martes, 20 de septiembre de 2011

La callada lucha por el poder durante el franquismo

Queipo, el sueño de un general. Antonio Dechent da vida al general para desnudarnos una época cruenta y despiadada


Martes 20 de septiembre de 2011. Matadero - Naves del Español. Madrid


Cartel de la obra Queipo, el sueño de un general
Cartel de la obra Queipo, el sueño de un general
Queipo es una figura difícil de nuestra historia que no puede despertar simpatías, pues quiso ser protagonista en todo momento: monárquico que luego apoyó la dictadura de Primo de Rivera para más tarde desdecirse; declarado republicano y a la vez conspirador contra la República; militar golpista de la derecha más atroz y enfrentado en una lucha de egos con Franco; vallisoletano convertido en virrey de Andalucía y constantemente desterrado. Al final hombre de una única ideología, la suya propia: el queipismo.

En Queipo, el sueño de un general vivimos los últimos minutos del general Gonzalo de Queipo de Llano, su vida se le escapa y, en esos efímeros minutos, mil voces le llenan la cabeza con sus propios demonios. La culpabilidad que le remuerde no le deja descansar, y su conciencia quiere explicarse. La obra no justifica a Queipo, nos lo enseña desde dentro, con sus pocas grandezas y sus muchos defectos.

Acierta Pedro Álvarez-Ossorio, autor del texto y director de la obra, en no repasar toda la vida del general, sino en revisarlo desde el 18 de julio de 1936, con una dramaturgia endiablada que viene y va sobre la línea temporal, sin respetar un orden cronológico para ir dejando cabos a los que acudir después, cuando ya todo está más atado. Nos plasma un militar ambicioso, con un concepto de España rondándole en su cabeza que es similar al de un caserío, viéndose como el amo del cortijo, posición de la que otros, con menor valía en su opinión, le han ido desalojando. Es un salvapatrias sin complejos que quiere ser el caudillo por méritos propios y que además considera que no le han sido suficientemente reconocidos. Ese destino es su obsesión: poder y gloria, un lugar predominante en la historia. Que los demás no le reconozcan su heroicidad única, su trauma.

Antonio Dechent y Oriol Boixader en una escena de Queipo, el sueño de un general
Antonio Dechent y Oriol Boixader en una escena de Queipo, el sueño de un general
En ese vistazo hacia atrás, un peso importante lo tiene su familia, especialmente su hija Maruja con la que establece una relación un tanto extraña de la que se insinúa algo más profundo de lo contado con algunos gestos alargados. En ella confía el papel de ser su secretaria personal, hasta que le comunica que se quiere casar y él no soporta que sea la esposa de quien cree que es un traidor, así que la deshereda y arroja lejos. Vuelve en los últimos momentos para hacer unas paces sosegadoras. Ella pone a salvo las memorias de su padre, ante la sospecha de que puedan ser buscadas por comprometedoras para el régimen. Precisamente esas memorias, mezcladas con la pura Historia, van a ser el hilo conductor de la obra.

Queipo es un hombre de ordeno y mando, sanguinario, de dura represión contra los comunistas, de escarmientos preventivos y de sepulturas. No le temblaba el pulso en mandar aviones a bombardear poblaciones que se le resistían, o de firmar y promover brutales detenciones, fusilamientos, crímenes, castraciones y violaciones. Tenía una idea clara de la justicia y su opinión estaba por encima de juicios, declaraciones y defensas de los inculpados, le bastaba decir que se hacía porque era necesario. Estableció nuevos métodos de lucha, utilizó la propaganda y la guerra psicológica, él mismo se convirtió en la voz del miedo, la que lanzaba sus arengas y amenazas desde la radio. La radio entra a formar parte de la obra, se convierte en un medio más puesto en juego durante la representación, que nos va contando sus pensamientos, sus amenazas y también la realidad de un régimen que se imponía con mano dura. Es otro de las apuestas hechas en Queipo, el sueño de un general que dan muy buen resultado. Lo mismo hace con el documental, incorporando imágenes que den la potencia justa que se precisa, o las conversaciones telefónicas que van acelerando el ritmo o esa iconografía fascista mezclada con la religiosa. Elementos todos que van colocando y situando al espectador en un punto negro de nuestra historia en el que posiblemente no quiera permanecer.

El texto nos cuenta el Queipo político, el que tiene dotes administrativas y militares. Pero también nos habla del hombre, al que le gusta interpretar a Ricardo III, el que se encierra en sus paranoias de estar siempre perseguido, el que desconfía de todos pues no hay hombres como él, el que necesita la religión acompañándole y de la que saca fuerzas.

No es una historia de largos monólogos, aunque se asienta en varios discursos, porque siempre encuentra la forma de ser dinámica. Primero de todo por la inclusión de otros elementos no tan dramáticos y segundo por la facilidad de los actores de la compañía para representar más de un papel, poner más de un acento y sacar más de una voz. Son pocos y parecen muchos, lo que da una gran variedad. Así podemos asistir a una charla, disputa mejor dicho, entre Queipo y Franco que sin duda es uno de los puntos fuertes de la obra.

También hay espacio en ella para un poco de humor, como el que se muestra en las discusiones entre requetés y falangistas de las que Queipo se convierte en ecuánime juez y que así nos permite vislumbrar su equidistancia ante ambas corrientes, más preocupado de sí mismo no le importa dejarnos ver su ridiculez.

Pero si algo mantiene en pie la obra sobre todo lo demás es la grandiosa interpretación de Antonio Dechent, cargada de fuerza y de épica, para defender a un personaje lejano de sí mismo. Dechent nos acorrala y después nos desgarra pues abre una rendija desde la que ver al hombre que hay debajo del general grotesco y mesiánico. Nos hace sembrar dudas, pues nos enseña todo lo cruel del personaje y también algunas pinceladas de ternura y de razón en su discurso. No sé si podré perdonárselo.

A modo de pequeño anecdotario: La idea de esta obra le rondaba desde hace tiempo a Antonio Dechent, para que entendamos el origen nos cuenta primero una historia: «Málaga. Guerra civil. Bajo una cama una niña de siete años, aterrorizada, abraza fuertemente a su hermano recién nacido. Su madre y su abuela han salido en busca de alimento, de noticias, de consuelo. Su padre y sus otros tres hermanos pequeños están en la zona nacional. Pero el terror de la niña no viene de esta situación de caos e impiedad, de estos días de confusión y llanto. Su terror proviene de un aparato, de una radio donde ha vuelto a sonar la VOZ. Y la VOZ ha dicho: “Esta tarde os mandaré un regalito.” Y la niña corre bajo la cama abrazando al bebé y espera el bombardeo. Esa niña es mi madre y la VOZ pertenecía al general Queipo de Llano».

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