viernes, 22 de enero de 2010

Actos de juventud un desencanto por el paso vacío del tiempo

El 10 Festival Escena Contemporánea estrenó anoche la obra de la Compañía La Tristura


Jueves 21 de enero de 2010. Sala Cuarta Pared. Madrid


Cartel del 10 Festival Escena Contemporánea
Cartel del 10 Festival Escena Contemporánea
La 10ª edición del Festival Escena Contemporánea que organiza la Asociación Cultural Escena Contemporánea se celebra en Madrid entre el 19 de enero y el 15 de febrero de 2010. Su programación cuenta con más de 80 actuaciones de 23 compañías de teatro experimental, acciones de calle, danza, performance y arte sonoro de todo el mundo. El Festival se interesa por las propuestas escénicas más arriesgadas, el teatro no convencional, las nuevas dramaturgias y las piezas multidisciplinares, con el fin de convertirse un reflejo de la creación contemporánea, tanto nacional como internacional. Este año ha centrado sus objetivos bajo el eslogan «la mirada hacia el otro», buscando que todas las piezas partan de la alteridad: la posibilidad de cambiar la propia perspectiva por la del «otro», considerando otros puntos de vista, intereses o ideologías.

Dentro de dicha programación la Compañía La Tristura presenta Actos de juventud. Se trata de una pieza difícil de catalogar y más aún de expresar lo que produce. Respecto a la estructura, la obra arranca con un pequeño preámbulo que da paso a las cuatro partes de un día (amanecer, mediodía, atardecer y noche).

En el prólogo nos encontramos con un actor (Celso Giménez) tumbado sobre el suelo y de espaldas al público, mientras oímos su voz que va desgranando los pensamientos oníricos de su estado. Luego comienza la acción que supone un derroche físico que envidio. Los cuatro actores corren, juegan -incluso un partido de fútbol-, brincan, se mezclan. Muestran una actividad desmesurada y llena de contacto físico, tal como la juventud es.

Se trata de materializar una abstracción, tal vez por eso no haya diálogos en la obra y apenas palabras. Pablo Fidalgo lee dos cartas escritas desde la distancia sobre los rescoldos de un viejo amor y además cada uno de los actores construye un pequeño monólogo. Lo demás es interpretación corporal, representaciones poéticas y dos secuencias de texto que se proyectan sobre una de las paredes del escenario para que el público lea en silencio.

Celso Giménez, Violeta Gil, Pablo Fidalgo e Itsaso Arana en una escena de la obra Actos de juventud
Celso Giménez, Violeta Gil, Pablo Fidalgo e Itsaso Arana en una escena de la obra Actos de juventud (foto: Gerardo Sanz)
Hablan del arte y se revuelcan para esparcir entre sus cuerpos mezclados el blanco y el negro. Arte efímero e instantáneo que se va con el agua de una manguera sobre el propio escenario, pero que queda en la retina como una apuesta más del grupo por lo visual en la obra. Así, utilizando granos de arroz, Violeta Gil construye la maqueta de una colina blanca que la noche, o tal vez el odio, teñirá de rojo mientras Itsaso Arana convertida en una Caperucita abandonada la observa desde el final de una escalera. Y la luna arderá consumida sobre la maqueta.

El sonido se cuela a través de una radio encendida que tienen sintonizada Intereconomía. Se escucha entonces hablar de las dos Españas desde la demagogia de unos contertulios de derechas que buscan un motivo para culpabilizar a ambos bandos por igual y ensalzar un espíritu de «la Transición» sobre el valor del olvido. Poner una emisora exagerada es una clara provocación, tal vez un mensaje al público, un aviso de que a la juventud le da lo mismo pasar de los vientos de un lado que los del otro. También se cuelan piezas instrumentales de piano y de guitarra española e incluso alguna canción para representar los actos de juventud de la noche.

Sin duda el tema recurrente de la obra es el amor como reflejo de la amistad y el acto de compartir dentro de un grupo reducido. Forjan un espíritu colectivo en el que diluirse y que a su vez les sirva para protegerse y alejarse del mundo. Enfrentan la confusión acudiendo al otro y confiando plenamente, incluso en los ejercicios más arriesgados y autodestructivos que también son actos propios de la juventud.

Violeta Gil e Itsaso Arana en una escena de la obra Actos de juventud (foto: Gerardo Sanz)
Violeta Gil e Itsaso Arana en una escena de la obra Actos de juventud (foto: Gerardo Sanz)
Luego se produce al abandono, el derrumbe de una juventud vencida, desencantada e insatisfecha por los modelos que la sociedad le ofrece. Perdida la esperanza, sin ideales, sólo flota el nihilismo, algo que sirve de ancla al pasar vacío del tiempo, a la repetición de un día que termina con el desayuno del siguiente, sin diferencias, con la muerte al fondo como meta. No hay el menor atisbo de optimismo.

En los monólogos se acentúa esta desesperanza. Lo hace Itsaso Arana explicando con las palabras de una joven tímida lo que la juventud le hace sentir, con sus dudas, con sus percepciones. Lo hace Violeta Gil describiendo una lámina que representa el inicio del Apocalipsis. Lo hace Celso Giménez explicando sus orígenes del desencanto en la comuna que sus padres organizaron y dentro de la que nació. Lo hace Pablo Fidalgo en la despedida explicando el abandono como solución.

El resultado final es un tanto ambiguo, ya que si bien hubo varios grupos de espectadores que abandonaron la sala, también es cierto que se escucharon fuertes aplausos al final desde varios sectores de la grada.

En esta reseña no he pretendido otra cosa que realizar un conjunto de interpretaciones sobre las imágenes que la representación muestra. En mi opinión la obra peca de excesivo simbolismo que casi siempre permite a los actores huir de lo concreto. En una obra tan larga debería haber existido tiempo para todo, lo general y una pequeña historia narrativa que hubiese servido de hilo a través del que explicar el resto, pero claro supondría abandonar la postura nihilista.

A modo de pequeño anecdotario: Itsaso Arana, Pablo Fidalgo, Violeta Gil y Celso Giménez son cuatro jóvenes que coinciden en la Resad (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Todos ellos nacieron en los 80 y como dicen no comprender la escuela, ni el teatro , ni la capital, decidieron formar la Compañía La Tristura para explicarse. Desde 2004 comen, trabajan, duermen y escriben juntos.

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