jueves, 3 de enero de 2013

«Analizar la historia en términos de buenos y malos oculta la realidad y evita el debate»

Charla con el escritor Alejandro M. Gallo


Alejandro M. Gallo (Foto: Toni Gutiérrez)
Alejandro M. Gallo (Foto: Toni Gutiérrez)
El escritor Alejandro M. Gallo acaba de publicar Morir bajo dos banderas, la gran novela de los republicanos españoles combatientes. En ella hay un recorrido por los distintos frentes militares mundiales tras la Guerra Civil y en todos ellos hay compatriotas luchando.

Javi Álvarez: ¿Fue realmente así o ha utilizado la ficción para completar el mapa?

Alejandro Gallo: No es necesario recurrir a la ficción; la realidad, con sus hechos, es muy tiránica. Vaya usted hasta Narvik (Noruega), a un pequeño cementerio francés con 118 tumbas de legionarios y leerá con asombro los nombres sobre ellas: Manuel Ferrer, Clemente Blesa, Aniceto Carrillo, Roberto Fortunato… Recorra los 80 cementerios –con 4000 muertos- que tiene la I División Ligera de la Francia Libre distribuidos por el norte de África, Sicilia, en Italia hasta Roma, o en Provenza hasta Estrasburgo. Le ocurrirá lo mismo que en Narvik. Si no le es suficiente, acérquese a la puerta de Orleans, en París, y escrute bien el monumento al mariscal Leclerc y a la II División Blindada. Lea los nombres de sus caídos desde Normandía al Nido del Águila. Le ocurrirá lo mismo que en Narvik: Miguel Campos, Constantino Pujol, Antonio Cariño, Ramón David… Si aún atesora alguna duda, visite pueblos del Mediodía francés y compruebe que los nombres de algunas de sus calles están dedicados a los republicanos españoles que combatieron en la Resistencia y los liberaron de los nazis. O suba a Normandía y viste Écouché, contemplará en la entrada del pueblo una fotografía de sus libertadores –los soldados españoles de La Nueve- junto al Sherman que quedó destruido en la batalla. O tómese la molestia de repasar el nombre de todos los soldados que recibieron la Cruz de Guerra o la Medalla al Mérito Militar francesa, la Orden de Liberación, la Orden de Lenin, el Estrella de Plata o el Corazón Púrpura norteamericanos… y comprobará que algunos de esos nombres eran de la diáspora española. ¿Quiere más pruebas? Pues visite el Memorial al mariscal Leclerc. Allí encontrará el periódico Libération de la Resistencia parisina el mismo día que entró La Nueve en París. ¿Quién está en la foto con los líderes franceses de la Resistencia? Pues el teniente Amado Granell, de Burriana (Castellón), el primero que entró en París con sus indómitos compañeros a bordo del blindado «Los Cosacos». Hablando de periódicos, busque en The New York Times las crónicas de guerra de Charles C. Wertenbaker. «…Arribamos (se refiere a los reporteros extranjeros) a los arrabales de París, siempre precedidos por los republicanos españoles, aclamados con un indescriptible delirio por la población…: Sus tanques llevan pintados nombres tan sugestivos como Ebro, Guadalajara, Brunete…», leerá con asombro. Y así podríamos seguir en todos los frentes y en todas las batallas. No hubo ficciones, todo fue tan real como la puñetera sangre de los caminos. Lo que ocurrió es que a Franco no le interesaba difundir que el exilio republicano combatía codo con codo con los Aliados. Él sólo reconocía a su División Azul. Por otra parte, el chovinismo galo también lo ocultó. Lea usted ¿Arde París?, de Larry Collins y Dominique Lapierre, la novela y película de culto de aquella epopeya. Comprobará que no existe ninguna referencia a los republicanos españoles que entraron los primeros en París. Eso sí es pura ficción, peor aún: enmascaramiento de la realidad. Ahí está la gran vergüenza: nosotros siempre fuimos generosos con las Brigadas Internacionales que ayudaron a la II República. Les dedicamos calles, monumentos, les organizamos homenajes y los hemos tenido siempre presentes en nuestros corazones. Sin embargo, para el chovinismo galo, la ayuda con las armas y los muertos del exilio español fue ocultada después de que De Gaulle reconociera el régimen de Franco. Como dice Evelyn Mesquida: «Francia también ha de revisar su memoria histórica».

JA: Leyendo la novela uno siente un emotivo homenaje a los republicanos que siguieron luchando por la libertad y contra todos los fascismos. También se observa el deseo de escribir un pedazo de nuestra historia sobre el que etapa tras etapa se ha ido echando tierra y aún se mantiene oculto. Encuentro además una especie de justicia poética. Pero realmente, ¿qué le llevó a escribirla y para quién la ha escrito?

