martes, 12 de abril de 2011

¿Qué se debe fotografiar?

Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939, una exposición impresionante de cuando la fotografía era un arma en la lucha de clases.

Una de las fotografías de la exposición
Una de las fotografías de la exposición Una luz dura, sin compasión.
El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939
Jorge Ribalta es un historiador de la fotografía que lleva mucho tiempo trabajando para rescatar el movimiento fotográfico obrero que surgió en 1926, un movimiento documental del proletariado antes de la II Guerra Mundial. Ha sido un trabajo largo y difícil de recopilar, pues durante el siglo XX se ha impuesto un gran silencio sobre este tipo de fotografía política y obrera. De su esfuerzo ha surgido la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939 que se puede visitar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía desde le pasado 6 de abril y hasta el 22 de agosto. La exposición es amplia, conformada por más de mil obras que incluyen instantáneas, series, libros, revistas, panfletos, carteles y películas con el objetivo de mostrar la cruda realidad en la que vivían aquellos obreros.

Se puede preguntar uno, recorriendo las paredes de la exposición, por qué tantas series. La respuesta es sencilla, el movimiento trataba de crear un elemento discursivo, para lo que una fotografía a veces resultaba insuficiente. El movimiento de fotografía obrera no es un movimiento periférico menor, sino que está en la línea de fuerza. Se quería construir un macrorrelato con pequeños microrrelatos que son las fotografías y las series. Quieren hacer visible lo social y para ello no buscan una imagen aislada, sino muchas que se complementen. Es el tiempo de convertir la fotografía en una arma de la lucha de clases que conduzca hacia el socialismo. Se plasma el horror de la miseria social y las condiciones precarias del proletariado. Un instante en el que se mezcla el arte, con lo político y su propaganda, donde la autoría se diluye porque se mezclan trabajos anónimos, colectivos... Donde la imagen aparece, desaparece y se transforma.

El movimiento de la fotografía obrera supone una identidad entre los autores y marca una modernidad fotográfica a partir de la fotografía directa y el estilo documental. La fotografía obrera es la raíz del documental y en aquel momento se trató de potenciar el documental desde dos corrientes divergentes. La primera perspectiva lo enfoca desde una socialdemocracia de tintes reformistas que pretende enseñar a los desfavorecidos para hacer con ellos una propaganda y señalar que el Estado se va a encargar de solucionar todos estas injusticias. La segunda es más revolucionaria, nos llama a tomar el poder superando el enfoque paternalista de la primera, resignificando el modelo de documental proletario.

Jorge Ribalta, comisario de la exposición, durante la visita guiada (Foto: Toni Gutiérrez)
Jorge Ribalta, comisario de la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939, durante la visita guiada de presentación de la exposición (Foto: Toni Gutiérrez)
Se trata de una vanguardia artística, que no se puede ver separada de la vanguardia revolucionaria, que busca la democracia de las masas en cada una de sus fotografías y representaciones. Por primera vez señala el carácter público de la fotografía, en la que todavía existe un gran potencial político. Lo que vemos en la exposición es a la vez arte, conocimiento y política.

También presenta una crítica hacia lo institucional, pues se trata de obras que en muchos casos han sido realizadas como una creación colectiva y anónima. Frente a ello, nos encontramos con la concepción generalista de los museos, donde prima el artista con nombre y apellido. En este caso es una exposición de los excluidos que nos hace una pregunta directa hacia cómo construimos la historia.

Resulta sin duda una exposición moderna y nos habla de las relaciones de poder entre el fotógrafo y el sujeto desde otra óptica. Ahora no se pueden usar imágenes de otros si no media un pacto entre ambos. Un modelo que entonces no hubiera permitido tomar aquellas instantáneas. Ahora vivimos una época mercantilizada dónde falsamente pensamos que podemos hacernos ricos con los otros, donde nuestra imagen se ha convertido en mercancía canjeable.

Este movimiento surge en Alemania y en la URSS. Su inauguración se marca en el año 1926, cuando la revista alemana AIZ (Arbeiter Illustrierte Zeitung: diario ilustrado del trabajo) convocó un concurso invitando a los lectores para que aportaran fotografías que documentaran su situación, tanto en las fábricas como fuera de ellas, que contaran la vida proletaria. Son imágenes que por un lado muestran la belleza del trabajo y por otro el horror de la miseria social. La idea da pie a la revista Der Arbeiter-Fotograf y al movimiento Arbeiterfotografie (fotografía de los trabajadores). Simultáneamente, en la Unión Soviética nace la revista Sovetskoe Foto con la misión de construir el nuevo estado socialista creando una nueva cultura fotográfica soviética.

