Alejandro Brugués utiliza los zombies para mostrarnos los entresijos de la sociedad cubana y su idiosincrasia
Cartel de la película Juan de los muertos
Juan (Alexis Díaz de Villegas) tiene cuarenta años, de los cuales la mayoría los ha pasado en la ciudad de la Habana dedicándose a vivir, sin hacer absolutamente nada más en realidad. Esa pereza se ha convertido en su modo de vida, algo que defenderá a cualquier precio. Lázaro (Jorge Molina), es su socio, el compinche que le acompaña en todas sus correrías y que resulta ser tan vago como él, aunque algo más limitado en lo intelectual. Cuando los zombies han pasado de ser un problema aislado a convertirse en un realidad peligrosa, Juan toma la decisión de enfrentarse a la situación de la mejor manera posible, la que significa prosperar con ella. Con Lázaro y el resto de sus amigos forman una brigada para ayudar a la gente a deshacerse de los infectados que les rodean, eso sí a un precio asumible. Usan bates, los artilugios de pesca, un tirachinas, el remo de un bote… elementos rudimentarios que tienen a mano y que con ingenio se convierten en armas mortíferas. Y así, Juan termina asumiendo sus responsabilidades en la vida, se convierte en el héroe que va guiando a los suyos para ponerlos a salvo.
Lo primero que salta de la pantalla es la escasez, parece que el atroz bloqueo al que los Estados Unidos someten a Cuba pega fuerte. Pero para cada una de esas deficiencias encontramos que hay una solución llena de ingenio que la sustituye. Según avanza la película descubrimos que, de verdad, el mayor dolor que causa el bloqueo es el de las familias rotas por esa emigración a causa de las dificultades económicas. No disponer de un champú determinado apenas importa, pero la ausencia de los que se fueron para siempre resulta amarga. Los cubanos no toman decisiones que sólo sirvan para un momento, son dramáticos en eso, y una toma de postura implica una decisión absoluta, irrevocable e irrenunciable que se seguirá manteniendo por encima de todo, para siempre. No hay vuelta atrás, son así de intensos en todo lo que emprenden y cuentan.
Andros Perugorría, Andrea Duro, Alexis Díaz de Villegas y Jorge Molina en una escena de la película Juan de los muertos
Lo privado también tiene cabida en la isla, se puede buscar hacer un negocio de un asunto, y también se habla de ello sin tapujos. El protagonista, para sacar provecho de sus habilidades destruyendo muertos vivientes, monta un negocio con el eslogan «Juan de los Muertos, matamos a sus seres queridos». La película se plantea una pregunta: ¿lucro personal o hacer las cosas altruistamente como un deber para con los demás? El capitalismo se inclina sin dudarlo por lo lucrativo a nivel personal, aún a riesgo de ser especulativo e ir en contra de los demás. En Cuba se pone énfasis sobre lo público, debe primar el beneficio de todos como sociedad al de unos pocos.
Los accidentes, esas pequeñas manchas que enturbian el buen trabajo, no impiden seguir adelante. Mala suerte para los que cayeron por el camino, ellos cumplieron, ayudaron a construir el presente. Ahora lo que hay que hacer es no detenerse, el objetivo sigue delante. Y a pesar de esa dureza que no permite debilidades, el corazón -lo personal- también tiene su sitio en Juan de los muertos, el bien general no está reñido con el personal. Lo vemos en el amor que sienten los padres por los hijos y en la mirada de estos hacia sus progenitores, una mirada escrutadora y justiciera, fría como el hielo al principio, pero que se va cargando de ternura con las acciones emprendidas. Ese cariño también se observa en la amistad establecida entre Juan y Lázaro, una relación indestructible. A través de ella entendemos el compromiso a la palabra dada que está por encima de todo. Hay un respeto hacia ella que hace primar lo verdadero e imposibilita la existencia de cualquier espacio en el que no habite la sinceridad.
En Juan de los muertos no falta la disyuntiva clásica, esa en la que el cubano debe elegir entre irse hacia el esplendor yanqui o quedarse entre los suyos. Las dificultades son muchas, quizá tantas como las satisfacciones, por eso la balanza siempre mantiene ese tira y afloja donde los sentimientos son velero en medio de una tormenta.
Excelente trabajo de sus protagonistas Alexis Díaz de Villegas y Jorge Molina, que con su naturalidad hacen creíble cualquier disparate. Muy bueno el trabajo de los secundarios como Andros Perugorría (hijo del genial actor cubano Jorge Perugorría), la española Andrea Duro y los divertidos Jazz Vilá y Eliecer Ramírez. Y muy destacable Antonio Dechent que tiene una aparición estelar y muy breve para dar vida a un predicador anglosajón que el actor borda con humor y solvencia.
Si uno no se ríe con Juan de los muertos es que ya debe de estar muerto. Reírse es siempre la mejor terapia y la forma de ir cargándose por dentro de alegría con la que tirar para el resto del día. Desde ese prisma, con las baterías cargadas de buen humor, los problemas se hacen más pequeños y nos podemos centrar en lo que de verdad nos importa.
A modo de pequeño anecdotario: Juan de los muertos es una coproducción hispano-cubana, filmada en La Habana y con un presupuesto de más de dos millones de euros. Muchos medios han hablado de que se trataba de la primera película independiente autorizada en los últimos 50 años por el gobierno cubano. Pero si uno se fija, entre las compañías productoras figura el ICAIC (Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos), como en el resto de películas que se hacen en la isla.
Después, también la prensa habló que tras su estreno en el Festival de la Habana, se creó mucha polémica en la ciudad entre los espectadores y que tuvo muchas críticas con respecto a su contenido político, que incluso el gobierno se planteó abandonar su apoyo a la cinta. Quien conozca a los cubanos sabe que lo que los españoles llamamos polémica no es para ellos algo más que una discusión de café, con diferentes puntos de vista y con la pasión caribeña que muestran para todo, y que de política hablan siempre. Es verdad que creó expectación, pues para el primer pase se congregaron unos 15.000 asistentes, lo que motivó que en lugar de los seis pases establecidos se terminaran haciendo ocho. Gustar a los cubanos también debió gustar, pues se llevó el premio del público en dicho festival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario