jueves, 28 de enero de 2010

Vía Dolorosa, piedras o ideas

David Hare utiliza Vía Dolorosa para covertirse en un testigo de las desigualdades existentes en el conflicto entre Israel y Palestina


Miércoles 27 de enero de 2010. Sala de protocolo Sabatini del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid


Cartel de la obra Vía Dolorosa (foto: Vicente León)
Cartel de la obra Vía Dolorosa (foto: Vicente León)
La 10ª edición del Festival Escena Contemporánea presenta varios Ciclos de Autor. Dentro de ellos ha programado uno dedicado a David Hare, dramaturgo inglés, militante de izquierdas, que se cuestiona el sistema establecido a través de sus obras convertidas a menudo en un termómetro con el que medir la temperatura moral de nuestra cultura.

La representación de Vía Dolorosa tiene lugar en un espacio poco habitual. En la sala de protocolo Sabatini del Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Es un salón pequeño para el teatro, pero a la vez con mucho encanto. Para el público se han colocado cincuenta sillas desiguales. Lo primero en que uno se fija es en la bonita escalera de caracol que será utilizada en la obra. El escenario está dividido en tres pequeñas plataformas, la central muestra un sillón, una mesa camilla con un vaso de agua, el texto de la obra y unas gafas olvidadas sobre él. Las otras dos plataformas se encuentran vacías.

Vía Dolorosa cuenta el viaje que David Hare, el autor, realizó a Israel y Palestina en 1997. Durante tres semanas recorre Tel Aviv, Hebrón, Gaza, Cisjordania y Jerusalén; visita un asentamiento donde pasa dos días con una familia de colonos judíos; se entrevista con políticos, artistas e historiadores tanto de Israel como de los territorios ocupados de Palestina. Y todo esto lo convierte en una crónica dinámica y audaz.

Francisco Vidal en una escena de la obra Vía Dolorosa
Francisco Vidal en una escena de la obra Vía Dolorosa (foto: Gerardo Sanz)
Vía Dolorosa es un texto complicado para realizar en un monólogo, no solo por su extensión que supera la hora y media sino también por estar plagado de nombres (personas, calles, ciudades…) de diferentes culturas y referencias varias. De manera inteligente el autor traza el texto como una charla en la que relata su crónica del viaje a un espectador que bien podría estar sentado frente a él tomando un café. Con desparpajo revive las conversaciones que va manteniendo y que él mismo va interpretando en el tono apasionado con el que recuerda a su interlocutor. El papel de David Hare es el de un testigo que escucha e interfiere poco, aunque siempre les plantea una pregunta que a él le inquieta, les solicita a sus interlocutores que le digan cómo se puede salir del conflicto; pregunta para la que ninguno puede ofrecerle una respuesta viable y que algunos le contestan encogiendo los hombros y diciéndole «no lo sé».

Si algo destaca en la crónica es la desigualdad, con unos israelíes viviendo holgadamente frente a unos palestinos que malviven. Muestra estas dos culturas como idiosincrasias lejanas, separadas e incapaces del mínimo gesto de convivencia. Habla de fanatismo, de lo que les separa a unos y a otros de tal forma que hace imposible una reconciliación en este presente. Oye voces de todos los sectores, se encuentra a menudo con personas radicalizadas que solo ven el futuro como avance continuado del presente porque su postura es la correcta y la del de enfrente la equivocada. Hare señala con el dedo la irracionalidad de las posturas y la desesperanza que le producen. Ramala es una ciudad que le gusta, lo dice después de haber visitado la atormentada zona de Gaza, dice que tiene una vida que no ha encontrado en otras partes del viaje. Habla del origen de la intifada como de una oportunidad perdida en la que los jóvenes espontáneamente mostraron interés por cambiar el sistema, pero a la que llegaron los dirigentes para asumirla y transformarla en otra vía muerta.

Francisco Vidal en otra escena de la obra Vía Dolorosa
Francisco Vidal en otra escena de la obra Vía Dolorosa (foto: Gerardo Sanz)
Al volver a casa, resuenan en su cabeza las frases escuchadas en el viaje, es el punto en el que comienza su propia reflexión. Recuerda que al terminar una guerra se regresa «desde la pequeña batalla, para continuar la gran lucha del alma». Pero es otra de las frases la que le atormenta: «Piedras o ideas».

Francisco Vidal es el actor que da vida a la obra. Su interpretación está cargada de ricos matices, jugando con los tonos que les pone a sus interlocutores. Destaca su ritmo y la capacidad de transmitir la pasión que el viaje le ha ocasionado. No se encuentra solo, para explicitar y acompañar a lo largo de la representación se van mostrando cinco grandes paneles, el primero de ellos con una fotografía en blanco y negro de Tel Aviv, al que seguirán instantáneas de un asentamiento judío, de Gaza, de Ramala y de Jerusalén que van desvelando la óptica desde la que plantear el conflicto. El actor utiliza cada una de las tres plataformas para realizar una separación geográfica de la historia. Sobre la central tendrá lugar lo que acontezca en la parte que se podría llamar occidental, es decir su casa de Inglaterra y el mundo judío (las ciudades de Israel y sus asentamientos). Mientras que en las laterales, las que se presentan vacías, nos llevará a los territorios palestinos.

Al finalizar el aplauso es unánime y premia tanto el texto de David Hare, como la estupenda dirección de Vicente León y la gran actuación de Francisco Vidal.

A modo de pequeño anecdotario: En 1968, David Hare con Tony Bîcat funda la compañía Portable Theater con la que propone un teatro alternativo e itinerante. En 1975 se une al director Max Staford-Clarck para fundar la Joint Stock Theatre. Entre los años 1984 y 1997 se convirtió en director asociado del National Theatre. En 1998 fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico. También es miembro de la Royal Society of Literature, posee varios premios entre los que figuran el BAFTA, el del New York Drama Critics Circle, el Olivier y el London Theater Critics. También ha trabajado como guionista y director de cine. Su película Wetherby obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1985.

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