nueva perspectiva. Eso ocurre hasta cuando toca pelear con la tozudez de la naturaleza, que con sus normas, sus tiempos y sus contratiempos, impone su dureza. Pero siempre se puede cambiar la mirada hacia ella, hacerlo con confianza, esperando su propia solución, esa lluvia que lo limpie todo de una vez.

Si hay que hablar del secreto de La plaga, de ese motivo por el que tanto me enganchó, diré que en realidad fueron tres: El primero, la atmósfera que dibujan los cinco personajes, que trabajan como una parte de un todo que nos incluye; el segundo, el nivel de autenticidad y verdad que se respira dentro de esa atmósfera; y el último, la enorme emotividad que produce, pues a fin de cuentas la película va desnudando al género humano. La plaga es un hermoso aprendizaje de una lucha emprendida para salvar lo poco que nos queda, lo nuestro.

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