lunes, 8 de diciembre de 2008

Y sin embargo te quiero

Cartel de la obraLa Transición vuelve. Después de treinta años es tiempo de revisitar, analizar y recomprender lo que aquella etapa significó para los españoles. Ese espíritu de perdón sin condiciones es el que he respirado viendo «Y sin embargo te quiero» en el Teatro Galileo. Agradezco que este tipo de obras, en el que el pensamiento básico es de izquierdas, se lleven a la escena, pero personalmente me gustaría que dieran un paso más y no se quedasen en una falsa igualdad.

Sobre el escenario dos actrices, una cándida Alejandra Torray frente a una impresionante Ángeles Martín. La obra trata de la relación que se establece entre una rica señorita latifundista extremeña -Rosa- y una de sus domésticas -Ana-. La sirvienta, interpretada por Ángeles Martín, evoluciona a lo largo de la obra, que al principio parece anclada en un tiempo irreal si no fuese por esa insistencia sobre los malos jornaleros que ocupan el tiempo del padre y le acarrean todos sus problemas. La evolución de Ana surge porque entiende la diferencia entre los dos mundos de su entorno: los amos y los que les sirven. Sin embargo no puede dibujar una línea clara de separación, pues los sentimientos personales, los vínculos establecidos con la Rosa persona, le llevan a mezclar los dos extremos, el suyo, el de clase obrera (pobre, oprimida y hambrienta) y el de La Casa Grande, el de los que mandan y pueden, pero a los que hay que tener compasión porque la cuidan. Desde esta confrontación se vislumbra que la relación establecida entre ambas mujeres no es de igual a igual, por mucho que el autor se haya interesado en decirnos que las tragedias son de las personas y no de las ideas, que debemos matizar y ser justos con los comportamientos humanos, sin prejuzgar.

En la obra vivimos varias situaciones, que como decía al principio, agradezco. Se cuenta como los aviones fascistas destruyen las barriadas más humildes mientras escuchamos caer las bombas. Se cuenta con detalle el fusilamiento a manos de los rebeldes fascitas de Pedrito, el compañero de Ana. Se cuenta también el encarcelamiento del latifundista y cómo muere en la cárcel, como el Frente Popular recoge armas en la casa... Y, al terminar la guerra, Ana tiene que huir y exiliarse en Francia, desde dónde volverá para el reencuentro final, cuando la Transición haya triunfado y sea necesario el abrazo final de reconciliación. Echo en falta una sóla palabra de la etapa de dictadura, que el autor se salta como si no hubiera existido nunca, como si estuviera prohibido mentarla. Echo de menos que la obra no termine con la música de «A cántaros», para decirme que vamos a juzgar a los que le pegaron el tiro a Pedrito. Sin embargo, la música que cierra es «Libertad sin ira», para contarme que es necesario el perdón sin condiciones y con olvido.

Sin puntoSin puntoMedio puntoPuntoPunto

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