Miguel del Arco firma una excelente adaptación de Molière en Misántropo
Jueves 8 de mayo de 2014. Teatro Español. Madrid
Cartel de la obra de teatro Misántropo
¿Por qué? Porque se trata de una adaptación sublime.
Resulta una satisfacción ver que Alcestes, Filinto, Celimena, Oronte, Arsinoé, Clitandro y Elianta siguen vivos; saber que no se quedaron anclados en 1666, que han crecido al ritmo de los tiempos y que conviven con nosotros en 2014. Los que aún no son clase alta se han convertido en mandos intermedios venidos a más que creen que controlan empresas, que ostentan el poder político, que son artistas emergentes o que dirigen los «mercados» hacia su propio beneficio. Son la clase alta que observa y la media que busca trepar en el tablero de juego donde la vanidad y la adulación se emplean como armas. Filinto y Elianta se casaron como era de esperar. Él se ha hecho más cínico y ella aún mantiene la llama de un amor no correspondido. Alcestes sigue estando solo, incapaz de entender esta sociedad estúpida cuyos valores no comparte. Confía en la justicia y en la sinceridad, pero ya no en el ser humano que se ha vuelto inmoral. Aún hoy sigue siendo el inadaptado, el raro, el que tendrá que emprender el exilio hacia el desierto. Y lo más curioso es que lo que dijo Molière por la boca de todos ellos sigue vigente. Su retrato de una sociedad que se rige por la doble moral, donde es más importante parecer que ser, sigue siendo actual.
Misántropo supone una denuncia social sobre la sociedad que hemos construido, de consumo rápido, fatua, mentirosa… ¿Dónde está el valor de las personas?, ¿en el poder que alcanzan?, ¿en los métodos que utilizan?, ¿en lo que tienen?, ¿en lo que pueden comprar?, ¿en lo que deciden? Miguel del Arco nos lleva a la parte trasera de una discoteca, ese callejón sucio al que se saca la basura, el mismo lugar donde la sociedad esconde sus mayores defectos. Y así nos hace sentir que lo que impera, lo que hay dentro de la fiesta a la que el espectador no está invitado, es la hipocresía y la corrupción. No hay esperanza. Se hace palpable que sin verdad no hay decencia posible. Frente a esa situación hay un hombre solo, defendiendo la sinceridad, armado con su palabra. Si no quieres escuchar la verdad, si solo buscas el halago que te satisfaga, no le preguntes a Alcestes. Él es el único que no se ha dejado vencer por lo políticamente correcto.
En ese punto es donde sobresale este Misántropo, en la lucha de Alcestes, incapaz de entender por qué los demás no son igual de francos que él. De esa incomprensión mutua nace su misantropía, lo que le aparta de esta sociedad que no puede compartir. Ése es su drama, el que le lleva a estar hastiado, insatisfecho y arrastrando un profundo malestar. Esa falta de sinceridad se ha extendido haciéndose fuerte en cualquier relación humana: amistad, amor… Alcestes se ha quedado solo y aún así quiere quedarse. Es de esos que prefiere aplicar la lógica para encontrar las soluciones, que hace lo que le dicta la razón y al que le asusta que lo que triunfa esté siempre en el otro extremo, sostenido por la mentira, la vanidad y los intereses caprichosos y maledicentes de los poderosos.
Teaser promocional de la obra de teatro Misántropo
Si en Misántropo el texto es el centro, no por ello se ha descuidado ninguno los elementos que construyen un espectáculo teatral. Todos suman en un trabajo multidisciplinar que refuerza el mensaje con coherencia. Hay un uso acertado y comedido de la multimedia. La escenografía es efectiva. Se incorporan dos temas musicales que profundizan aún más el componente artístico de la representación, sobre todo el segundo de ellos, Quédate quieto, que interpreta Asier Etxeandia. Destaca una coreografía minuciosa que articula una hermosa plasticidad y rige cada uno de los movimientos de los personajes, de sus gestos, de su sentido. Y brilla el extraordinario elenco de Kamikaze Producciones: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Bárbara Lennie, Cristóbal Suárez, Manuela Paso, José Luis Martínez y Miriam Montilla. Cada uno de ellos aprovecha su tiempo para dejar su impronta, su maestría, y construir a la vez una función coral. Los actores y actrices se encargan de marcar la velocidad, la urgencia y la tensión de un combate permanente que trata de dejar sin pulso a sus adversarios y sin aliento al espectador, incapaz de separarse de lo que ocurre en el escenario.
Uno siente, se rebela y aplaude porque percibe el trabajo bien hecho que sabe llegar al corazón y a la cabeza. Misántropo me impresionó. No necesito decir nada más, solo lanzar el consejo de que lo que hay que hacer es ir al teatro a ver la obra.