El centro de Madrid respira mal entre tanto cemento, consumiéndose sin apenas zonas verdes. Es un mal con difícil solución, así que cuando comenzaron las obras en la Plaza de Tirso de Molina, como vecino -y a pesar de las molestias-, me sentí contento. Se proyectaba un mercado floral y para ellos se convocó un concurso público. Por un lado pensé que tendría espacio para pasear -supuse que al eliminar el tráfico en uno de sus latereles habría más plaza para caminar- y por otro, que por la temática, algún árbol más se plantaría, con algo de cesped y flores.
La rehabilitación de la plaza terminó, quedó espaciosa, con pocos árboles, eso sí, pero te permitía caminar. Sin embargo mi alegría duró muy poco. Primero surgieron unas hileras de bancos donde más pudieran estorbar y después aparecieron los nueve puestos de flores, unos quioscos de mucho diseño y que ocupan demasiado espacio público, haciendo incómoda y, sobre todo, pequeña la plaza. Por arte de magia y por un afán empresarial de nuestro ayuntamiento, el espacio público se había reducido. Desde su inaguración -el 16 de diciembre de 2006- sigo dándole vueltas a la idea de para qué tanto puesto. Desconozco su rentabilidiad, pero apenás hay diferencias entre unos y otros, ni clientes para todos ellos. ¿No bastaría con uno o dos y dejarnos el resto de la plaza a los vecinos?
Lo que también he notado, desde hace un par de semanas, es que la plaza se limpia de una forma mucho más ostensible con los nuevos vehículos de limpieza. Justo después de que Sánchez Dragó dijera aquello de lo sucios que especialmente son los madrileños.
jueves, 1 de marzo de 2007
Tirso de Molina
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