Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas. Di vida a algunos personajes que me sirvieron para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Sin duda eran tiempos de juegos, de encontrar mi propia mirada y de hacer experimentos con ella. El artículo que hoy recojo en este blog se escribió en octubre de 1993, se publicó en el número 15 de dicha revista y supuso la última aparición de Ly.
España
Todo surge de manera accidental: un profesor pregunta cuántas personas piensan que esto es cierto y luego pregunta cuántas personas creen que esto es falso («esto» es la contestación a un problema de Compiladores). Anota los «votos» en el encerado. Son mayoría -por cierto, aplastante los que han «votado» cierto (cuarenta frente a tres)-.
Es así como veo la democracia. ¿Os dais cuenta de que aunque la mayoría piense que es cierto no tiene porqué serlo? Es decir, la mayoría no garantiza la realidad -o la veracidad-.
He de reconocer que en dicho ejemplo la mayoría acertó. Dicha actitud -eso de votar- se repitió otras dos veces. En todas la mayoría tuvo la razón. Pero, ¿qué hubiese pasado si la misma pregunta se le hubiese realizado al conjunto de los bedeles de la Facultad?, o ¿si a los citados alumnos un eminente biólogo les hubiese preguntado sobre un problema de genética? Según las leyes de la probabilidad, ante la desinformación en ambos supuestos, la posibilidad de equivocarse es la misma que la de acertar.
Si estas hipótesis las trasladamos al campo de la política, el panorama ha de ser catastrofista. Acabo de decir que el voto desinformado es un factor de riesgo, o lo que es lo mismo, que si no se entiende de política es mejor no votar -quien dice política dice economía, si vamos a una teoría más simplista-. Repito, el voto universal es una estupidez. Esta afirmación debería llevarme a la horca.
Realmente dicha clase demostró seguir esa teoría (un total de cuarenta y tres votos frente a otras sesenta personas que se callaron). No es difícil adivinar mi siguiente afirmación: la mayoría es abstencionista. Pero, dejando de lado a estas personas no participativas y volviendo a la clase de Compiladores, lo cierto es que ese compendio de expertos participativos no se equivocó. El problema es que no todos estuvieron de acuerdo.
Ly