Las mejores películas del año según la Academia
Cinco largometrajes compiten este año por el Goya a la Mejor Película. De dos de ellos, La herida y Vivir es fácil con los ojos cerrados, ya hemos hablado en estas páginas. A estos hay que sumar tres más: Caníbal, La gran familia española y 15 años y un día. No es este un año de grandes títulos, ni de películas arrebatadoras que levanten pasiones entre el público. Es más bien tiempo de un cine laborioso y discreto que se construye a fuerza de ganas y paciencia. Se trata de dos comedias y tres dramas, cada cual diferente, con más o menos intenciones y todas hijas de nuestro presente, un tiempo lleno de recortes.
Se pueden argumentar méritos en las cinco películas sobre los que defender que cualquiera de ellas se convierta en la triunfadora el próximo domingo. Yo con la que más disfruté fue con Vivir es fácil con los ojos cerrados. Confieso que me tocó la historia porque me resultó ilusionante y además me pareció una gran reconstrucción moral de aquella época. Pero también veo debajo sus pequeños trucos para que funcione mejor. La herida presenta méritos suficientes y quizá sea de estas cinco la que más se merezca el premio. Es social por encima del resto y eso hay que aplaudirlo. Caníbal y 15 años y un día también pueden ganar el Goya, ambas son dos películas muy correctas, pero demasiado frías para mi gusto. A La gran familia española le queda también una oportunidad, la de que dejemos de lado tanto drama y apoyemos una comedia-comedia.
La realidad es que este año la cosecha madura que vamos a recoger se ha quedado un tanto floja, como si a la uva no le hubiera dado suficiente el sol para ahora tener el azúcar necesario. Sin duda algo en lo que tiene que ver la política del ministro Wert y sus sacrosantas tijeretazos dados a un cine que ha respondido agarrotándose. Nos espera un cambio de ciclo en nuestra cinematografía, pero va a ser demasiado doloroso.
Caníbal, el psicópata pulcro
En Caníbal Martín Cuenca nos trata de contar que un psicópata se puede ablandar por amor, hasta el punto de empezar a cuestionarse su propio esquema de monstruosidad. Martín Cuenca quiere que seamos conscientes de que un psicópata que se alimenta de carne humana no deja de ser una persona como las demás, con sus ratos de ternura, y a la que posiblemente no podríamos descubrir en una rueda de reconocimiento. Su rostro no tiene una característica especial y su comportamiento de cara a la sociedad tampoco. A veces son seres modélicos. En esa esencia se mueve la película y por ello su protagonista es un hombre que pasa desapercibido, del que nadie podría sospechar. El retrato que se nos hace nos muestra a un hombre pulcro, que trabaja de sastre, y que ha construido su vida con orden, mesura y minuciosidad. Ha asumido su soledad y ya no espera nada, solo que vayan pasando los días con la misma rutina que los anteriores. Sabe que la vida y la muerte son método, que ambos se construyen y se quiebran por pura voluntad. Y de pronto, a ese convencimiento le salen unas grietas que desmoronan su construcción mental.
La idea es buena, pero su realización no tanto, pues la película se deshincha. El pecado de Caníbal es la contención. El universo del protagonista se agota en su propia lentitud y el espectador se aburre esperando que ocurra algo. No hay verdadero terror porque le falta sangre y espíritu. Y eso lo termina pagando la película.
Lo que resulta fascinante es la fotografía impecable. Vemos Granada preciosa bajo la lluvia, desde una ventana, y unos hermosos paisajes nevados de Sierra Nevada que producen paz y que sirven de contrapeso con la crueldad para, en cierta forma, mecanizarla y deshumanizarla como si asesinar fuese una tarea más de un proceso en la cadena alimentaria del caníbal. Soberbia, de nuevo, es la interpretación de Antonio de la Torre, en un registro nuevo de hombre desapasionado que borda con una sabia economía gestual.
