domingo, 26 de marzo de 2006

Democracia



Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas. Di vida a algunos personajes que me sirvieron para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Sin duda eran tiempos de juegos, de encontrar mi propia mirada y de hacer experimentos con ella. El artículo que hoy recojo en este blog se escribió en octubre de 1993, se publicó en el número 15 de dicha revista y supuso la última aparición de Ly.

España
España
Estaba yo en una clase de Compiladores -sí, tengo asignaturas de quinto; siento decepcionar a tantas hermosas mujeres que confundían mi persona con la de un dulce adolescente- cuando me surgieron ciertas dudas sobre la democracia. Ya sé que un aula no es el lugar más apropiado para esta clase de reflexiones, pero allí me pilló.

Todo surge de manera accidental: un profesor pregunta cuántas personas piensan que esto es cierto y luego pregunta cuántas personas creen que esto es falso («esto» es la contestación a un problema de Compiladores). Anota los «votos» en el encerado. Son mayoría -por cierto, aplastante los que han «votado» cierto (cuarenta frente a tres)-.

Es así como veo la democracia. ¿Os dais cuenta de que aunque la mayoría piense que es cierto no tiene porqué serlo? Es decir, la mayoría no garantiza la realidad -o la veracidad-.

He de reconocer que en dicho ejemplo la mayoría acertó. Dicha actitud -eso de votar- se repitió otras dos veces. En todas la mayoría tuvo la razón. Pero, ¿qué hubiese pasado si la misma pregunta se le hubiese realizado al conjunto de los bedeles de la Facultad?, o ¿si a los citados alumnos un eminente biólogo les hubiese preguntado sobre un problema de genética? Según las leyes de la probabilidad, ante la desinformación en ambos supuestos, la posibilidad de equivocarse es la misma que la de acertar.

Si estas hipótesis las trasladamos al campo de la política, el panorama ha de ser catastrofista. Acabo de decir que el voto desinformado es un factor de riesgo, o lo que es lo mismo, que si no se entiende de política es mejor no votar -quien dice política dice economía, si vamos a una teoría más simplista-. Repito, el voto universal es una estupidez. Esta afirmación debería llevarme a la horca.

Realmente dicha clase demostró seguir esa teoría (un total de cuarenta y tres votos frente a otras sesenta personas que se callaron). No es difícil adivinar mi siguiente afirmación: la mayoría es abstencionista. Pero, dejando de lado a estas personas no participativas y volviendo a la clase de Compiladores, lo cierto es que ese compendio de expertos participativos no se equivocó. El problema es que no todos estuvieron de acuerdo.

Ly

lunes, 13 de marzo de 2006

Todo puede ser



Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso en dar vida a algún personaje con el que me atreví a hacer opinión desde otro punto de vista. Ly fue el primer seudónimo que utilicé. El artículo que hoy recojo en este blog, fue escrito en marzo de 1993 y publicado en el número 14 de dicha revista.

Las dos caras
Las dos caras
«¿Cómo pasar las horas si no es inventando la vida?». Con esa frase oí pensar por primera vez a Santi Fonte, mientras señalaba con el dedo a un muchacho llamado Manuel. Manuel es un ser extraño que circula por la Facultad dando saltos (toma aire, se impulsa y avanza); jamás le veréis caminar normalmente.

Más tarde me encontré con Margarita. Aún no ha superado su problema: sigue caminando con su brazo izquierdo en alto, apuntando con el dedo índice al cielo. Santi la mira y piensa, en voz alta, «¿será cierto eso de que señalamos lo que queremos y no tenemos?».

Lo que le ocurre a Santi es que se hace muchas preguntas, pero no sabe responderse, supongo que hay veces en las que le gustaría entablar una conversación, pero el pobre es tan tímido que no se atreve a intercambiar una palabra con otra persona que no sea él mismo. «¿Y si me acerco a alguien con intención de iniciar un diálogo y esa persona tiene mal carácter y me insulta?». Todo puede ser, Santi.

Manuel tiene miedo a ser normal, a que un día vaya por la calle y la gente no diga: «Mira, por ahí va Manuel». Lo de Margarita es peor, dice que su madre es una bruja que conoce muchos conjuros y que un día se enfadó con ella porque cogió uno de los libros prohibidos que su progenitora guardaba en lo más alto de la estantería y la hechizó. Ya veis, todo puede ser.

Ly