AG: La respuesta la encontrará en el propio narrador de la novela. Ese narrador en segunda persona me permitía cumplir ese doble objetivo: en primer lugar, contar todo con cercanía hacia su gesta; en segundo lugar, hacerlo como si se estableciera un diálogo entre nosotros y ellos. Es decir, quería que el lector conociera esa parte de la historia tan desconocida para el gran público, pero al mismo tiempo quería que ellos (los vivos y los familiares de los muertos) conocieran realmente lo que significó su gran epopeya. Mire, cuando usted habla con los vivos, normalmente terminan sus conversaciones con un «Recuerde: no fui un héroe», cuando su pecho lleno de medallas contradice esa afirmación. Eran modestos y creían que lo que hacían era lo que había que hacer. Se sentían soldados de la libertad o, como los denominó Raymond Dronne, cruzados por la libertad. Ni más ni menos. Somos otros los que los rebautizamos como irrepetibles.

JA: ¿No teme que el grosor tan considerable de la novela y la cantidad de pasajes bélicos puedan asustar el público objetivo de la novela?

AG: ¿Asustar? Asusta el hambre, el desempleo, la crisis, las guerras, la falta de alternativa a un sistema socioeconómico que nos lleva a la barbarie… Eso sí da miedo. El grosor de una novela, de cualquier obra literaria, no debe asustar, debe impulsarnos a atrevernos con ella. Además, la novela agotó su primera edición en la primera semana a la venta. En estos momentos que usted y yo hablamos, en las librerías de España se encuentra la segunda edición o, a lo mejor, ya la tercera. Eso es una prueba (siempre la tiranía de las pruebas) de que no asustó a nadie, al contrario.

Portada de la novela Morir bajo dos banderas
Portada de la novela Morir bajo dos banderas
JA: ¿Qué método de investigación ha seguido para documentarse?

AG: Tomé como libros de cabecera La Nueve, de Evelyn Mesquida, La última gesta de Secundino Serrano, Los olvidados de Antonio Vilanova, Los republicanos españoles en la II Guerra Mundial de Eduardo Pons Prades y salí a recorrer los mismos caminos que nuestros paisanos, buscando sus tumbas y el testimonio de los vivos (Manuel Fernández Arias, soldado de la II División Blindada y al que va dedicada la novela, se nos fue el año pasado sin verla publicada). Incluso interrogué a los soldados latinoamericanos que combatieron junto a ellos, principalmente argentinos. Recuerdo con especial cariño a Michel Iriart (Buenos Aires, 1920), que sus recuerdos me permitieron reconstruir la gesta desde Alsacia y la bolsa de Colmar hasta el Nido del Águila.

JA: ¿En qué podemos ayudar para que nuestros libros de Historia incorporen todas las gestas de esos soldados republicanos que combatieron el fascismo y que tuvieron un papel principal en muchos de los pasajes de la Segunda Guerra Mundial?

AG: Dicen los neopositivistas que «si algo es nombrado, es que existe». Luego debemos de tenerlos siempre presentes en nuestras conversaciones y textos. En resumen: Nombrarlos siempre.

JA: La familia Ardura va vertebrando todos esos acontecimientos haciendo una función de guías, pero también para canalizar las emociones del lector. ¿Cuánto pesa el sentimiento cuando se escribe de héroes desconocidos?

AG: Sobre héroes desconocidos y de cualquier otro tema hay que escribir como defendía Friedrich Nietzsche: «con sangre». «Con las tripas», como dijeron otros pensadores. No hacerlo así, significa que tu obra es una cosa plana dedicada al mercado y que tú no eres un escritor de raza, sino un sujeto que rellena páginas bajo aquel epígrafe: «… como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto», que diría el insigne Lope de Vega.

JA: Hay una historia que me sobrecoge especialmente porque da esperanza a quien ya no le queda. Le hablo de la leyenda del soldado de las chocolatinas, ¿qué me puede contar de ella?

AG: Es mi particular versión de la obra Esperando a Godot de Samuel Beckert aplicada a aquellos momentos convulsos y dramáticos, y que recorre la novela Morir bajo dos banderas. Es más, en un principio pensé titularla así: El soldado de las chocolatinas.

JA: Tengo curiosidad, cuando discuto con amigos sobre los motivos por los que los republicanos españoles se enrolaron en las divisiones alidadas, siempre hay uno que me dice «lo hicieron para salir de los campos de refugiados». ¿Cuáles fueron los verdaderos motivos?

