lunes, 18 de enero de 2010

La cinta blanca nos enseña la podredumbre social previa a una gran guerra

La culpabilidad que no se puede expiar y los modelos de comportamiento absolutos como generadores de crueldad


Cartel de «La cinta blanca»
Cartel de La cinta blanca
Sostiene Haneke que tardó diez años en poder materializar esta película, pues su larga duración le complicó encontrar la financiación. Sin duda es una película muy elaborada que retrata la podredumbre de la sociedad ultrarreligiosa como explicación a la explosión de la Primera Guerra Mundial. Situada en una pequeña aldea donde los muchachos aprenden la rectitud a través de los castigos, dibuja un pueblo hipócrita, que envuelve y esconde los secretos, y en el que acontecen una serie de sucesos depravados que resultan el motor de la película. Haneke realiza bien su trabajo, pues los habitantes de este microcosmos llegan a resultar repulsivos y su moral se hace aborrecible. Sin embargo produce rabia que sólo decida hacer buenos los últimos 30 minutos de la película, insistiendo e insistiendo en hacer lentos y pesados la otros 115 previos que gata en preparar la atmósfera ideada. No soy de los que defienden la película, ni me parece una obra maestra, ni siquiera excelente, a pesar de haberse llevado la Palma de Oro a la Mejor Película en el festival de Cannes del 2009. Creo que las intenciones son un primer paso para fabricar el lenguaje cinematográfico e imprescindibles para sostenerlo, pero una película debe tener algo más que permita desear que tras un fotograma llegue el siguiente y en este caso muchos de ellos se convierten en una simple espera.

La cinta blanca, que da título a la película, hace referencia al lazo que los padres les imponían a sus hijos en el brazo o en el pelo tras una acción reprobable para hacerles recordar la necesidad de la purificación y el castigo. Este símbolo permanecía visible hasta que los hijos volvían a ganar la confianza perdida de los padres. La marca que les enseña que todo acto malévolo debe ser castigado. ¿Cómo borrar la señal que marca la culpa? ¿De qué manera no permanecer asustado, temeroso, tembloroso, débil, miedoso y desorientado cuando se lleva el lazo que identifica la impureza? ¿Cómo no sentirse rodeado de oscuridad en esa etapa donde se forja la identidad de la persona? La educación familiar transmite unos ideales, quizá correctos desde el punto de vista de los padres, pero aquí son impuestos a los hijos a través de la violencia y atornillados en sus cabezas sobre el concepto de culpabilidad.

Escena de «La cinta blanca»
Escena de La cinta blanca
Son muchos los que insisten en que La cinta blanca explica el nazismo alemán. Michael Haneke lo desmiente rotundamente. Si nos atenemos a los hechos, lo que narra son los inexplicables, por crueles, acontecimientos que perturban la tranquila vida de un pueblo protestante del norte de Alemania y la búsqueda de los culpables. Corre el año 1913, son los preámbulos de la Primera Guerra Mundial. La realidad se ve tamizada por el paso del tiempo, pues lo que se reconstruye son los recuerdos del profesor, que en aquel tiempo fue un forastero joven que llegó al pueblo para dar clases en una escuela por primera vez. Su situación representa distancia y a la vez permite al autor jugar con dos escalas, lo que aquello impactó en él -la importancia, su curiosidad por ir tirando del hilo, la culpabilidad por no haber podido hacer nada entonces...- para arrastrar al espectador hacia la historia y la equidistancia que por llegar de lejos le permite juzgar el pasado: el modelo educativo y moral por el que se gobierna esta pequeña sociedad. La sorpresa del maestro le va abriendo un camino hacia el horror que, en el fondo, es la intención a transmitir por el director en esta película. Hacer paralelismos que reflejen causas y efectos es el trabajo del espectador.

Con fotografía en blanco y negro recalca la dureza de los comportamientos y de los paisajes que forjan a las personas que los habitan. Sirve la ausencia de colores, para pintar una sociedad asfixiante, enferma y reprimida, enfatizando el clima de tensión e inseguridad que el director pretende y así contener el miedo que va marcando el ritmo. Es un acierto que a su vez aporta credibilidad al pasado que refleja. Tampoco se equivoca en el elenco de esta película coral, especialmente los niños que manejan la fuerza, el tormento y la contención en sus interpretaciones, sosteniendo ellos el mayor peso dramático de la historia. Cargados de ira y frustración, anulados, culpabilizados, atosigados por la represión constante, desgastados a pesar de su corta edad, preparados para soportar cualquier castigo y convertirse en la siguiente sociedad de odio y rencor, como han sido diseñados por sus progenitores.

Mantiene Haneke que su objetivo era presentar el problema del ideal pervertido a través de un grupo de niños a los que se inculcan valores considerados como absolutos y de cómo éstos los van interiorizando: «Si se considera un principio o un ideal como algo absoluto, sea político o religioso, se convierte en inhumano y lleva al terrorismo... Los niños aplican al pie de la letra los ideales y castigan a aquellos que no los respetan al cien por cien».

A modo de pequeño anecdotario: Michael Haneke compagina su trabajo de director cinematográfico con una labor docente como profesor de Dirección en la Academia de Cine de Viena.

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