La gran familia española, una comedia como las norteamericanas
Me gusta mucho el cine de Daniel Sánchez Arévalo, creo que es atrevido y que él tiene una cabeza muy lúcida. Pero, aunque entretiene y cumple con sus objetivos, La gran familia española no es su mejor película. Sánchez Arévalo ha hecho un largometraje al estilo de las comedias románticas que se hacen en Hollywood, pero con la idiosincrasia española, sustituyendo sus tópicos por los nuestros. Se podría decir que es yanqui en las formas y nacional en el contenido. Sánchez Arévalo demuestra que podemos hacer ese cine con el que los norteamericanos inundan las pantallas de todo el mundo igual que ellos, incluso hasta con una calidad similar. El problema es que adolece del mismo defecto que el modelo original: la falta de sustancia y profundidad. Ya lo sé, no es justo pedirle hondura a una película de puro entretenimiento, pero creo que debemos planteárnoslo si esperamos que estos films puedan ser algo más que productos intrascendentes, que perduren en el tiempo y que vayan más allá de unas risas con palomitas. Insisto, La gran familia española no es mejor ni peor que la mayoría de las comedias románticas que nos llegan de Hollywood y se deja ver igual que ellas. El problema es que está construida basándose en un género repetido y agostado que ha perdido toda su capacidad para sorprendernos. Ya sabemos que habrá malentendidos, escucharemos medias verdades y saldrán a la luz los viejos secretos callados para que sean perdonados.
La gran familia española es una película coral que nos explica que el amor no sale bien nunca, pero que eso no es causa suficiente para no seguir intentándolo. Nos equivocamos al elegir porque preferimos el capricho a la razón inteligente y además no somos capaces de leer las señales. En realidad el concepto de familia esconde una felicidad irreal, falsa, pues las familias están llenas de imperfecciones y no alimentan una buena y verdadera comunicación entres sus miembros. Los vínculos de sangre no sirven para evitar las heridas, solo para coserlas.
No son solo las familias las que sufren una crítica soterrada, la película también lo hace con nuestra sociedad anestesiada, obsesionada con el fútbol, que no se complica en tomar decisiones, rutinaria y admiradora incansable de una sociedad estereotipada y consumista como lo es la estadounidense.
15 años y un día suena a condena
15 años y un día promete mucho en su arranque como si tuviera una gran historia que desvelar al espectador. Las miradas expresivas de sus personajes nos dicen que detrás de ellas esconden todo un universo al que sin embargo la película no llega. Por eso defrauda en ese intento de contar el proceso de aprendizaje y responsabilización de un adolescente un tanto conflictivo. Digo intenta porque antes de conseguirlo se detiene para quedarse en un retrato del entorno familiar del que no consigue avanzar. Allí nos encontramos con el mismo dibujo que nos pintó La gran familia española, con idéntico esquema familiar lleno de secretos, de mentiras a medias y de mucho silencio porque las cosas que duelen se esconden y no se airean. Y sin ventilar, se van pudriendo sin remedio. La elección de cruzar la puerta hacia el interior cerrado de la familia con su historia no contada impide seguir detrás del joven adolescente problemático, terminar de concretar esa historia que solo se ha bosquejado, quedarnos sin ahondar en sus sentimientos que nos podrían haber permitido comprenderle, ayudarle a enderezarse y llevarle por la senda correcta de los mayores, si es que solo hay un camino. Y de ese mundo prometido al principio no quedan más que unos pocos sucesos anecdóticos. Al descartar esta opción, la película se atasca para quedarse en un nudo de relaciones familiares fallidas y de autoinculpaciones. Se convierte en una película fría, llena de corrección, pero totalmente desapasionada. Tampoco ayuda el hecho de que en realidad no explote un conflicto generacional real, pues no hay un verdadero enfrentamiento entre el chico y su abuelo, quedándose en un dejarles hacer, en dos condenas que se expían por separado sin la menor conexión.
Esa sensación de falta de pasión que lastra la película se acentúa con su final. Resulta previsible porque ya se ha anticipado con un detalle hacia la mitad de la película que desbarata otra solución y que evita la sorpresa.
Pero 15 años y un día también tiene cosas buenas. La primera es el pulso firme de su directora, Gracia Querejeta, que siempre nos trae un cine diferente con el que explicar las razones de los sentimientos. Sus películas se desviven por ser humanas y artísticas a una misma vez. Cada imagen que pasa se va llenando de cine. A sus personajes les va insuflando vida para hacerlos reales. Juega con sus miradas, con lo que no se dice. Algo que aquí funciona por el excelente trabajo interpretativo de sus actores. Tito Valverde con sobriedad, sin malgastar esfuerzos, y Maribel Verdú con mucha solvencia, sacando las fuerzas de la impotencia de una vida rota que arrastra su personaje.
