El Teatro Español acoge el primer montaje de un espectáculo de Derek Ahonen en castellano
Miércoles 8 de mayo de 2013. Teatro Español. Madrid
Cartel de la obra de teatro Los iluminados
¿Por qué? Porque no es tan fácil colocarse a un lado u otro del sistema. Los iluminados nos muestra contradicciones
Lo primero de lo que hay que hablar es de su duración. Los iluminados se estructura en dos partes, la primera de una hora y cincuenta minutos y la segunda de cuarenta minutos. Es por tanto muy larga, un hecho que sirve al autor para movernos de un lado al otro del alambre, llevándonos del lugar confortable al más peligroso sin que apenas nos demos cuenta, pues los que guardan el equilibrio sobre ese fino alambre son otros, hasta que al final vemos reflejado en ellos algo de nosotros y nos sentimos tocados. El autor necesita ese tiempo para ir preparando así al espectador, haciéndole transitar hacia una dirección para girar de golpe, mostrando lo que el razonamiento esconde, lo que no hemos querido ver. Las utopías se construyen con tiempo, poco a poco, masticándolas muy despacio. Pero lo cierto, lo que nos dice Ahonen, es que al final suelen terminar asentadas en el aire; la realidad no sabe de ilusiones.
Los personajes son seres imperfectos que viven en una especie de comuna post-hippie su utopía y lo hacen como si se tratase de una realidad posible, totalmente convencidos de ella. A nivel teórico han encontrado todas las explicaciones que convierte su modelo en un círculo perfecto. Se creen visionarios al margen del sistema, capaces de cambiar el mundo sin renuncias, pues el modelo capitalista está a punto de derrumbarse por sí solo y emergerá como solución la suya, sin esfuerzo cuando los demás se den cuenta de su validez. Tal vez estén trasnochados, sean incapaces de cuestionarse en su vida aquellos principios que detestan y hayan cerrando los ojos para no ver ciertas cosas. Tal vez se han acomodado y han perdido esa fuerza que se necesita para romper con aquellos elementos malsanos que se cuelan como un mal menor pero asumible, como si algún día, cuando llegue el momento, puedan darle la vuelta. El espectador se ríe con estos personajes y también lo hace de ellos, pero en el fondo los comprende pues todos conocemos gente dispuesta a defender utópicas ideas en decadencia. Resulta curioso ver que, en Los iluminados, ese camino que va conduciendo a los personajes hacia una caricatura que los esteorotipa les convierta a su vez en más humanos. Es sin duda una obra que se mueve siempre en un plano inesperado. Así ocurre con una escena en la que vemos desnudos integrales; éstos suelen ser momento incómodos para los actores y sin embargo llevándolo desde lo ridículo consiguen hacerse tan naturales que la escena se convierte en lo más cómico de la función.
La obra me toca y no puedo hacerme el desentendido a todo ese clamor que me despierta. Resulta complicado mantener los ideales en este mundo corrupto y dentro de este sistema tan cargado de contradicciones. Pero es de ese hilo del que justamente tira el autor y no renuncia a elaborar un texto dramático que nos haga pensar en lo contradictorio para encontrar la esencia de cada una de las posturas. Nadie está exento de las incongruencias y quienes dijeron que otro mundo era posible, quienes se enfrentaron al poder político y económico, también vivieron las suyas. Ese es el reflejo que brilla en la obra y lo que más nos duele: todos tenemos algo de neoliberales, el sistema nos ha impregnado sin excepción, incluso a los que luchan contra él, y en cierto modo nos tiene ya comprados y amortizados. Eso no quiere decir que tengamos que darnos por vencidos. Todo lo contrario, la obra nos invita a explorar nuevos caminos.
Los personajes no dejan de ser prisioneros del mismo sistema que desprecian, conformes con el pequeño grado de libertad que han conseguido y sin hacerse las preguntas que agudicen la incongruencia de esa vida. Se sienten más lúcidos que el resto y piensan que han sabido escapar de la tela de araña. Hay una crítica dura a estos movimientos porque no han logrado ir más allá de soluciones individuales y esa crítica se hace desde la mirada de una generación más joven aún, que está en plena adolescencia y que ha sido mimada más que ninguna. Son sus ojos los que van viendo las contradicciones y les señalan que ese pequeño mundo que han creado no va más allá de satisfacer su propio hedonismo. Hoy, que se desmorona nuestro estado del bienestar, es necesario poner en marcha la solución alternativa, la justa, la que sirve para todos, la colectiva. Pero esa solución no está pergeñada siquiera. Tampoco podemos esperar a que sea el capitalismo, ese sistema que beneficia a unos pocos en contra de la mayoría, quien venga a distribuir la riqueza y nos de su respuesta salvadora. Es hora de ponernos a trabajar y en ese sentido sirve Los iluminados, pues lo más mortífero de su crítica es que la realiza de una forma divertida, huyendo de los dogmas, pero que nos deja noqueados. Es desde el suelo donde hay que empezar a construir como real otra nueva utopía. Sé que Derek Ahonen se reiría seguro de nuestra limitaciones como individuos indefensos.
¿De dónde sacamos el dinero para ello, para hacer reales nuestras utopías sociales? Los personajes pueden mantener su situación gracias a que un multimillonario filantrópico les costea su modo de vida y todo lo demás. Y esa es la gran paradoja, si detrás está el poder financiero, si el capital paga nuestra prensa, si nos cobija, si nos alimenta por qué pensamos que no llegará un día en que venga a pasarnos la factura. ¿Estamos seguros de a quién servimos? ¿Quién paga la contracultura y para qué? Esas son las preguntas que nos inquieta como espectadores, y mucho más cuando aparece en escena ese absurdo capitalista, maniático, anodino, infeliz y tremendamente injusto. El único dios de nuestra sociedad es el dinero, y todos, queriendo y sin querer le servimos.
Pedro Ángel Roca y Jorge Muriel en una escena de la obra de teatro Los iluminados (Fotografía: Javier Naval)
De la obra me gusta que te mantiene alerta y por contra me disgusta una especie de aura espiritual y religiosa que se respira en la última parte, como de revelación divina y un tanto cristiana que no termino de encajar del todo. Si el único dios es el dinero, para qué lo otro, por qué abrazar una fe falsa como si necesitásemos un consuelo, por qué inmolarnos como héroes en causas perdidas.
Quizá la mayor virtud, después del hecho de obligar al espectador a hacerse muchas preguntas, es que el texto resulta en todo momento impredecible. Esa es parte de su magia, que nos puede hacer creer que se desvía y de pronto, un suceso de la actualidad se cruza y nos incomoda pues nos hace entender que no está divagando, sino hablando de una realidad que es la de todos, de algo que nos pasa ahora y que está conectado con lo que somos y lo que queremos ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario