Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso en dar vida a algún personaje con el que me atreví a hacer opinión desde otro punto de vista. Ana del Berro fue el último de los seudónimos. Es una evolución de Ly y de Basi Vos, y sin duda de los tres es la que resulta más madura. El artículo que hoy recojo en este blog fue escrito en noviembre de 1994 y publicado en el número 19 de dicha revista.
Cerebro republicano
A la mañana siguiente -era lunes y tenía clase de yoga- dejé volar mis manos alrededor del aire para poder suspirar el principio. Mil gorriones, que despegaron sus leves alas y aletearon suspiros, se fueron persiguiendo el mío -una continuación que atravesó por el pequeño espacio que me permite descubrir mi ventana-. No lloverá, creo que dije.
¿Quién me vende un pensamiento?, pregunté el lunes en la clase de yoga. Fue así como descubrí que los buenos pensamientos, tal como los buenos consejos, no se compran, sino que te los regala una buena amiga cuando menos te lo esperas. Fue así, el lunes en la clase de yoga, como descubrí, por puro azar, que Carlos se inyectaba heroína, o que Eva se había comprado un libro titulado Teoría de Compiladores. Pero nadie me vendió una utopía y me gasté más de mil duros. Deduzco que hoy pasaré hambre, aunque tal vez me prostituya ¿Veis como soy una persona amoral, casi sin estudios y discapacitada para la constancia?
Han pasado tres párrafos -dos días midiendo el tiempo en otras unidades- y no tengo aún un mal pensamiento que llevaros a la boca del alma Así pues, me retoma la idea de Carlos encerrado dentro del lavabo mugriento de cualquier tugurio. Una jeringuilla en la mano preparada para lastimar una vena -la de siempre-, una sonrisa en sus labios -marchitos para siempre- y diciendo tonterías sobre un mundo que no es culpable de nada. Tampoco son culpables las horas de tedio. Eva encierra su soledad de otra forma, pero tiene menos que contar incluso: siguiendo -desde sus gafas y hora tras hora- el dibujo de unas letras en un libro titulado Teoría de Compiladores, mientras afuera mil gorriones -ellos son los únicos que me entienden completamente- persiguen un suspiro.
No hay caminos que seguir, no hay respuestas, no hay sentido, ni mundo siquiera; sólo ríos de ideas que vienen y van -que vienen del mar y van a morir al mar- con el propósito de ahogamos en sus aguas. Así, veo que es triste huir sin el propósito de inventar nada -nadar corriente abajo para sobrevivir-. Triste, también, es huir –otro huir-, para, simplemente, no estar. Más triste aún, si cabe, es despertar para no inventar nada. Tener las venas -o los ojos- picados y el alma ruin -o vacía- y muerta para no inventar nada; y pasar las horas sin retenerlas.
Luego estoy yo -sola y perdida como diría mi madre-, tal vez equivocada, matando las horas de mi silencio con una colección de palabras robadas a un suspiro.
Ana del Berro
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