Se pueden argumentar méritos en las cinco películas sobre los que defender que cualquiera de ellas se convierta en la triunfadora el próximo domingo. Yo con la que más disfruté fue con Vivir es fácil con los ojos cerrados. Confieso que me tocó la historia porque me resultó ilusionante y además me pareció una gran reconstrucción moral de aquella época. Pero también veo debajo sus pequeños trucos para que funcione mejor. La herida presenta méritos suficientes y quizá sea de estas cinco la que más se merezca el premio. Es social por encima del resto y eso hay que aplaudirlo. Caníbal y 15 años y un día también pueden ganar el Goya, ambas son dos películas muy correctas, pero demasiado frías para mi gusto. A La gran familia española le queda también una oportunidad, la de que dejemos de lado tanto drama y apoyemos una comedia-comedia.
La realidad es que este año la cosecha madura que vamos a recoger se ha quedado un tanto floja, como si a la uva no le hubiera dado suficiente el sol para ahora tener el azúcar necesario. Sin duda algo en lo que tiene que ver la política del ministro Wert y sus sacrosantas tijeretazos dados a un cine que ha respondido agarrotándose. Nos espera un cambio de ciclo en nuestra cinematografía, pero va a ser demasiado doloroso.
Caníbal, el psicópata pulcro
Cartel de la película Caníbal
¿Por qué? Porque le falta acción.
La idea es buena, pero su realización no tanto, pues la película se deshincha. El pecado de Caníbal es la contención. El universo del protagonista se agota en su propia lentitud y el espectador se aburre esperando que ocurra algo. No hay verdadero terror porque le falta sangre y espíritu. Y eso lo termina pagando la película.
Lo que resulta fascinante es la fotografía impecable. Vemos Granada preciosa bajo la lluvia, desde una ventana, y unos hermosos paisajes nevados de Sierra Nevada que producen paz y que sirven de contrapeso con la crueldad para, en cierta forma, mecanizarla y deshumanizarla como si asesinar fuese una tarea más de un proceso en la cadena alimentaria del caníbal. Soberbia, de nuevo, es la interpretación de Antonio de la Torre, en un registro nuevo de hombre desapasionado que borda con una sabia economía gestual.
La gran familia española, una comedia como las norteamericanas
Cartel de la película La gran familia española
¿Por qué? Porque no sorprende.
La gran familia española es una película coral que nos explica que el amor no sale bien nunca, pero que eso no es causa suficiente para no seguir intentándolo. Nos equivocamos al elegir porque preferimos el capricho a la razón inteligente y además no somos capaces de leer las señales. En realidad el concepto de familia esconde una felicidad irreal, falsa, pues las familias están llenas de imperfecciones y no alimentan una buena y verdadera comunicación entres sus miembros. Los vínculos de sangre no sirven para evitar las heridas, solo para coserlas.
No son solo las familias las que sufren una crítica soterrada, la película también lo hace con nuestra sociedad anestesiada, obsesionada con el fútbol, que no se complica en tomar decisiones, rutinaria y admiradora incansable de una sociedad estereotipada y consumista como lo es la estadounidense.
15 años y un día suena a condena
Cartel de la película 15 años y un día
¿Por qué? Porque le falta coraje.
Esa sensación de falta de pasión que lastra la película se acentúa con su final. Resulta previsible porque ya se ha anticipado con un detalle hacia la mitad de la película que desbarata otra solución y que evita la sorpresa.
Pero 15 años y un día también tiene cosas buenas. La primera es el pulso firme de su directora, Gracia Querejeta, que siempre nos trae un cine diferente con el que explicar las razones de los sentimientos. Sus películas se desviven por ser humanas y artísticas a una misma vez. Cada imagen que pasa se va llenando de cine. A sus personajes les va insuflando vida para hacerlos reales. Juega con sus miradas, con lo que no se dice. Algo que aquí funciona por el excelente trabajo interpretativo de sus actores. Tito Valverde con sobriedad, sin malgastar esfuerzos, y Maribel Verdú con mucha solvencia, sacando las fuerzas de la impotencia de una vida rota que arrastra su personaje.
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