The Artist se ha convertido en una de las películas más importantes del pasado año, perviviendo aún en muchas de nuestras salas
Cartel de la película The Artist
The Artist cuenta una historia de cine y amor entre el famoso George Valentin (Jean Dujardin) y la prometedora Peppy Miller (Bérénice Bejo). Es un melodrama clásico y por tanto con muchos tintes que rozan lo cursi. Sin embargo el filme ha sido un éxito comercial y además la crítica también lo ha apoyado. Así que uno se pregunta qué es lo que hace que el público de hoy quiera ver una película de este tipo. En primer lugar pienso que es posible que como espectadores estemos buscamos novedades, pero que lo hagamos mirando un tanto hacia atrás. Hay una cierta nostalgia por el pasado en general, así que regresar a la época del cine mudo puede presentar cierto atractivo, siempre y cuando se nos muestre lo suficiente modernizado para nuestros nuevos gustos. Nos encanta ver a Chaplin en sus antiguas películas, nos reímos, pero desde el presente le pedimos algo más, que se actualice a la moda que nuestra estética de hoy impone. The Artist se ha quedado con la mayoría de los encantos de aquellas películas, pero no tiene la profundidad del mensaje, por ejemplo, de Tiempos modernos, simplemente le ha quitado la patina más política porque el cine de hoy en día, el que viene de los grandes estudios, piensa que es mejor no hacer pensar y dedicar todo el esfuerzo en el puro entretenimiento.
Con la capa más comprometida ya eliminada, se debe analizar el resto de elementos. Si se quiere hacer cine mudo, entonces hay que ser consciente de las dificultades que va a entrañar. La primera es que todo el peso va a recaer sobre las imágenes y las interpretaciones, que deben ser contundentes y especialmente expresivas. Esta decisión obliga a apostar por una historia sencilla y básicamente emocional, que para los ojos resulte una experiencia sensorial, que no necesite de los demás sentidos. Sin diálogos, sólo queda una forma básica de contar la historia y para ello deben crearse unos sentimientos que traspasen la pantalla, que no necesiten voz. Surge así una anticuada visión del amor, el de una pureza intensa, como motor de la película. Lo bueno de este cine en el que pesan tanto las imágenes, tan sencillo y emotivo, es que logra establecerse como un vehículo que lleva al espectador una especie de poesía que le encandila por su inocencia. Quien lo ve recibe con fuerza esas señales y le produce una agradable sensación de paz y una tremenda satisfacción. Con estas armas bien usadas, The Artist consigue lograr una gran empatía del espectador con la película.
Jean Dujardin y Bérénice Bejo en una escena de la película The Artist
Otro de los elementos evocadores que siempre resulta es la música. La película recupera las grandes orquestas para hacer la melodía de aquel tiempo, la misma con la que en los grandes cines de estreno se acompañaba en directo al pase de la película. Suena con fuerza, poderosa, pues parte de la credibilidad de la historia vendrá dada por esa música. Ella es quien mejor nos transporta al pasado de aquellos estudios de cine, mejor incluso que los decorados.
Pero no todo se queda en el pasado, es necesario modernizar aquel cine para que pueda interesar al espectador, en ese sentido hay una escena perfecta, cuando George Valentin tiene una pesadilla en la que escucha los molestos ruidos cotidianos. En ellos, en lo molestos que resultan, encierra toda su determinación contra el cine sonoro, un tonto capricho que considera no tiene el menor futuro. Pero George Valentin se equivoca, le pierde su vanidad, su orgullo y esa fama que parece ser eterna, porque siempre ha saltando de un éxito a otro. No quiere el progreso y así comienza un camino de autodestrucción. Es la suma de fracasos y una pequeña oportunidad para que en cierta forma no tenga que dar su brazo a torcer lo que permite el gran giro de la película.
Funciona bien la pareja de actores. Él, Jean Dujardin, es un rostro clásico, acostumbrado a expresar con gestos todas las emociones, le basta arquear una ceja o iluminar su sonrisa para transmitir lo que quiera. Ella, Bérénice Bejo, es un rostro moderno que representa, más allá de la cara bonita, a una mujer completa preparada para asumir cualquier rol, para usar la palabra, pero que no ha perdido la capacidad para expresar sus sentimientos a través de la mímica, como bien demuestra en la escena con el abrigo. Así, con ellos dos, The Artist funciona bien, pues esa contraposición permite explicar el paso del cine mudo al sonoro, de lo que representaba cada uno y de por qué surgieron estrellas nuevas para empezar a construir otra forma de contar historias en el cine.
Tampoco se puede olvidar citar como uno de sus grandes valores, además de las ya citadas interpretaciones de sus dos protagonistas, la participación de grandes estrellas de Hollywood en los papeles secundarios. Es así que nos encontramos ante la pantalla con John Goodman, James Cromwell, Penelope Ann Miller, Missi Pyle, Malcolm McDowell y Ed Lauter. La película, que es franco-belga, muestra una gran vocación universal, tanto por este reparto internacional, como por el uso del inglés para los carteles en los que se escribe el texto de los actores mudos y las frases del final, algo que no casa con el tradicional chovinismo francés. Será que los tiempos están cambiando.
The Artist es un cine diferente, cargado maravillosamente de poesía y que se ve con facilidad. Merece la pena verla; sobre todo porque de la película se sale lleno de sensaciones y emotividad.
A modo de pequeño anecdotario: Michel Hazanavicius rodó The Artist en 35 días. Para ello tuvo que empaparse de cine mudo para preparar su película. Entre las influencias habla de directores como F.W. Murnau, Frank Borzage, John Ford, King Vidor, Charles Chaplin, Eric Von Stroheim, Tod Browning y Fritz Lang. Reconoce que en sus personajes hay ecos de Douglas Fairbanks, Gloria Swanson, Joan Crawford y los más lejanos de la historia de Greta Garbo y John Gilbert. Finalmente confiesa que encontrar las localizaciones le resultó un sueño, como buen cinéfilo que es, ya que visitó los estudios de Chaplin, Mack Sennett y Douglas Fairbanks. Como detalle, añadir que la casa de Peppy en la película es la de Mary Pickford.
3 comentarios:
Enhorabuena por el blog y tus críticas, de las que aún no he visitado muchas, pero que por las que he visto muestran gusto, dedicación y cuidado. A raíz de la de "Melancolía", quizás necesitarías una calificación "No es para todo el mundo", además de las que ya tienes :-)
No he visto "The Artist" aún, pero creo que no me resulta difícil entender en tu crítica qué película es y a qué instintos apela. Coincido en tu análisis sobre lo que nos mueve a ver estos ejercicios de forma "retro", fascinantes, poéticos y nunca incómodos. Ahora habrá que verla...
Espero que cuando vayas a ver "The Artist" te guste. Tiene muchas virtudes.
wow whqat an good type of article
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