Ilustración: Jorge Alaminos
Buscaba la cuna de la democracia, encontrarme con la cultura milenaria que impulsó occidente y descubrir unas gentes muy parecidas a nosotros mismos. Físicamente somos idénticos, nuestros idiomas se parecen fonéticamente y hasta el clima es similar. Me gustaron sus calles llenas de recovecos, los ancianos jugando al tavli al atardecer en las puertas de sus negocios, los cafés largos tomados dejando pasar el tiempo, las comidas sencillas y una copita reposada de ouzo en una terraza antes de irme a dormir.
Descubrí que el pueblo griego estaba bajo una losa, anquilosado, noqueado, incapaz de levantarse. Vi tristeza. Vi soledad. Vi un mundo preparado para el desplome. Aquellas mismas sensaciones las he ido encontrando también en España. En este mundo globalizado donde el capital elige, nos ha tocado estar al mismo lado del tablero. Los griegos, los portugueses, los irlandeses, los italianos y los españoles hemos ido recorriendo el mismo camino que nos ha despojado hasta del estado de bienestar que teníamos. Hemos elegido ser gobernado por políticos al servicio del poder que se olvidaron de la ciudadanía a la que deberían representar. Sus políticas de austeridad nos quitan el trabajo, nos acercan a la pobreza y el hambre, nos conducen a situaciones dramáticas e inhumanas y nos roban el futuro. Es la macroeconomía lo que importa, no los seres humanos. Las cifras hace tiempo que nos dejan de lado.
Dicen, sin embargo, nuestros políticos que nuestras realidades como países no son comparables, que España no es Grecia, que nosotros somos la cuarta economía de la zona euro. No quieren que hagamos las mismas cuentas y salga el mismo resultado en las elecciones.
Ahora que gobierna Syriza, Grecia es una esperanza. Ganó una izquierda seria, responsable y renovadora que va a partirse el alma por su pueblo.
Aquí tampoco se puede continuar dentro de un bipartidismo enfermo y corrupto. Es hora de terminar con las políticas de austeridad porque solo producen mayor enriquecimiento a los que más tienen a costa de empobrecer al resto. Esa diferencia entre ricos y pobres se ha convertido en un abismo que nos fagocita. Es el momento de redistribuir los recursos públicos. Grecia empieza a hacerlo. Sabe que tendrá que librar una batalla durísima, que arranca en absoluta soledad y a la que espero que pronto nos podamos unir.
En España, a las televisiones al servicio de sus amos, a los partidos que se alternan en el poder y a los bancos que mandan les han empezado a temblar las piernas. Se han visto en el espejo griego y les ha faltado tiempo para lanzar el mensaje de que es una insensatez cualquier política diferente al pensamiento único neoliberal, capitalista y conservador con el que tan bien nos va. Lo insensato es quedarnos sentados esperando que la tempestad pase. Es hora de empezar una revolución.
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