Javier Rebollo resume 24 horas anodinas de la vida de una persona en La mujer sin piano
Cartel de la película La mujer sin piano
Dice Rebollo que no hace un cine intelectual, que lo que hace es trabajar sobre lo sensual, que plasma imágenes como le ocurre en la vida misma y que será el espectador quien debe completarlas para entenderlas.
La película la vi hace unos meses, cuando participó en el Festival de Cine de San Sebastián y donde se llevó la Concha de Plata al mejor director y una mención especial en el Premio de TVE. Ya entonces las palabras que utilicé fueron: «No voy a extenderme mucho para contar este horror que no se puede llegar a llamar cine. Partiendo de un guión vacío, el director ha insistido en realizar planos inútiles y torpes, muchos de ellos alejados de los actores y con desencuadres que llegan incluso a cortar las cabezas. Hay concepciones del arte que no merecen ser rodadas. Esta es una de ellas. Los actores están bien, pero sus textos no resultan atractivos nunca. Al final sonaron pocos aplausos y algún que otro pataleo, entre los que me incluyo. Los aplausos, entre tímidos y avergonzados, se repitieron a la salida de la proyección, en el pasillo que forma el público del Kursaal como homenaje al equipo de la película». Hoy, que se estrena la película en las salas comerciales, me toca extenderme algo más para hacer una reseña completa.
Pep Ricart y Carmen Machi en una escena de La mujer sin piano
Todos los personajes son grises, cargados de desidia, aburridos. La historia podría ocurrir en cualquier momento, pero Rebollo la sitúa en un punto exacto, el día 16 de marzo de 2003, el de la famosa foto de las Azores que condujo a los atentados del 11-M. Es un factor importante, pero que se queda en el aire para que el espectador recoja, pues a los personajes ésto no les preocupa, no tiene ninguna importancia para ellos ya que no toca su vida.
En lo estético la película huye de lo convencional, la forma de narrar es demasiado estática, tomando imágenes fijas que no siguen a los personajes en su cruzar por el plano, que se quedan en detalles mientras la acción -si es que en algún momento existe como tal- se ha marchado ya de allí, como si la cámara hubiese llegado tarde y tratase de presentir otras posibles historias que no se van a contar. Simula, tal vez, una especie de quedarse pensativo del autor, unos puntos suspensivos que a mi particularmente me desesperan.
Si algo impresiona es la interpretación de Carmen Machi, quizá el único valor positivo del largometraje. Su interpretación es contenida y hermética, tanto como se requiere para que la historia tenga un mínimo de sentido, un pegamento que una tanta deslavazada intención.
Rosa, la protagonista, quiere que le suceda algo imprevisto. El espectador que va a ver la película también. Ambos fracasarán en su intento. Mi consejo, salvo que alguien busque un cine exclusivamente contemplativo, cargado de sonidos cotidianos que pesan más que los diálogos, es que se huya de esta película.
A modo de pequeño anecdotario: Cuenta Rebollo que encontró la inspiración para la película una noche cuando vio a una misteriosa mujer con una maleta caminando hacia la estación de autobuses a una hora en la que ésta ya se encontraba cerrada. A partir de esta imagen construye toda una historia. Rebollo también tira de sí mismo pues traslada a la protagonista una afección auditiva por la que escucha un pitido constante, afección que el propio Rebollo también sufre.