La magia de quien apuesta por la calidad del sonido y las buenas letras.
Sábado 16 de abril de 2011. Teatro Jovellanos. Gijón
Una instantánea de archivo de Nacho Vegas
Pero era la noche de Nacho Vegas. Al fondo del escenario se ve como única decoración el cuadro completo de Adolfo P. Suárez que le ha servido para elaborar la portada de su disco La zona sucia, un paisaje inspirado en edificios de Madrid y Gijón y donde a las farolas del cuadro se le han añadidos unos focos para darle vida y evocar un aire bohemio, local y universal. La tarima del escenario parece una tienda de instrumentos musicales; además de la batería, un cajón, los teclados, un acordeón y el bajo se observan seis guitarras eléctricas, dos acústicas, un banjo y un pequeño guitarrín. No es tan grande la banda para tanto instrumento, a Nacho Vegas le acompañan sus cuatro músicos, pero sin duda se cuida cada sonido que se exprimirá siempre con el instrumento adecuado.
Suenan los primeros acordes de Cuando te canses de mí y aparece un instrumento más, una de esas guitarras que se tocan sentado, sobre las rodillas, para darnos matices legendarios del Misisipi. Es un buen arranque y el público, entregado desde el principio aplaude encantado. Le siguen Cosas que no hay que contar y Reloj sin manecillas. Con Dri Martini S.A. se produce el primer momento mágico, la banda está engrasada y al ritmo de la música, que va subiendo, vemos botar a la vez a teclista y bajista. No pueden evitar estar contagiados, el público tampoco.
Dos pequeñas mesitas recogen diversos vasos de los que van bebiendo los músicos, son como dos minibares. Después de algunas canciones, se acercan y beben un sorbo. Se miran, intercambian complicidades y siguen. Nacho Vegas no se quita la chaqueta, impasible al calor de los focos, concentrado en todos los detalles del concierto. Todo es intencionado, cada nota que suena, cada palabra que dice.
Portada del disco La Zona Sucia que Nacho Vegas presenta en el concierto
Le sigue Maldición, otra canción muy triste, trágica como la anterior. Es el acordeón quien nos da las pistas del lugar, el instrumento que nos hace evocar en nuestros recuerdos la historia que nos narra Nacho Vegas. Sus canciones parece que se pegan a la piel de quien las escucha, no sé si es por la extrema sensibilidad, por su poética o por qué otro secreto; pero cuando uno las oye por primera vez piensa que ya las conocía, que esas palabras forman parte también de quien las escucha, que llevan desde siempre dentro de uno mismo, como si fueran parte de su esencia. No son canciones fáciles, no hay estribillos pegadizos. Lo que hay es mucha verdad, la historia de un hombre tímido que hace buena música con lo que le pasa. Las letras de Nacho Vegas están cargadas de sus intimidades, tamizadas levemente a lo sumo. El público las recibe con cariño, agradecido y entregado.
Es el turno de Incendios. Después suben las hermanas Mar y Alicia Álvarez que forman Pauline en la playa, le acompañan para poner los coros a Perplejidad. Nacho Vegas no suele decir nada entre canción y canción, acaba una y empieza la siguiente. Sin embargo en este punto recuerda que «hoy se cumplen 80 años y dos días de la proclamación de la II República Española», para conmemorarlo toca Canción de palacio #7, un tema emblemático que hoy adquiere una nueva connotación para mí y en el que además se escucha el pequeño guitarrín y una excelente segunda voz que va siguiendo partes del texto como un eco, o mejor como una memoria que recuerda la palabra dicha.
Nacho Vegas aprovecha para presentar a la banda. Lo hace de una forma desenfrenada, divertida. Dice que son la trama asturiana y comienza presentado a Abraham Boba, de Vigo, aunque con la misma mala leche cómo si hubiera nacido en Campo de Caso, añade después. Boba acaba de sacar disco propio que Vegas recomienda: Los días desierto. Al bajo Luis Rodríguez que recientemente ha tenido que emigrar a Madrid, una leyenda urbana de esas que Tinín Areces dice que no existen. La batería es cosa de Manu Molina, cordobés con gran melena, toda ella le ha crecido en Asturias. Las guitarras son cosa de Xel Pereda, tan buen músico que no necesitaría ni siquiera afinar.
Es el turno de Me he perdido y Xel se luce con el banjo que también utiliza con la siguiente canción Va a empezar a llover. El concierto está llegando a lo más alto. Muchos aplausos con las primeras notas de La gran broma final que suponen una explosión en el público. Los seguidores de Nacho Vegas son variopintos, no hay un estereotipo común, ni domina una estética determinada. Es gente calmada que escucha atenta, que comparte, que se emociona.
Regresan las chicas de Pauline en la playa para hacer los coros. Nacho Vegas afina su guitarra, surgen bromas «no afino ni con afinador». Mar se mete con él y Nacho le devuelve la broma: «mientras yo afino, Mar os va a contar una cosa muy graciosa que le ocurrió». Son momentos simpáticos que terminan con una nueva guitarra en el escenario. Vuelve el acordeón, suenan las palmas en el público para llevar el compás de Lo que comen las brujas y una especie de nube encantada se intuye flotando por el Jovellanos. Las chicas se quedan y suena Taberneros, es el final del concierto.
Con los bises, Nacho Vegas vuelve solo al escenario. Con su acústica hace la Canción del extranjero. No necesita más, llena todo el Jovellanos rítmicamente. La banda sube a arroparle para hacer El hombre que casi conoció a Michi Panero y el público rompe en aplausos con los primeros acordes. El final es apoteósico. Tocan El mercado de Sonora como la banda potente de rock que son y Xel Pereda termina por los suelos, jugando con sus pedales. Todos juntos han conseguido hacer un concierto inolvidable, de los que se quedan marcados a fuego.
A modo de pequeño anecdotario: Para la portada de La zona sucia, Nacho Vegas ha utilizado una enorme z que rasga un telón negro y deja ver parte del cuadro de Adolfo P. Suárez. El mismo cuadro aparece completo y solo en el interior, pues no quería mancharlo con el título del disco ni con su nombre.