AG: A su amigo no le falta razón si hablamos del periodo que va desde el 1 de abril de 1939 a mayo 1940. Al cruzar la frontera, el gabinete de Daladier les ofreció a los exiliados españoles: Compañías de Trabajadores Extranjeros, la Legión Extranjera o los Batallones de Marcha, los campos de refugiados o el regreso a España. En esos meses, podemos decir que todos los que se enrolaron en las fuerzas militares francesas lo hicieron como escapatoria a los campos de refugiados (creo que lo dejo bastante claro en Morir bajo dos banderas). Pero la situación cambió radicalmente a partir del 18 de junio de 1940 con el llamamiento de De Gaulle por las ondas de la BBC a formar la Francia Libre contra el invasor nazi y el gobierno de Vichy. A partir de ahí, el exilio español asumió la II Guerra Mundial como una continuación de la Guerra Civil española. Por poner varios ejemplos: la unidad militar Spanish Company Number One se creó en Inglaterra exclusivamente con españoles del exilio y en ese país no había campos de refugiados, el Corp Franc d´Afrique –la mitad eran republicanos españoles- para combatir a Rommel se crea después del desembarco aliado en el norte de África y la liberación de los campos. La II División Blindada se crea en mayo de 1943 con gran número de voluntarios españoles. Toda la participación española en las brigadas del Maquis francés eran exiliados que trabajaban como mano de obra barata en las minas y fábricas del sur de Francia. Y así sucesivamente. Creo que las palabras de Raymond Dronne sobre los soldados republicanos españoles son muy acertadas: «Se habían enrolado con nosotros (la Francia Libre), habían abrazado nuestra causa espontanea y voluntariamente, porque era la causa de la libertad…» Lo que verdaderamente provocó confusión al exilio español de filiación comunista y a muchos combatientes por la libertad de los países ocupados por la Alemania nazi fue el pacto germano-soviético entre Ribbentrop y Mólotov, que hasta la invasión alemana del territorio de la URSS –en junio de 1941- no supieron a qué carta jugar ni dónde estaba el enemigo real.

Alejandro M. Gallo en una foto de archivo
Alejandro M. Gallo en una foto de archivo
JA: Tras leer la novela, no me puedo quitar de encima una sensación de traición. ¿No sentía lo mismo al escribirla?

AG: La historia del exilio español es una cadena de felonías, que comienza con la principal: la traición de Franco a la legalidad republicana.

JA: ¿Qué hubiese pasado si al terminar la Segunda Guerra Mundial los tanques aliados hubieran continuado hasta Madrid?

AG: Si me lo permite, prefiero soñar con que el desembarco aliado en Normandía o Provenza se hubiese producido por las playas de Almería, desde el norte de África, como en un principio se había dibujado en los planos de los estados mayores de los Aliados.

JA: ¿Qué le dicen a Alejandro Gallo sustantivos como memoria, reparación y justicia?

AG: Que debería dejar de ser sustantivos comunes y convertirse en propios. Así sólo admitirían que los escribiésemos con mayúsculas: Memoria, Justicia, Reparación…

JA: Usted suele decir que le gusta escribir historias de víctimas y verdugos, ¿Morir bajo dos banderas también lo es?

AG: Lo que ocurre es que siempre que surge el debate sobre la Guerra Civil española, alguien lo cierra con un «en todos los bandos hubo buenos y malos». O esa otra fórmula más reciente: «Todos eran unos hijos de puta». Eso me envenena, pues es una forma de ocultar la realidad, es pura ideología enmascaradora. Imaginemos un campo de exterminio nazi, con la Gestapo y la Waffen-SS custodiándolo. Dentro, miles de hombres y mujeres que de un momento a otro van a ir camino de los hornos crematorios. Podemos decir: ¿En todos los bandos hubo buenos y malos? ¿Todos eran unos…? Pues no. Cuando analizamos esos momentos históricos hay que hablar siempre de víctimas y verdugos. Fue una época en la que hasta la teología cristiana se cuestionó la existencia de Dios, si es que permitía esa barbarie. En resumen: analizar la historia en términos de buenos y malos oculta la realidad y evita el debate.

JA: Me consta que durante el camino de esta novela ha tenido posibilidades de explorar editoriales más grandes, sin embargo al final se quedó con Rey Lear, una editorial más modesta con la que ya había publicado. ¿Siente que acertó en esta elección?

AG: Totalmente. La edición en Rey Lear ha sido de equipo: Miguel Navia con una portada de museo; Jesús Egido en el diseño y cuidado de la edición; Pepa Rebollo en las pruebas… Y el resultado ahí está: primera edición agotada en los siete primeros días de su puesta a la venta.

JA: ¿Cómo está en estos momentos de crisis el panorama editorial y literario en nuestro país?

AG: Pues como todo lo demás: por los estercoleros.

JA: ¿Y después de Morir bajo dos banderas qué toca?

AG: La primera edición se agotó antes de comenzar con la promoción. Ahora toca las presentaciones en las librerías de toda España. Cuando termine la promoción de Morir bajo dos banderas, posiblemente retome una novela inconclusa sobre una operación en 1948 de la guerrilla antifranquista asturiana y leonesa con el objetivo de matar a Franco el día de la inauguración de la térmica de Ponferrada.

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