David Hare utiliza Vía Dolorosa para covertirse en un testigo de las desigualdades existentes en el conflicto entre Israel y Palestina
Miércoles 27 de enero de 2010. Sala de protocolo Sabatini del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
Cartel de la obra Vía Dolorosa (foto: Vicente León)
La representación de Vía Dolorosa tiene lugar en un espacio poco habitual. En la sala de protocolo Sabatini del Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Es un salón pequeño para el teatro, pero a la vez con mucho encanto. Para el público se han colocado cincuenta sillas desiguales. Lo primero en que uno se fija es en la bonita escalera de caracol que será utilizada en la obra. El escenario está dividido en tres pequeñas plataformas, la central muestra un sillón, una mesa camilla con un vaso de agua, el texto de la obra y unas gafas olvidadas sobre él. Las otras dos plataformas se encuentran vacías.
Vía Dolorosa cuenta el viaje que David Hare, el autor, realizó a Israel y Palestina en 1997. Durante tres semanas recorre Tel Aviv, Hebrón, Gaza, Cisjordania y Jerusalén; visita un asentamiento donde pasa dos días con una familia de colonos judíos; se entrevista con políticos, artistas e historiadores tanto de Israel como de los territorios ocupados de Palestina. Y todo esto lo convierte en una crónica dinámica y audaz.
Francisco Vidal en una escena de la obra Vía Dolorosa (foto: Gerardo Sanz)
Si algo destaca en la crónica es la desigualdad, con unos israelíes viviendo holgadamente frente a unos palestinos que malviven. Muestra estas dos culturas como idiosincrasias lejanas, separadas e incapaces del mínimo gesto de convivencia. Habla de fanatismo, de lo que les separa a unos y a otros de tal forma que hace imposible una reconciliación en este presente. Oye voces de todos los sectores, se encuentra a menudo con personas radicalizadas que solo ven el futuro como avance continuado del presente porque su postura es la correcta y la del de enfrente la equivocada. Hare señala con el dedo la irracionalidad de las posturas y la desesperanza que le producen. Ramala es una ciudad que le gusta, lo dice después de haber visitado la atormentada zona de Gaza, dice que tiene una vida que no ha encontrado en otras partes del viaje. Habla del origen de la intifada como de una oportunidad perdida en la que los jóvenes espontáneamente mostraron interés por cambiar el sistema, pero a la que llegaron los dirigentes para asumirla y transformarla en otra vía muerta.
Francisco Vidal en otra escena de la obra Vía Dolorosa (foto: Gerardo Sanz)
Francisco Vidal es el actor que da vida a la obra. Su interpretación está cargada de ricos matices, jugando con los tonos que les pone a sus interlocutores. Destaca su ritmo y la capacidad de transmitir la pasión que el viaje le ha ocasionado. No se encuentra solo, para explicitar y acompañar a lo largo de la representación se van mostrando cinco grandes paneles, el primero de ellos con una fotografía en blanco y negro de Tel Aviv, al que seguirán instantáneas de un asentamiento judío, de Gaza, de Ramala y de Jerusalén que van desvelando la óptica desde la que plantear el conflicto. El actor utiliza cada una de las tres plataformas para realizar una separación geográfica de la historia. Sobre la central tendrá lugar lo que acontezca en la parte que se podría llamar occidental, es decir su casa de Inglaterra y el mundo judío (las ciudades de Israel y sus asentamientos). Mientras que en las laterales, las que se presentan vacías, nos llevará a los territorios palestinos.
Al finalizar el aplauso es unánime y premia tanto el texto de David Hare, como la estupenda dirección de Vicente León y la gran actuación de Francisco Vidal.
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