Marca España, nuestro teatro, el del barrio
Jueves 13 de febrero de 2014. Teatro del barrio. Madrid
Cartel de la obra de teatro Marca España
¿Por qué? Por el estupendo repaso a lo que la marca España esconde.
La sátira, en realidad, la hace el propio gobierno desde esa web que ha creado y que llama marca España. En ella explican que esa entelequia mercantil es una política de estado con el objetivo de mejorar la imagen de nuestro país, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Estas políticas se debe llevar adelante mediante un planteamiento en el que deben primar los términos económicos porque solo así nos beneficiaremos todos. Y se hace porque estamos en un mundo global que funciona así, fiándose de una buena imagen-país como la que tenemos y que sin duda es nuestro mejor activo. Avisan también de que solo puede ser eficaz esta política si se se aborda a largo plazo. Me imagino a Mariano Rajoy dentro de veinte años tomando el sol en el jardín del asilo con otros ancianos y que uno le pregunta: «y tú, Marianito, cuándo gobernaste, ¿qué hiciste que ya no me acuerdo?». Y Marianito le responde poniendo cara de que va a decir algo trascendente: «la marca España». Ya escucho las carcajadas que vienen del futuro.
Dice Alberto San Juan que el texto de la obra «nace de la necesidad de cambiar un modelo social que no hemos elegido y que nos hace infelices». El trabajo empezó hace un año, en un taller de actores que conectó sus preocupaciones personales con la realidad social del presente. Se dieron cuenta de la relación directa entre ambos elementos y comenzaron a trabajar diferentes escenas. Aquello le sirvió a Alberto San Juan para construir este espectáculo que se ha convertido en la primera obra de producción propia que estrena el Teatro del barrio. Lleva por subtítulo «cuando las ovejas miran al horizonte» quizá como algo premonitorio de ese cambio y ese despertar lento pero seguro. Por la obra pasan los tipos y tipas que deberían ser los más respetables del país y, sin embargo, con sus palabras se convierten en lo contrario, en verdaderos impresentables. Y frente a ellos suenan las voces de la calle, de los que sufren y de los que ponen el dedo en la llaga para que sintamos de una vez el dolor. No hay color entre unos y otros.
Logotipo del Teatro del barrio
Marca España nos dice que hay dos bandos, el que controla el poder económico y el de la ciudadanía. Estamos en guerra y hay que elegir trinchera, así que no valen respuestas tibias. Sin embargo resulta fácil saber de que lado está cada quien, basta preguntarse si en medio de esta crisis gana o pierde y responder con sinceridad. Yo soy de la mayoría, de los que en esta lucha desigual vamos perdiendo. Asumo pues que hay dos lados y me pongo del mío, con los que son como yo, el de aquellas personas que forman barrio conmigo, de quienes no vamos a dejarnos ganar sin oponer resistencia, de esa ciudadanía a la que una mañana, cuando tengamos fuerzas suficientes, nos tocará arreglar lo que éstos que nos gobiernan han roto. No voy a ser imparcial. Este es mi teatro, el que quiero, el que me identifica. Miro Marca España con mis ojos, los de un obrero, y como tal lo interpreto. Me sulfuro con las palabras que escucho usar a la derecha, con las intenciones que esconden. Me molesta su desvergüenza vestida de falsa simpleza a la que no le preocupa deshacer y «desastrar» este país si a cambio logran su propio beneficio.
Me pregunto con qué ojos mirará Marca España alguien del otro bando, qué razones argumentará para defender las políticas de este gobierno. Me imagino que tomarán cada frase como un axioma cierto, que las encontrarán justificadas, que dirán que no nos quedaba otra posibilidad porque era el único camino… En realidad admiten la imposición, el bien de unos pocos como derecho suficiente. Aplauden los discursos de los suyos y cuando llegan los de nuestras filas cierran los oídos, o simplemente se van. Esta historia no les importa lo más mínimo, así que solo la verán a medias como si no fuese con ellos.
En Marca España no hay burla, ni mala leche, esas cosas le tocará ponerlas al espectador y hacer su propia interpretación del mundo que le rodea y de lo que le han dicho sobre él. Por mucho que ese espectador rasque en la obra no encontrará irreverencia. Verá también que no falta a la verdad, que cada personaje -el de la vida real- hizo sus propios méritos para ser retratado tal y como es. Nada se esconde, todo queda al aire, de manera visible. Eso busca y consigue este espectáculo de nuestra realidad.
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