Cartel de la película Pa negre
Pa negre es una película que enamora desde el primer fotograma, pues sus primeras imágenes transmiten una gran tensión. Sabes, en pocos minutos, que te van a contar una historia a la vez importante y pequeña, porque, sobre todo, se va a construir desde los sentimientos y la humanidad. Son la bruma, el tiempo, lo rural, la postguerra, el bosque, lo desconocido... los sabores que se paladean en ella, los que abren el apetito de esta gran película.
Pa negre está pegada a sus personajes, a los ojos de su protagonista, el niño Andreu (Francesc Colomer), que son los que nos van a mostrar y teñir todo la historia.
Situada en la posguerra, no es una película convencional en ese sentido. Utiliza el ambiente opresor, las señas de identidad de víctimas y verdugos que nuestra guerra dejó a su espalda, como un personaje más en la trama, un fondo que predestina las decisiones pendientes de tomar. Se define políticamente sin aspavientos ni grandes consignas, con naturalidad, pero luego los matices, lo escondido que tiene que aflorar, va dando giros a esa definición. No hay prototipos perfectos de seres humanos, sino personas cargadas de errores y condicionadas por el entorno. Lo político es un telón de fondo que a veces se mantiene impreciso, como para reforzar la idea abstracta de la opresión que deben soportar los personajes.
La película, con sutileza, va ofreciendo metáforas sobre la libertad, lo hace mostrando unos pájaros enjaulados que la familia adiestra o en el joven enfermo que sueña con unas alas que le sirvan para emprender el vuelo por encima de su enfermedad. Frente a ellos la realidad de la cárcel o la de la niña Nuria (Marina Comas) que, una vez descubiertas todas las mentiras de los mayores, sabe que solo la huida de este entorno le permitirá tener un futuro decidido por ella y sin ataduras que la condicionen al fracaso o la miseria. Parece que son pocos los que pueden elegir, al resto les tocas sobrevivir con las cartas marcadas que la vida les ha servido.
Hablaba al principio de la bruma, como un valor importante para tejer toda la estructura, pues la narración se sostiene sobre la fotografía y los paisajes con los que se mezcla. Las localizaciones son reales y, según informa la productora, mínimamente retocadas, pues el objetivo es el de la autenticidad y el realismo. La bruma es como la incertidumbre, algo que hay que ir despejando, el bosque el terreno de juego que profundiza lo enseñado por una maestro vencido sin apenas esperanzas, el único terreno de libertad. El mundo de los mayores es complejo, guardan secretos y hacen lo contrario de lo que dicen, piden verdades a los niños pero son incapaces de confiar en ellos. Sin duda es un gran acierto la forma de plasmar toda esa problemática del niño que va descubriendo una realidad tapada que no le gusta. Nada es lo que el creía, así que sus valores se tambalean sin certezas que los sustenten. Tal vez sea el tiempo de renegar.
Marina Comas y Francesc Colomer en una escena de la película Pa negre
Es
Pa negre una película que enfrenta los ideales con lo real para ver cual sobrevive, porque los ideales, cuando se traicionan duelen y rompen el alma, nos deja huérfanos, caminando sin sentido, conscientes de que decidir por un camino es rechazar para siempre el otro, que no hay vuelta atrás posible una vez que uno se ha vendido.
La crueldad de un mundo polarizado en vencedores y vencidos, en buenos y malos, y la represión para mantener ese esquema de valores son dos elementos consustanciales a este largometraje. No habría siervos sin la explotación de los que tienen el dinero y la capacidad de gobierno político. La moral, lo público, lo que se ve desde fuera, está claramente delimitado y no debe mostrarse. Éste es un mundo en el todo se va guardando en secreto y sobre el que se debe mover
Pa negre. Un mundo donde el pan blanco, el bueno, tiene dueños y el negro, el del pobre, es el único que está al alcance de la mayoría.
Son las emociones las que mueven la película, sentimientos que se contagian al espectador y le mantienen en vilo, algo indefinible que se asienta en el estómago para empezar a girar. No todo lo que vemos, lo que descubrimos, nos va a gustar, pero no hay duda de que nos va a emocionar. La estructura se ha construido para ello con un lenguaje narrativo milimétrico, de historia bien tramada, excelentemente cerrada y llena de recursos que van encajando a la perfección en su guión. La ocultación primera, va dando paso a un lento, pero gradual, descubrimiento de los pequeños enigmas de los que está salpicada la película.
Son los niños, su mirada que se va reforzando con lo que aprenden, un punto fuerte de la película. No sería lo mismo contada desde otro lugar, con otro enfoque. Tal vez la ternura en un clima tan tenso la aportan ellos, el único escape que hace soportable la opresión a la que les someten quienes mandan, de los que hacen leyes injustas.
A su vez, los niños, son los que permiten introducir lo fantástico en la narración, pues su mirada infantil sobre los mayores, los paisajes y las leyendas dotan de misterio lo que aún está por ser descubierto. Le sirve a su director, Agustí Villaronga, para introducir una dimensión entre mágica y poética que no por ello pierde verosimilitud ni realismo.
Cuenta con un gran elenco reforzado por actores como Sergi López, Eduard Fernández y Laia Marull que en esta película se lucen. En el
Festival de cine de San Sebastián Nora Navas se llevó la Concha de Plata a la mejor actriz por su papel en esta película. Es el suyo un papel intenso, de mucha contención y también de desbordarse cuando el interior, la calma, se rompe. Un personaje cargado de matices, de bondad y de dureza. El otro vértice, el que quizá esconde más caras, es el papel interpretado por Roger Casamajor.
Sin duda se trata de una gran película que no dejará indiferente a nadie, de esas que no quieres que se termine.
A modo de pequeño anecdotario: En realidad la película no está basada solamente en la novela
Pan negro de Emili Teixidor, sino que la estructura dramática que vertebra el largometraje se ha construido también con otras de las obras (
Sic transit Gloria y
Retrat d’un assassí d’ocells) de este autor situadas en la posguerra y en su Plana de Vic natal. Aunque la novela original ya es de por sí extensa al superar las 400 páginas, Agustí Villaronga quiso ampliar la fuente de inspiración literaria por su voluntad de que la película resultante tuviese una línea de acción más contundente que la historia original.