En 1929 empiezan a crearse las primeras asociaciones de fotógrafos obreros. Es una época en la que surge un arte proletario, con su poética y su difusión a través de los medios de comunicación que se ponen a su servicio. El público se convierte en autor y a la vez en productor de su propia obra al pasar a ser un colaborador para los medios. Sin duda este hecho supone una gran ruptura revolucionaria. Con ella surge la fotografía social, es el origen del foto-periodismo que aumenta la importancia de lo visual y se convierte en una fuerte oposición a la prensa burguesa. La primera parte de la exposición está dedicada a este periodo constituyente del movimiento que supone una especie de experimento artístico, que se desenvuelven en Alemania y en la Unión Sovietica y que abarca de 1926 a 1932. Sin duda el ejemplo más representativo es la serie 24 horas en la vida de la familia obrera en Moscú (Familia Filippov) que realizaron los fotógrafos Arkady Shaikhet, Max Alpert y Solomon Tules para publicar en Alemania. En 1931 se copió la idea, el fotógrafo Enrik Rinkel retrató a la familia Fournes, alemanes y proletarios. John Heartfield, artista pionero del fotomontaje, es un personaje vertebrador de este movimiento, y estará presente en toda la exposición, al igual que el cineasta holandés Joris Ivens. Se recogen también fotografías de Eugen Heilig y encontraremos los reportajes de Walter Reuter para Der Arbeiter-Fotograf.

A finales de 1931, AIZ distribuía una tirada de 500.000 ejemplares semanales. Sin duda ese año supone su momento culminante y también su punto final en Alemania con la caída de la República de Weimar y en la URSS al acabarse la revolución cultural.

Uno de los libros que forman parte de la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939
Uno de los libros que forman parte de la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939
La segunda parte de la exposición comprende los años que van de 1930 a 1935. El experimento se ha convertido en un movimiento político. En esta parte se observa como hilo conductor la expansión del movimiento de la fotografía obrera y la red que va creando en Centroeuropa. En 1933 y 1934 se celebran en Praga las Exposiciones de Fotografía Social I y II, en 1934 se publica el libro del checo Lubomír Linhart Sociální fotografie, en Budapest triunfan el círculo y la revista Munka que dirige Lajos Kassák, en Austria se edita la revista Der Kuckuck, en Inglaterra tenemos WIN -aunque allí se trató de un movimiento pequeño-, el auge en Holanda con fotógrafos como Eva Besnyö y el propio Joris Ivens, se presentan los trabajos de los húngaros Kata Kálmán, Kata Sugár y Judit Kárász. También llega a Estados Unidos con la Photo League americana que le añade componentes estéticos y donde encontraremos a Aaron Siskind, Harold Corsini, Morris Engel, Sid Grossman, Paul Strand con su marcado cariz político y Tina Modotti.

La última parte va de 1935 a 1939 y supone la transformación del movivimiento hacia una historia biográfica y generacional. Es la época del Frente Popular en Francia y de la Comuna de París. Tal vez se trata del último momento feliz antes de que el optimismo se acabase. Lo inmediato resultó ser oponerse al auge de los fascismos europeos. En este periodo el trabajador se convierte en soldado y finalmente en derrotado al caer todo el proyecto revolucionario con la Guerra Civil española que cierra esta exposición. De esta época es la revista francesa Regards en la que también publicó Heartfield y recogió los trabajos de Robert Capa, Louis Aragon, Henri Cartier-Bresson, Josep Renau, Eli Lotar... Es también el debate sobre el socialismo, donde surge una nueva iconografía de las clases sociales y un eco de la primera etapa del movimiento.

De la República Española y la Guerra Civil, se recogen diferentes series de las Misiones Pedagógicas, trabajos de José Suárez y Agustí Centelles, la presencia de Mikhail Koltsov, los carteles del Socorro Rojo, los álbumes del Comisiarat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya y la llegada de los fotógrafos internacionales para cubrir la contienda: Heartfield, Reuter, Capa... Son las fotografías que recogen al soldado víctima. El final de una historia que el tiempo ha cubierto de silencios.

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