domingo, 23 de agosto de 2009

La realidad frente a la ficción

Una historia de rateros entre la Plaza Mayor y el Mercado de San Miguel


Coche de policía
Coche de policía
Pensé por un instante escribir un cuento con la historia que presencié ayer. La intención apenas me duró unos minutos, los que tardé en comprender que en este caso la realidad iba a resultar a todas luces increíble.

Sentado en la terraza del bar Eduardo, removiendo el azúcar de un café a la hora del desayuno, observé que se formaba un cierto tumulto en la salida de la Plaza Mayor con la Travesía de Bringas. Se trataba de un hombre oriental -me inclino a pensar que japonés- sentado en el suelo y asiendo con fuerza una mochila. Del otro lado un hombre fornido, sin duda español, también tiraba de ella. Se notaba que el japonés había caído al suelo intentando evitar que le robasen la mochila y sorprendía la desfachatez del nacional, que a pesar del grupo que se estaba formando, con insistencia, persistía en el hurto. Tras unos largos segundos de duda, dos hombres se deciden a intervenir y usando la fuerza intentan reducir al de aquí. Mientras el japonés y un pequeño grupo de hombres y mujeres también orientales, recuperan la mochila y se van. El nacional se resiste durante el forcejao y un turista, también grande, que pasa por allí ayuda a los dos hombres que han intervenido. Sólo participa un instante, pues los otros dos se bastan para lograr reducirlo sobre el adoquinado de la calle. El hombre grita algo, pero entre lo difícil de su posición y desde donde estoy no puedo entenderle. Los que le han reducido piden a la gente que no le escuche, que no se dejen convencer. Llaman a la policía por teléfono y surgen entonces dos minutos tensos donde todos vocean.

Aparecen varios coches policiales -cinco zetas, una furgoneta y un coche camuflado- y del primero de ellos se bajan dos policías nacionales que lo primero que hacen es esposar a los dos hombres que se habían encargado de reducir al otro, que recuperada su libertad se levanta y se coloca una placa de policía al cuello. Nervioso camina y mirándo al tumulto les grita que «qué bonito, que encima defienden a los delincuentes». Sin duda antes, mientras le reducían, debía decir que era policía y que se estaban equivocando. Poco a poco fueron llegando más policías, tres de ellos de paisano, con sus walkie-talkies en la mano, perdiendo con ello el anonimato que necesitaban para su labor. ¡Vaya operativo!, no sólo no consiguieron detener a los delincuentes que se escaparon, sino que revelaron la identidad de varios efectivos camuflados de la zona que se encargan de evitar los robos.

Las cosas no siempre son lo que parecen, pero sin duda este policía no actuó correctamente, pues en ningún momento resultó creíble y no supo identificarse adecuadamente. Tal vez hayan sido los tópicos que hacen pensar ante todo que los japoneses son las víctimas de los robos, pero no que puedan ser quienes cometen los delitos. Así que una banda de ladrones orientales haciéndose pasar por turistas en plena Plaza Mayor no encaja en los esquemas occidentales y les permite una gran inmunidad a la hora de realizar los hurtos.

No sé que habrá sido de los dos hombres que con buena intención mediaron en el asunto, ni si realmente llegaron a estar detenidos, pero dudo que en otra situación similar vuelvan a tomar partido.

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